Hace frío. Llueve. Un hombre camina por la calle con la mano izquierda en el bolsillo vacío de su gabardina. La otra se aferra con tanta fuerza a un paraguas negro que no es posible distinguir metal de mano. Su única compañía es el bamboleo característico de un borracho.

Se encienden las farolas, para un momento. Fija su vista por un segundo en los gigantes incandescentes que ahora le rodean, preguntándose si realmente son conscientes de la melancolía que le suman a la ya abrumadora lobreguez de esta noche húmeda. Continúa caminando, sigue lloviendo. ¿Por qué todo es más triste bajo un paraguas negro?

Es una calle larga, no sabe si llegará a su fin algún día. Tal vez caiga antes, exhausto y mojado sobre los fríos y húmedos adoquines. Puede que sea un sueño ¿Cómo podría saber realmente, con toda certeza que no está dormido? Saca la mano del bolsillo, todo el frío de la noche parece atacar de pronto a esa mano que hasta hace un segundo se resguardaba del mundo. Coge el paraguas con una mano que ya ha pasado a ser posesión de la lluvia y se detiene para buscar un botella de Whisky olvidada en su bolsillo derecho. La mira fijamente, y reflexiona. «Si realmente estuviese soñando, esta botella estaría llena de nuevo.» Da un largo trago, casi exprimiendo el cristal y la mira por última vez antes de guardarla de nuevo. La botella está vacía. Continua con su deambular taciturno, sigue lloviendo. -¡Mierda!. Exclama. Está despierto.

Como saliendo de las mismísimas puertas del infiero aparece un gato de ojos azules y pelaje claro. Casi no tiene el valor de pensarlo, pero parece contener todo el hielo implacable de la muerte en su mirada, y la fija en él. El hombre se queda quieto, al menos todo lo que el Whisky de sus venas se lo permite, y lo mira. Tal vez por compasión, tristeza o aburrimiento el gato se acerca a el. Posa su cabeza sobre las viejas, sucias y rotas botas del hombre, que por primera vez en mucho tiempo teme que solo sea un sueño.

Ahora la muerte va sobre su hombro. Continúa caminando, sigue lloviendo.

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