LA MUJER ESCONDIDA II

LA MUJER ESCONDIDA II

Emanuel Villegas

24/07/2017

PARTE II

VII

Fue cuestión de tiempo hasta que las camionetas de Rey y sus hombres llegaron a la casa. El viejo era conocido en el pueblo, solía tener una hija y una pequeña nieta. Entre los pueblerinos corría el rumor de que la nieta también era su hija, producto del incesto y la violación. Pero el chisme no tuvo mayor repercusión. El viejo negaba la historia sosteniendo que el padre de la niña las había abandonado, y que él solo cumplía con su deber de abuelo. Poco tiempo después del nacimiento de la niña, madre e hija desaparecieron sin dejar rastro. El viejo comentó que luego de una discusión, su hija había regresado con el padre de la niña. –Mi hija partió y dudo que regrese- A nadie le importaba realmente la verdad de los hechos. Cada cual cuidaba su retaguardia.

Rey acababa de llegar al hogar del viejo. Sus hombres llamaron a la puerta, pero nadie respondió. Luego de esperar un minuto, ordenó que la abran de una patada. Rey entró y mientras sus hombres revisaban la casa, se detuvo a admirar la sala repleta de lucecitas de navidad. Le parecía cómico, las fiestas habían pasado hace meses. Todos sospechaban que el viejo estaba chiflado, pero esto lo confirmaba. Uno de los hombres se asomó desde el pasillo y le hizo una seña. Al parecer había encontrado algo en uno de los cuartos. Rey se dirigió hacia allí. Caminó por el pasillo hasta la última puerta y entró.

El cuarto tenía un montón de muebles cubiertos por nilones transparentes. En el medio, el cuerpo de María descansaba sobre un enorme charco de sangre. A un costado, tirado, el viejo inconsciente a medio tapar por un nilón. Rey se acercó sereno hasta María, nada lo apresuraba, hasta ahora los muertos no aprendían a caminar. Miró a la mujer degollada y estudió su vestimenta. El parecido físico le recordaba al tipo que le arrancó el ojo, salvando la diferencia de que ahora se veía como una mujer. Ésta se había disfrazado para engañarlo. Descubrir que había sido humillado por una vieja no le hizo gracia. Pisó la frente de María y presionó como si fuese a reventarle la cabeza. La suela del borcego en fricción con la piel, chilló. Lo había engañado, le había robado, le había, le había… Reventado un ojo. Desbordando de ira, levantó el pie y pisó de nuevo la cabeza, pero esta vez invirtiendo todo el peso. Levantó y pisó, levantó y pisó, cada vez con más fuerza. Al principio la frente solo se cortó, pero luego de unas pisadas más, comenzó a quebrarse el carneo. Pisó y pisó hasta que el hueso cedió la corteza cerebral. Toda la cabeza se rompió como una sandía madura, quedando solo un puré viscoso de sesos. Rey se detuvo. El rostro de la mujer había dejado de existir. Literalmente, consiguió desaparecerla. Agitado, miró el resto del cuerpo. Después se sacó de la mejilla un trocito de carne que le había saltado. Rey recuperó el aliento y regresó a lo que faltaba. –No está en la casa- Le dijo uno de sus hombres. Nadie se había atrevido a hablarle hasta verlo más calmo.

Se dirigieron al patio y salieron uno a la vez por la puerta trasera de la casa. Los siete hombres se acomodaron a los costados, tres y cuatro. Algunos llevaban linternas, otros, pistolas. Rey salió de la casa muy tranquilo posicionándose delante de sus hombres. Sabía bien quién mandaba.

Sabrina permanecía oculta a unos metros detrás de un árbol. Tenía en la mano el cuchillo con el que el viejo había asesinado a su madre. El miedo la había paralizado y no vio seguro escapar por el campo, decidió entonces esperar a que se fueran. Una mala idea sin dudas.

Rey olía lo que suponía, su pertenencia extraviada. Caminó por el patio estudiando el terreno. Miró a todos lados con el solo ojo, y apuntando amenazante con la cruz azul del parche. Los siete detrás esperando órdenes. No podía haber ido muy lejos, los campos eran enormes y despejados, si hubiese escapado aún se la vería correr en el horizonte. Rey silbó largo y constante. Los hombres detrás no tardaron en unírsele con otros silbidos. Todas las frecuencias fundidas formaron un sonido estrambótico y perturbador, que invadió los cientos de hectáreas deshabitadas.

Sabrina estaba aterrorizada. Rey no simulaba ser un monstruo, lo era. El sonido le taladró los oídos recordándole el cautiverio, los golpes, el amo, el miedo al amo. Se tapó las orejas, pero fue inútil, ya no podía aguantarlo. Ocultó el cuchillo en el pantalón, y luego, en un intento desesperado, echó a correr por medio del campo.

Los hombres vieron la figura de la chica alejarse. Rey levantó una mano, y sin cuestionar, todos fueron tras ella. Sabrina corrió entre los matorrales sin poder ver dónde pisaba. La oscuridad era densa y el terreno confuso. Al pasar cerca de los espinillos algunos animales volaban, pero eso no la asustó, sabía que detrás la perseguía algo cien veces peor.

Rey y sus siete matones le pisaban los talones. Las luces de las linternas apuntaban en todas direcciones. – ¡Adelante! – Gritó uno del montón. Sin mucho preámbulo, explotó el sonido de un disparo. Sabrina escuchó el silbido de la bala clavarse cerca en el suelo. La apuesta aumentaba, no solo era libertad, ahora también entraba en juego su vida. Agachó un poco la cabeza con ilusión de que eso los despiste. Rey vio la figurita de la chica saltando de un lado a otro. Algo en la situación le pareció chistoso y no pudo contener la risa. Las carcajadas le salieron como gruñidos. Sus hombres de nuevo lo acompañaron aullando y hasta ladrando. Parecían una jauría de perros jugueteando en un día de cacería. Los nervios se apoderaron de Sabrina, y en una distracción tropezó y cayó. Los depredadores dejaron de aullar. Ella ya no estaba, había desaparecido. Sabrina respiraba agitada en contra del suelo, el polvo se le amotinó alrededor de la nariz y la hizo toser. Ya no escuchaba los pasos siguiéndola, era una buena oportunidad. Cambió de planes. Ahora se escabulló arrastrándose. Los pastos secos la cubrían y servían de camuflaje. Algunos insectos le caminaron por las piernas, pero qué más daba, no era momento para fobias estúpidas. Los hombres alumbraron en todas direcciones sin poder encontrarla. Rey era perspicaz y no le llevó más de un minuto entender el nuevo plan. La zorra ahora se arrastraba. Levantó la cabeza y miró al cielo. En el horizonte había refusilos que revelaban por instantes, nubes de tormenta. También se percató del olor a tierra mojada y el cambio repentino en el viento. -Apaguen las linternas – Ordenó. Todas las luces desaparecieron casi instantáneamente. Rey señaló a un costado y al otro. Los hombres se dividieron en dos grupos y rodearon el perímetro. A un último le entregó las llaves de su camioneta. Parecía tener algo en mente. Sabrina continuó arrastrándose. Tenía los muslos entumecidos y le ardían los codos que se había lastimado al rasparlos contra el piso. El sonido de unos pasos acercándose la pusieron en alerta. Se recostó en el suelo y pudo ver una silueta moverse a unos metros. Sabrina se arrastró de espaldas para alejarse. Avanzó hasta encontrar refugio en medio de unos yuyos altos. A lo lejos oyó un motor.

Rey hizo que la camioneta aparque a un costado con el motor encendido. Se subió a la parte trasera y alzó un bidón de gasolina. Agitó el dedo en el aire haciendo una señal de círculos al conductor. La camioneta arrancó. Rey destapó el bidón y lo empino dejando caer un chorro desde el auto en movimiento. Cuando se terminaba el contenido de un bidón, lo tiraba y abría otro repitiendo el proceso. Así lo hizo hasta completar un rastro circular de gasolina.

Sabrina escuchó el motor acercarse cada vez más. Sabía que en poco tiempo el vehículo estaría sobre ella. Juntó valor, se paró y comenzó a correr con toda velocidad.

Rey golpeó el vidrio al conductor. La camioneta se detuvo. Bajó del vehículo y puedo ver a Sabrina alejarse. Muy tranquilo, sacó un encendedor y silbó al tiempo que prendió fuego los pastizales. Los hombres que rodeaban el perímetro hicieron lo mismo. Uno a uno encendieron los pastos empapados con gasolina.

Sabrina no dejó de correr, pero en cuestión de segundos quedó atrapada. Se detuvo frente a una columna de fuego que se alzaba sobre el cielo negro. En todas direcciones había enormes llamas, no podía escapar.

Rey la miró desde lejos y ella le devolvió una mirada temerosa y expectante. Subió de nuevo a la parte trasera de la camioneta. Golpeó dos veces el vidrio y el vehículo arrancó embistiendo a toda velocidad.

Sabrina veía como se aproximaban. Ya no podía hacer nada, se le agotaron las opciones. Pronto, Rey estaría sobre ella.

VIII

El negocio de la whiskería no suponía gran esfuerzo, la mayoría de las chicas acababan por acostumbrarse, incluso a veces algunas se esforzaban por destacar sobre el resto. No era el caso de Sabrina. La chica siempre se mostró sufrida y temerosa. No era la primera vez que alguna intentaba escapar, sin embargo, ella no parecía tener agallas. Definitivamente Rey la había subestimado, pero todo tiene un límite, Sabrina no podía ir más lejos.

La camioneta se acercaba cada vez más. La trampa funcionó, estaba atrapada entre Rey y el fuego, acorralada, al igual que una rata. Sabrina cerró los ojos, no tenía más opciones. Cuando creyó todo perdido algo le sucedió en el interior. Al principio un cosquilleo se apoderó de sus manos y pies. Luego presionó los dientes con todas sus fuerzas hasta temblar. Abrió los ojos y miró a Rey. Ya no sintió angustia sino adrenalina, el miedo se había transformado en ira. Estaba dispuesta a morir, pero luchando.

Volteo hacia la pared de fuego y retrocedió unos pasos. Rey observaba desde el auto en movimiento. Sabrina inspiró y corrió hacia el fuego. Rey golpeó el vidrio de nuevo – ¡Dale, dale ¡- El conductor aceleró, pero no fue suficiente. La chica saltó en las llamas, desapareciendo frente a sus narices. Nadie esperó esa locura.

La camioneta no disminuyó la velocidad y un instante después, también se zambulló en las llamas. Rey se protegió el rostro con los brazos, contuvo la respiración y sintió el calor abrasivo amenazando con consumirlo. Todo sucedió muy rápido. Unos segundos después abrió los ojos y ya estaba del otro lado, fuera del fuego. Miró hacia delante y ahí estaba, Sabrina seguía escapando. Rey se sorprendió al verla ilesa. Nuevamente la figura de la chica desapareció. – ¿Cómo es posible? La tierra se tragó a la bruja- Pensó. No tardó en descubrir que no se trataba de magia, sino de un barranco. El borde se les vino encima y no pudieron frenar. El desnivel no tenía menos de treinta metros en bajada. Por unos segundos la camioneta quedó suspendida en el aire. Al caer la trompa se clavó en el suelo. El vehículo volcó sin dar ni una vuelta. Rey fue catapultado. Voló lejos y el golpe de la caída lo hundió en la oscuridad.

Un trueno lo despertó. Abrió los ojos exaltado. Se acarició el rostro. El parche no se había desprendido, seguía ahí. Con poco esfuerzo, consiguió pararse. Miró la camioneta volcada a unos metros. Estaba ruedas para arriba. Lejos, se distinguía el borde del barranco delineado por el ocaso del fuego. La chica no estaba por ninguna parte. Rey caminó hasta encontrar la entrada a un cementerio de autos. Una silueta oscura cruzó entre el montón de chatarra. No cabía duda que ahí se ocultaba Sabrina. Antes de entrar, se acercó a la camioneta volcada. Se agachó para mirar dentro. El conductor estaba patas arriba atascado entre los asientos y se quejaba adolorido. – Agua por favor – Rey ignoró lo que decía, metió la mano y le hurgó la campera. –Agua por favor, por favor- Rey le revisó los bolsillos hasta encontrar lo que buscaba: Una linterna y una pistola. El conductor lo agarró del brazo. –Ayudame, agua- Rey se zafó de un tirón y se dirigió al cementerio de autos.

Los sonidos de los truenos amenazaban con un diluvio. El lugar tenía montañas de autos viejos y oxidados, no era demasiado grande. Rey encendió la linterna y caminó entre las pilas de chatarra. El resonar de una chapa doblándose alertó a Rey, que, sin dudar, disparó. Las balas provocaron un sonido ensordecedor, que vibró en todo el metal del cementerio hasta desaparecer. La búsqueda se resumió solo a un montón de autos en una esquina.

Rey caminó hasta un auto derruido y alumbró en el interior. Nada, solo el esqueleto metálico del vehículo oxidado y sucio. Se dirigió al auto del costado, alumbró y busco en el interior. Tampoco consiguió ver nada. En ese montón, había cerca de veinte autos, destrozados, sin ruedas ni pintura, Rey estaba decidido a revisar cada uno hasta dar con la zorra tramposa.

Sabrina permanecía oculta en una de esas chatarras. Estaba recostada en el suelo de la parte trasera. Tenía la suerte de que este aún conservara los asientos y aunque estaban dañados reducían el espacio haciéndola sentir resguardada. Sabrina se estuvo quieta y aterrada todo el rato, escuchando como Rey revisaba los autos alrededor. Permaneció recostada mirando en el techo a una polilla atrapada en una telaraña.

El insecto agitaba incansablemente una de las alitas para poder zafarse, sin embargo, solo conseguía enredarse más y más. Esto no la detuvo, siguió aleteando y moviendo sus patitas. Sabrina se sintió identificada con la lucha de la polilla, atrapada, pero intentando sobrevivir. La polilla se merecía la libertad y aunque le hubiese gustado ayudarla, no podía estirar la mano sin ser descubierta. Irónicamente también estaba atrapada. Pensó en la posibilidad de que una fuerza superior, también estuviese observándola a ella, acorralada por Rey.

Una araña enorme salió de un agujero y caminó cautelosa hasta la polilla. Era de color negro, con una cola enorme llena de puntitos rojos. Asquerosa. En un santiamén, se deslizó sobre la polilla y la mordió. El veneno surtió efecto apagando los aleteos de la polilla. Luego comenzó a girarla usando las patitas mientras la cubría con una baba que despedía de la cola. Nadie quisiera estar en el lugar de esa polilla, pero mucho menos en el de Sabrina, a menos la araña respetaba a su presa dándole una muerte limpia, sin juegos.

De repente, una luz alumbró al insecto. Seguido, la cara de Rey se asomó por una de las ventanas. Alumbraba cada rincón del auto. La araña caminó asustada por la tela, avanzaba esporádicamente. Sabrina se encogió lo más que pudo, hasta lograr meterse debajo del asiento. Rey la alumbró, después metió medio cuerpo dentro y estiró el cuello para poder ver mejor. Le costaba diferenciar las figuras con un solo ojo. Sabrina contuvo la respiración. La luz de la linterna pasó varias veces sobre su cuerpo. Los sentidos se agudizaron. Podía escuchar el sonido de la lengua de Rey humedeciendo los labios. La saliva pastosa bajando por la garganta seca. Rey suspiró. Sabrina se preparó. Tanteó el mango del cuchillo oculto en su pantalón, ya estaba lista para defenderse. Rey apagó la linterna y a continuación salió del auto. Sabrina lo había conseguido, pasó desapercibida.

En el esfuerzo por sacar la cabeza del auto, Rey enganchó la campera en un tornillo. Luchó hasta rajar la campera haciendo tambalear el auto. En ese instante, Sabrina vio a la araña esforzarse por permanecer en la tela. Fue inútil, se desprendió y cayó sobre su cabeza. Sabrina reaccionó dándose mantazos en el cabello. No frenó hasta estar sacarse el insecto de encima.

Al recobrar la cordura se percató de lo descuidada que había sido, se tapó la boca y volvió a acurrucarse entre los asientos, con esperanza de que Rey no la descubriera. Todo siguió tranquilo y callado, talvez Rey no escuchó el escándalo. Sabrina notó que había perdido el cuchillo. Tanteó el suelo hasta dar con la navaja fría. Lo alzó y volvió a esconderlo en el pantalón.

La puerta se abrió de repente. Sabrina no pudo reaccionar, Rey la agarró del pelo y la jaló fuera del auto. Gritó asustada. Intentó liberarse, pero no pudo. La arrastró del pelo, como a un costal de basura, lejos de las chatarras. Luego de un buen tramo, Rey se detuvo y la soltó. Ella permaneció recostada, mirándolo al revés. Rey le apuntó con la pistola – ¿Pensabas dejarme? – Le reprochó. Luego le pisó la frente presionando con fuerza. Sabrina le agarró el pie e intentó sacárselo de encima. –No tenes que olvidar cuál es tu lugar. Estas para servirme. – Dijo Rey -La verdad me jodiste mucho los huevos, pero como sos una de mis favoritas voy a ser generoso, te voy a regalar algo que te ganaste: La vida. Pero bueno, por culpa de todo este circo te voy a castigar. Te voy a encerrar hasta que se te caigan los dientes y camines arrastrando las tetas, te vas a pudrir en “la cueva” – Ella escuchaba aterrorizada. Rey dejó de pisarle la cabeza. Sabrina se arrastró para escapar, pero Rey la interceptó con una patada en la cara. Ella acabó tirada, inmóvil. Rey la observó un momento. La levantó de los brazos y se la colgó en los hombros, como a un costal. El pelo de Sabrina le rosó la cara. Pudo olerla, tenía un aroma agradable, no olía a puta, olía a rosas. Rey recordó a su abuela acariciándole el rostro y sintió nostalgia. Por un momento deseó ser niño de nuevo.

Silbó para dar aviso de su ubicación. Un trueno acompañó las primeras gotas de lluvia. Caminó para salir del cementerio cargando a la chica. De repente, Sabrina se despertó y de un golpe le ensartó el cuchillo que escondía en el ojo sano. Rey gritó dejándola caer. La había subestimado, pero ya no más. Se tapó la cara cubierta de sangre. Acabó de rodillas en el suelo. Se lamentó arrastrándose. Lloraba lagrimas rojas y aullaba como un animal herido. Sabrina lo miró con atención. El jefe, el capo, la justicia, el Rey ya no era tan poderoso. Escuchó al resto de los hombres acercarse silbando. Sabrina escapó metiéndose en un bosquecillo.

IX

Sabrina corrió a través de los árboles esquivando ramas y arbustos. Saltó sobre un tronco caído y miró hacia atrás, nadie la seguía. Continuó avanzando entre los palos torcidos y las ramas secas. Las copas de los árboles no conseguían frenar la lluvia torrencial. En poco tiempo estuvo empapada de pies a cabeza. Siguió avanzando largo rato hasta encontrarse con una carretera. A lo lejos vislumbró un par de luces aproximándose. Podría ser un auto. Sabrina corrió al encuentro. La ropa mojada se le pegaba al cuerpo. Las farolas del auto avanzaban acercándose a ella. Agitó los brazos gritando. El auto disminuyó la velocidad hasta detenerse. Ya sin aliento Sabrina río y lloró. Las luces la encandilaban, no podía distinguir nada. Con la palma se limpió el agua del rostro. Oyó la puerta del vehículo cerrándose, alguien había bajado. Extendió una mano e hizo sombra. Con los dedos tapó el destello de las luces consiguiendo ver el auto. Era un rastrojero viejo. Le pareció familiar. Una figura emergió de la luz. No tardó en reconocerlo. El viejo de barba blanca se acercaba cargando una pala. Sabrina intentó voltear, pero el viejo le dio un potente palazo en la cabeza.

Aunque no podía moverse, veía todo lo que sucedía, como si estuviese en un extraño transe. El viejo la cargó como a un costal. Abrió la puerta del acompañante y la metió en el coche. Cerró la puerta y subió por el otro lado. Movió la palanca de cambios y el auto se quejó hasta arrancar. Sabrina veía la lluvia golpear el parabrisas y también escuchaba los truenos, pero no podía moverse. Un par de lágrimas se le deslizaron por el rostro. Lo había intentado hasta con sus últimas fuerzas. Era difícil escapar de situaciones que van más allá de nuestro control. Una parte de ella había sido redimida, pero otra seguía en una prisión construida desde hace siglos.

Todos en el pueblo vieron que ese día una de las chicas quiso huir de la whiskería, pero nadie podía arriesgarse, “Cada cual en lo suyo”. Sabían que esa puta había sido valiente, nunca libre, pero sí valiente. El rastrojero avanzó por la ruta y pasó por debajo del cartel del pueblo que decía: “Bienvenidos al Rey”.


FIN

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