LA MUJER ESCONDIDA

PARTE I

I

Ese día un grito abrumador inundó, prácticamente, cada rincón del pueblo. En pocos minutos, los caminos de adoquines y las fachadas coloniales de las casitas quedaron desoladas. Muchos se habían encerrado, perturbados y temerosos. Pero, aunque todos lo escucharon, nadie se atrevió a involucrarse. El grito venía de la whiskería, la única del lugar y así como las víboras no se muerden la cola, nadie en el pueblo era tan estúpido como para ir a la whiskería. Ni lo pensaban; simple instinto de supervivencia. Ese lugar era un antro. Una casucha colonial venida a menos. Tenía los típicos ventanales de un verde agua vomitivo y los techos altísimos oscuros, ideales para cuidar los linajes arácnidos de siglos. En el interior no había música, ni baile, ni clientes; solo el grito tremendo retumbando en las paredes gastadas por la humedad. Pero no era un grito cualquiera, era el grito de Rey. Con solo nombrarlo era suficiente para cagarse del miedo. Rey era el jefe, el capo, algo así como la justicia. Nadie le contradecía en el pueblo, mucho menos los hombres que trabajaban para él.

Rey estaba acostado en un sillón y sus siete hombres más rudos rodeándolo. Uno al lado del otro expectantes y fieles, como los apóstoles a Jesús, o talvez más.

Rey se quejó gritando por última vez. Uno de los tipos le arrancó de un tirón, algo de la cara y lo puso sobre una mesita a un costado. Era un sacacorchos, uno muy peculiar, con forma de un nene en pelotas. El rulito de metal simulaba ser el pito erecto del juguetito. Al parecer, alguien se lo había ensartado en el ojo. Uno de los secuaces, levantó una botella de wiski y luchó hasta abrirla. Sostuvo la cabeza de Rey y le echó un chorro en el ojo destrozado. Rey gritó, y gritó fuerte. Para aguantar el ardor apretó el cuero del sillón haciéndolo rechinar. Sino duele no sirve. El líquido corrió hasta limpiar la sangre de la herida. Del parpado cerrado, se asomaba un montón de carne blancuzca viscosa. Rey presionó un labio con la lengua y silbó. Silbó como si llamase a un perro. Una chica adolescente, se acercó corriendo desde atrás, temblorosa. Llevaba una pollerita corta, muy corta, y una remera ajustada en donde se le marcaban las tetas subdesarrolladas. En general tenía aspecto de mugrienta y sufrida, igual al de un perro callejero sarnoso. –¡Las llaves de la camioneta! – Le gritó Rey. Obediente, la chica salió corriendo a buscarlas. El tipo que le curaba el ojo, le colocó una gasa sobre la herida. El blanco de la gasa se tiñó con el rojo de la sangre. Luego cortó dos pedazos de cinta aisladora azul, la única que tenían a mano, y se los pegó sobre la gasa; uno sobre otro formando una cruz. El rojo de la sangre y el azul de la cinta, contrastaban y parecían a su vez, uno de esos símbolos de tránsito vial que prohíben algo. La chica regresó con las llaves. Rey las agarró y se levantó enfurecido. Quien haya violado con un pito sacacorchos la intimidad de su visión, lo iba a pagar. – “Diente por diente y ojo por ojo”– Pensó – ¿O era al revés?

II

En el centro del pueblo, avanzaba por una vereda un hombre con actitud sospechosa. Tenía una gorra roja, lentes de sol y una barba azabache artificiosa. Caminaba mientras arrastraba una enrome maleta roja. La movía de a tramos, y en cada tirón, parecía dejar algo de vida. Los comerciantes miraban al sujeto sospechoso de la maleta gigante, sin embargo, se hacían los desentendidos, “cada cual en lo suyo”. Ya sin aliento el tipo levantó la mano para hacer señas a un taxi. El auto era un modelo viejo, nada lujoso, como todo en el pueblo. El taxista salió del vehículo casi volando y sin preguntar abrió el portaequipaje. Tomó un lado de la maleta, el tipo de gorra el otro, y la levantaron con mucho esfuerzo. El peso les hacía temblar las piernas. Con un último tirón, consiguieron meterla. –Mieeeeerda…- Dijo el taxista suspirando. Casi le preguntó qué había dentro, le daba mucha curiosidad. Pero prefirió no saber, “cada cual en lo suyo”. El tipo de gorra miró la maleta. Era de un rojo brillante. El cobertor estaba nuevo, a excepción de un montón de agujeros en un costado. Parecían hechos por un cuchillo o algo así. –Yo cierro- afirmó. El taxista le devolvió una mirada y sin cuestionar entró al auto. Nadie en el pueblo quería problemas, por eso siempre era mejor hacerse el tonto. El tipo de gorra arrimó la portezuela sin cerrarla del todo. Subió al taxi y un momento después, el coche arrancó.

El taxi avanzó por la ruta dejando atrás las casitas. Cruzó por debajo del cartel con el nombre del pueblo. “Bienvenidos al Rey” cuyo reverso decía “Vuelva pronto al Rey”.

El tipo de gorra iba sentado en la parte trasera del taxi. Volteó a mirar hacia atrás, a la ruta. Nadie venía más que ellos, y algún que otro camión de paso. Sonaba en la radio del taxi, una balada melosa:

Hermano quiero darte un consejo
si quieres disfrutar de tus placeres
consíguete un arma si quieres
y hazte asesino de mujeres”

La canción fue interrumpida por una locución llena de interferencias. –Queridos Vecin… Me piden tengan… cial precaución con un suj… ja … ta…- Lo demás fue solo ruido. El taxista movió unas perillitas en la radio para acomodar la señal. Se oyó de nuevo la locución -…ito, queridos oyentes, las autoridades locales nos han pedido dar alerta para la búsqueda de un sospechoso. Tez morena, barba negra y baja estatura. Fue visto por última vez transportando una maleta roja. – El sujeto de gorra vio por el espejo retrovisor los ojos del taxista clavados en él. La locución siguió un poco más: -Repito, el sujeto representa un grave peligro para la comunidad. Ante cualquier información no dude en comunicarse con nuestros oficiales. Seguimos con el programa habitual. Muchas gracias- A continuación, volvió a empezar la balada. Los dos se miraron a través del espejo retrovisor. El taxista respiraba agitado. Una gota de sudor le colgaba de la nariz, otras muchas se le deslizaban por la barbilla. El tipo de gorra, metió con disimulo la mano en el bolsillo, y un segundo después, sacó despacio un picahielos. Ambos sabían que cualquier movimiento debía ser cuidadoso, un leve pestañeo podría ser motivo suficiente para explotar. La balada seguía sonando en la radio:

Asesínalas
de amor y de locura
devóralas con besos y ternura
consúmelas con caricias y dulzura”

El taxista saltó del asiento e intentó abrir la guantera. Desde atrás, el hombre de gorra, se abalanzó tomándolo del cuello. Forcejearon un momento, gimiendo. Luego, agarró al conductor de los pelos y le pegó la cabeza contra el respaldo. El auto hizo un zigzag en medio de la ruta. El taxista estiró el brazo para llegar a la guantera, pero no pudo, estaba aprisionado. Contraatacó al pasajero arañándole las manos y consiguió liberarse. Intentó de nuevo, y usando la punta de los dedos, logró abrir la guantera. Dentro había una pistola. Quiso agarrarla, pero el tipo de gorra lo alejó de nuevo jalándole el cabello. En la ruta, frente a ellos, se aproximaba un camión. El taxista se percató, y con un volantaso pudo esquivarlo; la sacudida le favoreció acercándole la pistola. Sin dudar, la levantó y gatilló. El auto se iluminó con los fogonazos de los disparos.

III

El taxi acabó chocando contra un viejo árbol, a orillas de la ruta. El frente del auto estaba prácticamente destrozado. Nada en el interior parecía moverse. El taxista, o lo que quedaba de él, estaba enredado en el volante y bañado en sangre. Tenía también, el picahielos clavado en el cuello. En el techo del auto había tres agujeritos, producto de los disparos.

De repente, se escucharon una sucesión de golpes. Un golpe, otro golpe y la puerta trasera del taxi se abrió con un estruendo. Desde el interior, saltó el hombre de gorra. Cayó al piso agotado y mal herido. Recostado en la tierra respiraba con dificultad. Parpadeaba lentamente, como si tratase de recobrar la conciencia. La sangre que le chorreaba de la cabeza, se había transformado en una especie de barro rojo. Se sentó con esfuerzo y miró al taxi incrustado en el tronco. Al parecer algún dios compasivo, le había regalado una segunda oportunidad. Se tanteó la pierna derecha, la más dolorida. Descubrió la puntita de un hueso asomándose por debajo de la rodilla. Jadeo apretando los dientes, el hueso astillado, le punzaba la carne. Se arrastró en contra del auto, y se las ingenió para ponerse de pie. Respiró agitado, no de cansancio sino a causa del puto hueso que lo señalaba, juzgándolo, recordándole que era un afortunado al seguir con vida. Cojeó hasta el portaequipaje. Levantó la portezuela y ahí estaba, la enorme maleta roja. No se había caído en el camino, estaba ahí, intacta, roja y brillante tal y como la había dejado. Tanteó el borde hasta dar con el cierre. Desesperado, lo abrió a tirones. De golpe, la tapa de la maleta se abrió sola y saltó del interior una muchacha.

Empujó al hombre e intentó correr. Éste la tomó de la muñeca impidiendo que escape. La chica, era una adolescente de no más de quince años. Estaba vestida con un pantalón short poco discreto, y una blusa casi transparente. Aunque la chica forcejeaba asustada, el hombre no la dejaba escapar. –Shhh… ¡Soy yo, soy yo! – Le dijo el hombre con voz dulce. Su timbre era agudo, y su tono afeminado. La chica siguió tironeando, intentando zafarse. -Sabrina, soy yo, soy yo- Repitió el hombre hasta poder calmarla. A la chica le sorprendía que este desconocido supiera su nombre, Sabrina. El hombre se arrancó la barba, que, para sorpresa, era un disfraz. Sabrina lo miró con atención, intentando reconocerlo. Estiró la mano y le acarició el rostro. Dudó un poco y luego le sacó la gorra. Debajo escondía un rodete de cabello. El brillo en sus ojos y lo delicado de sus facciones, delataban al impostor. El hombre era en realidad, una mujer mayor. María. Ambas se miraron en silencio, estupefactas. – ¿Mamá? – Preguntó Sabrina. Al reconocerse se aferraron en un abrazo. Sabrina lloró e intentó decir cosas que fueron inentendibles. María la contuvo entre sus brazos. En la cercanía, le olía el cabello mientras la acaricia con vehemencia. La felicidad reinó por un momento.

IV

El reencuentro fue interrumpido por el sonido de un camión estacionando a una orilla de la ruta. María, alterada, le hizo señas a Sabrina para que la ayudase a caminar, con el pie así de destrozado, se le dificultaba moverse. Del camión se bajaron dos tipos gordos. No podían saber si eran buenos y a estas alturas no valía la pena arriesgarse. María se colgó de Sabrina y usándola de apoyo pudo avanzar rápido. Se alejaron del lugar del accidente y de los gordos camioneros. Siguieron hasta llegar a una tranquera que se encontraba abierta. El campo frente a ellas, tenía malezas casi tan altas como árboles. Parecía abandonado. Lo atravesaba un camino de tierra apenas visible. A lo lejos, al final del camino, se asomaba una casa junto a un molino en desuso. Podría ser un buen lugar para ocultarse y recuperar fuerzas. Las mujeres se dirigieron hacia allá.

El sol se debilitó dando lugar a una ambiente azulado y frío. La humedad y el polvo suspendido como neblina, despertaban a los primeros grillos que, cantando al unísono, anunciaban la llegada de la noche. María se sentó junto a un árbol mientras Sabrina revisaba la casa. En la espera aprovechó para cubrirse la herida. Arrancó un pedazo de remera y vendó con fuerza el pie fracturado tapando el hueso expuesto. Sabrina cruzó los pastos secos hasta toparse con la pared de la casa. Espió el interior por una ventanita. Estaba oscuro y no alcanzó a diferenciar figura alguna. Fue hasta otra ventana más grande. El vidrio estaba cubierto por una capa de tierra endurecida. Apoyó un codo sobre la suciedad y lustró hasta dejar un circulo transparente. Miró dentro de la casa. En este cuarto, se extendía a lo largo de la pared, una mesada. Para su sorpresa aún conservaba los muebles. Cocina y heladera, aunque antiguas, estaban de pie. En medio una mesa con sillas e incluso un aparador. Si bien todo estaba en orden, parecía abandonada. Las paredes estaban destrozadas por la humedad y de las lámparas colgaban telarañas como lianas. Todo se veía un poco tétrico pero seguro al fin.

Decidió traer a María. Una vez que estuvieron junto a la casa, Sabrina buscó la forma de entrar. Se acercó a una ventana y empujó el vidrio con fuerza, pero no pudo moverlo, parecía atascado. Luego golpeó el marco de madera en distintos lugares, pero tampoco cedió. Antes de darse por vencida, caminó a lo largo de la pared hasta encontrar, lo que podría ser, la puerta trasera de la casa. Bajó el picaporte y empujó, pero estaba cerrada. María se acercó saltando. Después se sacó la campera de jin y la usó para envolverse el puño. Se protegió la cara y golpeo el vidrio de la puerta. El cristal se quebró y acabó por hacerse trizas contra el suelo. A continuación, raspó el marco para limpiar los restos filosos. Por ultimo metió la mano y buscó sobre el picaporte hasta llegar a un pasador; lo destrabó y consiguió abrirla. Se colgó de Sabrina, y entraron en la casa.

El interior estaba oscuro. Cruzaron la cocina esquivando algunos muebles rotos, y acabaron en lo que parecía ser, la sala. La silueta de un enorme sillón era apenas visible. Sabrina se acercó y tanteó los almohadones. Se sentían cómodos, aunque estaban cubiertos de polvo. Los limpió con las manos y luego ayudó a María a recostarse. Por fin podía descansar tranquila. Mientras tanto Sabrina buscaba una fuente de luz. Llegó hasta un interruptor en la pared, pero al activarlo nada sucedió. Tal vez el sistema eléctrico estaba averiado, era difícil saberlo. Caminó hasta un enrome ventanal y abrió las cortinas. También fue inútil, la luz que entraba era muy tenue, afuera estaba casi de noche. Al asomarse pudo ver el camino de tierra que venía, desde la tranquera hasta la casa. El sol débil en el horizonte, delineaba a un único árbol penumbroso en medio del campo.

Sabrina continuó con la búsqueda. Forzó la vista para distinguir algo en la oscuridad. En una pared, parecía haber una estufa a leña. Se acercó con las manos extendidas, cuidando no tropezar hasta enganchar el pie con algo en el suelo. Se agachó para inspeccionar. Era sin dudas un cable. Lo siguió en dirección a la pared. Estaba enchufado en una zapatilla eléctrica junto a un montón de otros cables enredados. Movió el manojo hasta encontrar el interruptor de la zapatilla y la activó. Casi de repente, cientos de lucecitas de colores se encendieron en todas partes. Se extendían por las paredes, sobre el ventanal e incluso por el techo colgando en racimos. Otras, adornaban un pinito navideño a un costado de la estufa. El árbol estaba amarillento y seco. Le colgaban de las ramas esferitas y guirnaldas. Las fiestas habían pasado hace meses, lo que podría suponer que desde entonces el hogar estaba abandonado. María acostada, contempló el espectáculo mágico. Las muchas luces suspendidas alrededor, parpadeando sin ritmo, parecían luciérnagas. Se sentía a gusto, necesitaba descansar. Entrecerró los ojos perdiéndose en sus pensamientos que la transportaban a otro sitio. No era la primera vez que estaba frente a luces así.

V

En el pueblo durante las noches, el cartel de la whiskería también se iluminaba. Tenía escrito “El rey muerto” con luces de neón que prendían y apagaban en intervalos de colores.

Dos oficiales de policía, salieron riendo de la whiskería y caminaron hasta un patrullero. Ambos subieron y se fueron manejando sin prisa.

Dentro, la whiskería, estallaba repleta de viejos, gordos y machos rudos. Mesas circulares dispuestas como en un bar, se extendían ocupando casi todo. Una chica adolescente, se acercó a una mesa en plan de camarera. Sin previo aviso, un gordo le dio una nalgada. Aunque pareció molestarle, no se resistió a los manoseos, y respondió con una falsa sonrisa. Después se alejó sin quejas, como si esto fuese parte de la rutina.

A un costado del salón, en una mesa oculta entre sombras, estaba sentada María. Llevaba puesta la barba artificiosa y la gorra roja, es decir, estaba disfrazada de hombre. Sobre la mesa había una botella de vino media vacía, y un sacacorchos con forma de nene desnudo. El rulito de metal simulaba ser el pito del nene. María levantó el vaso y bebió un sorbo. Hacía rato que observaba a Rey desde una distancia prudente. Él se encontraba ahora, en la barra de tragos. Tenía los dos ojos sanos e intactos. Era alto, corpulento y llevaba puesta una campera de cuero negra. Rey abrazó a un tipo pelado mientras reían a carcajadas. María solo podía ver muecas, no conseguía oír nada a causa del bullicio. Rey levantó un vaso pequeño de la barra y lo vació de un trago. El pelado se acercó y le habló al odio. Rey escuchaba atento, asintiendo con la cabeza. A continuación, el pelado sacó algo de un bolsillo, y lo deslizó sobre la barra. María pudo distinguir que se trataba de dinero. Rey se levantó y le hizo señas al pelado para que lo siga. Caminaron unos pasos y cruzaron una cortina a un costado de la barra. María miraba con atención, ninguno de los dos salía. No fue hasta después de varios minutos que Rey se asomó. Sostuvo la cortina abierta, mientras el pelado salía junto a una chica adolescente. La muchacha se veía desorientada, talvez drogada o aturdida. Rey les señaló una puerta cruzando el salón. El pelado y la chica caminaron de la mano hasta perderse entre la gente. María empinó el vaso bebiendo todo el vino. Agarró el sacacorchos con forma de nene y acomodó el rulito entre sus puños. Luego se levantó y caminó en dirección a Rey. El rulito de metal se asomaba de entre sus dedos.

María se acercó y sin dudar, antes de que Rey reaccionara, le ensartó el sacacorchos en el ojo. Rey cayó al suelo retorciéndose, gritando de dolor. Un tumulto de gente, se amotinó en torno a él. Todo sucedió tan rápido que no hubo testigos del ataque. María aprovechó la distracción y se escabulló por detrás de las cortinas. Caminó a lo largo de un pasillo hasta dar con una puerta de chapa. Corrió un pasador rustico que la mantenía cerrada. Luego la empujó despacio, temiendo lo que pudiese encontrar del otro lado. Un aire frío, como el aliento de una caverna, sopló desde el interior. Era un cuarto ciego, sin ventanas, con una densa oscuridad. A medida que María abría la puerta, la luz descubría el sitio. Colchones, botellas de cerveza y algunos platos sucios estaban regados en el piso. La sangre se le heló al descubrir algo perturbador. En medio del cuarto, un montón de chicas estaban amontonadas abrazándose, temblando asustadas. Entre ellas pudo ver a Sabrina. De repente, las chicas se levantaron con un salto, transformándose en pájaros. Revolotearon alrededor de Sabrina hasta salir del cuarto. Sabrina miró a María y sin mover los labios, en un acto de telequinesis, le susurró al odio – ¿Mamá? -.

María despertó exaltada. Aún estaba recostada en el sillón. Quiso levantarse, pero la pierna herida no se lo permitió. La sala estaba oscura, parecía de noche. Sabrina la miraba de cerca con ojos brillosos. -Mamá viene alguien- María se había dormido perdiendo la noción del tiempo. Se levantó con ayuda de Sabrina y cojeó hasta el ventanal. Un rastrojero viejo se acercaba por el camino de tierra. Tenían que ocultarse. Se colgó de la chica y cruzaron la sala. El sonido ronco del motor se aproximaba cada vez más. Pasaron por la cocina y entraron en un pasillo con varias puertas. Sabrina intentó abrir la primera, pero estaba con llave. Fueron a la siguiente. Sabrina empujó la puerta abriéndola de golpe. Un hedor nauseabundo las obligó a retroceder. El horror las invadió al ver un cadáver recostado en la cama. Tenía la carne seca y podrida. Llevaba puesto un camisón y mostraba los dientes en una sonrisa cadavérica. Sobre el pecho abrazaba un cuerpo más pequeño, como el de un niño. Sabrina quiso gritar, pero María le tapó la boca. –Shhhh…- susurró. El motor del rastrojero se apagó y luego de un momento, escucharon el portazo del coche.

Un viejo entró en la sala. Cargaba un saco y tenía una larga barba blanca. Zapateó en el umbral para sacar el barro de las botas y rezongando soltó el sacó. Atravesó la sala oscura moviéndose con facilidad entre los muebles. Llegó hasta la pared y encendió las lucecitas. El viejo parecía un papá Noel siniestro y arruinado. A continuación, se dirigió a la cocina. En el camino se detuvo al escuchar como crujían sus pisadas. Estaba parado sobre los pedazos de vidrio. Miró la puerta trasera y se sorprendió al verla abierta. Al examinarla descubrió uno de los cristales roto. Alguien había entrado en la casa. El viejo abrió un cajón de la mesada, hurgó dentro y sacó un cuchillo. Apuntó con la enorme hoja, y con el sigilo de un cazador, se deslizó por el pasillo.

VI

-El pueblo es tan pequeño como una espinilla en el culo, y a veces igual de molesto- Pensó Rey. En alguna parte tenía que estar oculto. Él y sus hombres pasaron todo el día buscando. Se les hacía difícil recolectar información, ya que los pueblerinos solo respondían con evasivas. Hasta ahora nadie se había atrevido a preguntarle sobre el parche en el ojo. Los muy cobardes no querían verse involucrados. No descubrieron, hasta torturar a un comerciante, que el tipo de la maleta había escapado en un taxi camino al pueblo vecino. Rey y sus hombres montaron camionetas y fueron a buscarlo. Sin embargo, no tuvieron éxito. Nadie lo había visto. Golpearon a un par de puteros drogones que conocían, pero no consiguieron información. El tipo de la maleta había desaparecido. El tiempo pasaba, y con él se iba la paciencia de Rey. El ojo reventado no había dejado de sangrar. El ardor iba en aumento haciéndose insoportable y enfureciéndolo más y más. Justo antes de estallar en una crisis nerviosa, recibió un llamado al celular. Un oficial amigo le contó sobre un accidente a orillas de la ruta. Al parecer un taxi había perdido el control embistiendo contra un árbol. El oficial se había encargado que nadie supiera del incidente. Una vez más, Rey y sus hombres, montaron las camionetas.

Cuando llegaron al lugar ya era de noche. El taxi estaba incrustado en el tronco. El capó aplastado parecía un acordeón. En el interior, estaba el cadáver del taxista enredado en el volante. El tipo de gorra no se hallaba por ninguna parte, tampoco la puta que ocultaba en la maleta. No podían haber ido muy lejos.

El viejo barbudo avanzó por el pasillo de la casa. Un olor a podrido le obligó a taparse la boca. Fue hasta la habitación con los cadáveres y cerró la puerta. Nadie podría ocultarse allí sin morir asfixiado. Había pocas posibilidades. Se asomó en el baño. Era pequeño y estaba despejado. El resto de los cuartos estaba bajo llave a excepción de uno. El viejo se dirigió a esa habitación. Se paró frente a la puerta, preparó el cuchillo y entró. Intentó encender la luz, pero no hubo caso, no funcionaba. El cuarto estaba repleto de muebles tapados por nilones. Atravesó la habitación, mirando a todos lados sin bajar el cuchillo, sabía que el peligro lo asechaba. Se topó con un pequeño bulto cubierto por un nilón. Lo jaló de un tirón, destapando una muñeca de porcelana. La muñeca lo miraba con ojos alegres, tenía rizos dorados y una sonrisa de oreja a oreja. El viejo siguió hasta otro bulto y también lo destapó. En este había una lámpara infantil. La sombrilla era de color rosa y tenía perforaciones de animalitos. Solo faltaba una toma de corriente para encenderla. A sus espaldas, una figura cruzó la habitación oscura. El viejo volteó apuntando con el cuchillo. Apretó los ojos, pero no consiguió ver nada, solo bultos de nilón. Siguió buscando una toma eléctrica. Se acercó a una pared hasta chocar con un enorme mueble, también cubierto. Se apoyó en este haciendo sonar las teclas de un piano. El viejo se sobresaltó, había olvidado por completo la existencia de ese piano. Sosteniéndose de un borde tanteó la pared oculta. Acarició con la yema de los dedos hasta tocar los agujeritos de una toma eléctrica. Buscó el cable de la lámpara, y la enchufó. La colocó sobre el piano y apretó un botoncito en el pie. La lámpara encendió proyectando animalitos en toda la habitación. El viejo miró alrededor. Todos los bultos estaban cubiertos menos uno. Debajo de un nilón enganchado, se asomaba la puerta de un ropero antiguo. El viejo río para sí mismo. Ya sabía en donde se escondía el intruso. Se acercó sin hacer ruido. Se paró frente al ropero y agarró con cuidado la perillita de la puerta. Levantó el cuchillo preparándose para atacar. Acto seguido, abrió la puerta y amagó con apuñalarlo. Detuvo el golpe al oír el grito agudo de una chica. Sabrina estaba acurrucada dentro del ropero, llorando asustada. El viejo la miró aliviado. No era más que una adolescente. La pobre estaba sola y desprotegida, y aunque no sabía porque acabó en la casa, le gustaba la idea. Le miró los senos que se asomaban debajo de la blusa suelta. A causa de esto, se le escurrió un chorrito de baba que limpió con un lengüetazo. Luego arqueó los labios en una sonrisa. A espaldas del viejo, se alzó María y lo golpeó con un perchero. El viejo cayó de rodillas. María estiró la mano para alcanzar a Sabrina. De repente, el viejo se enderezó y de un zarpazo le cortó el cuello a María. De la herida brotó una cascada de sangre. La mujer retrocedió hasta caer acostada. Sabrina gritó y se le colgó al viejo de la espalda. Éste se tambaleó tratando de sacársela de encima. En un acto de furia, Sabrina le mordió el cuello haciéndole gritar como a un cerdo. El viejo no tuvo más opción que dejar caer el cuchillo. Sabrina lo liberó y se arrastró para agarrar el arma. El viejo la detuvo manoteándole los pelos, pero ella alcanzó el cuchillo, y con un giró le tajeó el brazo. Sabrina contraatacó clavándole el cuchillo en la punta del pie. El viejo se lamentó y en un intento por retroceder, tropezó golpeado la cabeza contra el piano y haciendo sonar un acorde desafinado. Acabó en el suelo arrastrando consigo, el nilón que recubría el piano. Con mucha liviandad, la hoja de plástico se deslizó tapando al viejo, quien se había transformado, en un bulto más dentro de la habitación.

Sabrina corrió hasta María, se arrodilló en una laguna de sangre y la sentó con cuidado. El cuello no dejaba de sangrar. Sabrina tapó la herida con la mano, pero fue inútil. – ¿Mamá? ¿Mamá? – Le dijo varias veces sin recibir una respuesta. Al ver que no reaccionaba se le hizo una piedra en el estómago. La contempló en silencio largo rato. Quería creer que era un sueño. Dudosa, la contuvo en un abrazo tembloroso. La meció varías veces y acabó por soltar un alarido. Ya no había nada por hacer.

*****

FIN DE LA PARTE I

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