VIVIR ES FÁCIL.

VIVIR ES FÁCIL.

D Carles ML

11/07/2017

– Vivir es fácil, son nuestras actitudes las que ponen las dificultades. Si simplemente fluyes, navegas por la vida, verás que todo es mucho más sencillo y agradable.- entrecerró los ojos poniendo la cara de sabio que usa cuando da un consejo.

Me revolvió el estómago.

Consoladoras palabras que me han repetido una y mil veces a lo largo de mis 45 años, y sinceramente me hartan pero no les voy a negar su parte de verdad

De niño ya la timidez, la introversión, los miedos irracionales, me sumergieron en un abismo profundo y oscuro.

Por eso estudié espeleología y submarinismo, de modo de estar la mayor parte de mi tiempo en las profundidades en las que la sociedad me había etiquetado.

Angustiado por mis propias miserias, busqué ahondar en mi interior, por lo que me anoté en cursillos de yoga, luego en escuelas de expresión psico-corporal, de tantra, de evolución del alma, de archivos akáshicos y finalicé siendo un experto en las concepciones básicas de nuestro yo interior.

Monté una empresa de limpieza de chimeneas y túneles que prosperó rápidamente, pero una vez limpias todas las de la ciudad, solo me quedé con el mantenimiento, y esto no era rentable.

Cerré la empresa.

Un amigo me propuso que iniciáramos un taller de búsqueda del niño interior, pero lo rechacé y puse en marcha otra idea, la de rescate de personas en profundidades, al poco tiempo quebré.

Fue un fracaso, pues eran contados con los dedos de una mano, los que imprudentemente se perdían en una cueva o un pozo hondo.

Al fin cedí a la insistencia del amigo y socio, montando un nuevo emprendimiento, la Primera Escuela del Arte de Conocerse Interiormente, la PEACI como la llamamos. La matriculación en el primer semestre superó en mucho la capacidad de aforo; alquilamos una nave industrial y la acondicionamos para recibir a los postulantes a ser Master PEACI’s. Con los egresados ampliamos la cobertura hasta llegar al extranjero; contratamos un grupo de chamanes mexicanos y un par de psicólogos argentinos, con eso la Escuela tomó una envergadura tal, que no nos alcanzó el tiempo para dar conferencias e inaugurar sedes.

Pero como todo lo que sube, termina bajando, en una de las sesiones de hipnotismo regresivo, la paciente se murió. En realidad falleció de un ataque cardíaco por exceso de grasas que comió antes de la sesión; ella había prometido comenzar una dieta recomendada por nuestros nutricionistas, y a modo de despedida de su antigua vida, fue a un McDonald y se comió 8 hamburguesas triples y cuatro packs de patatas fritas tamaño XXXL.

Pero la fama tras la muerte en el gabinete de la escuela, fue determinante; la prensa ávida de decesos escandalosos y con morbo, nos hizo papilla.

La Escuela se fue al traste.

Regresé a hacer espeleología en las cavernas del Pirineo Catalán, guiando a grupos de curiosos y amantes del deporte de riesgo.

Fue entonces que en una de las expediciones, uno de los integrantes tuvo la peregrina idea de apartarse de la ruta e incursionar en un túnel no reconocido. Allí fui a su rescate y tras 4 horas de bajada en una escabrosa y no menos peligrosa cueva, terminé en una bóveda natural con un lago interno de aguas templadas.

A poco de estar extasiado observando vegetación desconocida e insectos extraños, un ligero temblor selló el conducto por donde bajé. Sin desesperarme, razoné haciendo uso de lo aprendido en las diferentes disciplinas que pude estudiar.

Hice todo tipo de comprobaciones para buscar una salida, pero ninguna funcionó, entonces recordé la frase: “Si simplemente fluyes, navegas por la vida, verás que todo es mucho más sencillo y agradable”.

Me metí en el lago y dejé que la corriente del agua me llevara en sus mansas ondas. No puedo decir que no tenía miedo, pero me dije que al fin es natural y hasta beneficioso temer por lo que sucederá ante lo desconocido.

Atravesé zonas muy clamas, otras más rápidas y cuando parecía que sería un interminable viaje entre estalactitas, estalagmitas y todo tipo de formas calcáreas, la corriente me dejó en una bahía extensa con una playa de arenas rojizas. La luz provenía de lo alto, filtrándose por pequeños agujeros que posiblemente fuesen producidos por canales abiertos por las lluvias, o al menos eso pensé. En esas penumbras salí del agua y me estiré en la silenciosa playa, el aire no se movía, solo mi respiración formaba un minúsculo espiral que subía junto a los vapores propios de mi cuerpo.

Me sentí un tanto decepcionado y a la vez temeroso por no haber hallado una salida, y con el convencimiento que solo había ido en una suave pendiente que me alejaba cada vez más de la superficie.

Observé el entorno y calculé por la tenue luz que llegaba que regresar arriba sería una escalada formidable, al que no estaba seguro de alcanzar; aun así hice los preparativos necesarios. Apronté cuerda, ganchos, piquete, cuñas y las puas para los zapatos; me coloqué la mochila y comencé a ascender. El primer tramo fue con escasa dificultad, apoyándome en las salientes que formaron los incesantes goteos de agua saturada de cal y sulfuros; luego, como si de una curva exponencial se tratase, el ascenso se fue volviendo a cada paso más difícil.

No desistí y tras hacer varias paradas para descansar y recalcular lo que faltaba aún, conseguí acceder a una plataforma rocosa desde donde se podía ver la fuente de luz; era un espacio superior diáfano y anaranjado pastel, extraño y cautivante. Lo que suponía era la salida, se extendía ante mí y no comprendía bien dónde estaba.

Una mano colgó a la altura de mi cara para mi asombro. Era nervada, seca y coloreada por el ambiente. No pensé, actué por instinto y me así a ella con fuerzas; el brazo desconocido se tensó y haciendo pie en una saliente, subí.

La figura era de un hombre alto, musculoso pero de esas configuraciones sin nada de grasa, lo que hacía que los nervios, tendones y demás, se perfilaran con precisión; llevaba una barba corta, tenía el torso desnudo y su vestimenta solo, un pantaloncillo color rojo intenso. Estaba descalzo y noté que en su mano llevaba unas marcas en las palmas, de antiguas heridas que dejaran cicatrices muy marcadas.

– Gracias. No esperaba encontrar a nadie por estos lugares.

– No me dé las gracias, solo le tendí una mano. Y es cierto, no suelo estar por aquí, pero hoy se me ocurrió subir por estos lares y vengo a encontrarme justo por encima de usted.

– Las casualidades no existen y me alegro que así haya sido, estoy seguro ahora que podré salir.

– ¿Salir? ¿De dónde?

– Pues de este pozo o caverna.

– ¿Cómo llegó aquí?

– Me perdí en un estrecho túnel que se desmoronó sellando el regreso; luego vi un curso de aguas y floté hasta llegar aquí, a la playa.

– ¿Y qué hacía en el túnel?

– Buscaba a un expedicionario que se apartó de la ruta que teníamos fijada. Estaba seguro que había tomado este camino y lo seguí.

– ¿Se dedica a salvar vidas?

– Bueno… sí y no, soy guía de las cavernas de Sopeira y llevaba dos auxiliares con un grupo de novatos de seis personas, una de ellas se apartó y decidí hacer yo la búsqueda.

– Pero estamos bastante lejos de esas cavernas.

– No tengo la menor idea de dónde me hallo. ¿Qué lejos estamos?

– Unos cien kilómetros en la montaña, en línea recta y unos cuatro mil metros de la superficie.

– ¿Tanto he recorrido? No es posible, solo he flotado un rato… creo que no llegué a una hora de trayecto. No es posible que haya hecho tanto.

– Pues de acuerdo a lo que me dice, sí, es así.

– No es posible. No lo puedo creer.

– Crealo o no, es esto y no hay más.

– Perdón, ¿usted vive en estas profundidades?

– Sí, estoy aquí hace un buen tiempo.

– Pero a cuatro mil metros de hondo, el aire debería estar enrarecido y no siento que sea así.

– Es un… ¿microclima? ¿así se denomina?

– Sí, puede ser. ¿De dónde sale el aire? Porque noto una leve brisa, eso no debe ser producido por otra cosa que una diferencia de presiones internas. ¿Y la luz? ¿de dónde procede?

– ¡Uf! Muchas preguntas. Creo que lo solucionaré con una sola cosa, me presentaré y sus dudas quedarán esclarecidas. Mi nombre es Lucy.

– ¿Lucy? Es nombre de mujer…

– Bueno, vale, todos dicen lo mismo, pero es el diminutivo de Lucifer.

– ¡Qué! ¿Qué ha dicho?

– ¿Sordo? Suele suceder a veces, ya le digo son cuatro mil metros. Mi nombre completo es Lucifer.

Me alejé unos pasos hacia atrás y lo miré en toda su altura y anchura, el color anaranjado fuerte no era efecto del ambiente, sino su propio color de piel. Miré mis manos y se mantenían en su color blanco pálido, que aseguraba que lo que veía era ciertamente una tonalidad no humana.

Estaba frente al Señor de las Tinieblas ni más ni menos.

Mi mente racional se impuso a todo lo emocional que pugnaba por salir y a los instintos básicos que me decían a los gritos, que huyera de allí. Aclaré mi garganta seguro que si no lo hacía, el tono parecería el de un adolescente que se encuentra en pleno cambio de su voz.

– Lucifer. Entonces supongo que es el Señor de las Tinieblas.

– Algo por el estilo, son tantas las denominaciones que ya no me importan en demasía. Me da igual que me digan así, o el Maligno, el Diablo, etc.

– ¿Lucy está bien para llamarle?- dije con temor a ofender y encender la ira diabólica que se ha ganado.

– Veo que me temes, que tu miedo te atenaza y no deja que seas tú mismo. Eso es malo, debes soltar tus cuerdas internas, ¿no lo has aprendido en todo eso que has estudiado? ¿o que buscabas que no te ha servido para estar delante de mí?

– No sé… estoy turbado.

– Ya, te comprendo. La teoría puede ser muy bonita, muestra explicaciones, da consejos a seguir, muestra un camino seguro para la solución de varios escenarios, aunque digan que es para “todos” los escenarios. Mentira, pura falsedad, nadie expone su teoría de salvataje contemplando todas las posibilidades, amigo. Pero lo más triste es que tampoco lo hacen con aquello que será inevitable, como estar delante de mí, del supremo o de la misma muerte.- se movió dando pasos largos, buscando calmar la ira que sentía.- enseñan, enseñan, y siguen haciéndolo de modo equivocado, saben que lo están, pero insisten en el mismo punto. ¿Sabes? Todo, pero todo lo que has aprendido es falso.

– ¿Todo? ¿Nada se salva, digo… se acerca a ser verdadero?

– No, nada es verdadero. Vosotros habláis y las palabras podrían ser la guía que buscáis sin cesar, todos miden la intensidad de la voz, la entonación, la gramática o la ortografía al escribir, cuidad las notas de la música para que parezca melodiosa pero no armónica, os esforzáis para que se disimule lo esencial.

– ¿Pero… qué es eso esencial?

– Lo esencial… sí, lo esencial. – hizo un silencio y retomó el sermón.- lo esencial es la intencionalidad, eso es lo que le da valor y vida a cualquier palabra, el propósito con que se dice, los deseos ocultos, las pretensiones que tenéis guardadas para que no se los delate, para que no se vea la manipulación que hacéis. Cada vez que decís algo, detrás hay un deseo egoísta, las respuestas buscan afirmar el ego, los consejos que se les tengan de sabios, las de amor lo carnal solamente, las de odio evocan a la muerte, las de consuelo llevan el fin de alegrarse por no estar en los zapatos del sufriente, las de dolor piden a gritos atención y protección sobredimensionada, y así todo cuanto sale de vuestra boca tiene una carga emotiva muy bien dirigida, a vosotros mismos.

– Disculpa, pero discrepo.

– Discrepas, ¡ja! Discrepas y me dirás que tal o cual dicen lo que su corazón les dicta, que son sinceros y totalmente santos, inmaculados, inocentes como recién nacidos. ¡Mentid! ¡Solo mentid!- su voz atronadora hizo temblar el suelo y el aire se enrareció de pronto.- ¡Mentid como bellacos que sois! ¿Sabes cuál es mi pena? Escucharos, oír vuestras lamentaciones falsas, las argumentaciones y excusas que decís cada vez que abrís la boca, esa es mi pena y cárcel, oíros sin descanso. Oíros sin poder hacer nada, solo condenarlos por vuestras intenciones más que por los hechos.

– ¿Nos condenas por lo que decimos pero no por lo que hacemos? ¿Eres un juez o un diablo?

– Soy un diablo, un ángel rebelde que les conocí, que sabía lo viles que sois por eso no confíe jamás en vosotros. Por eso quise darles una lección que el supremo no aceptó. Y me envió aquí a condenaros, a que mi rebeldía fuese útil al fin y al cabo. ¡ja! Un juez administrando justicia a quienes se condenan solos. Pena me dais, pena profunda.- bajó la cabeza con cansancio.

– ¿Eso somos?- dije a media voz y no queriéndole mirar.

– Eso es poco, vuestra alma es un basurero, un estercolero. Cuando llegáis aquí debo haceros la limpieza de lo que habéis acumulado dentro, limpiaros y devolverlos a la morada de Él, cargando vuestra suciedad, enterrándola en las profundidades con la esperanza que sea la última vez que lo haga, ¡pero no! insistís, volved a producirla, no os cansáis de hacer mal.

– Creí… perdón, creí que tú nos incitabas al mal…

– ¿Yo? ¡jajajajaja! ¿Yo? ¿Yo incitaros al mal? Eso sí que es gracioso. ¡jajajaja!

– Entonces… el mal… el mal somos nosotros, ¿verdad?

– Sí hijo, vosotros sois el mal. No necesitáis que nadie os incite a producirlo, solos ya os lo arregláis muy bien.

– Estoy… avergonzado.

– ¡Ja! ¿De qué sirve sentir vergüenza si reiteráis vuestra maldad? ¡Pero si hasta habéis armado una ley de arrepentimiento que no cumplís! ¿quién se arrepiente realmente?… ¡Nadie!

Una a una sentía sobre mí sus palabras, como si fuesen mazazos sobre mi cuerpo. Caí de rodillas con las manos en la cabeza.

– Levántate hijo. No es tú hora de ser juzgado, solo has llegado aquí por alguna razón que desconozco. Tal vez te guiaron para que pudiese descargar aunque sea una sola vez, todo lo que siento. Tal vez deba darte las gracias, hijo. Tal vez…

– ¿Las gracias? ¿Por qué?

– No lo sé bien, es solo un sentimiento que tengo. Ven, te sacaré de aquí, ya has tenido demasiado por hoy.

– Pero qué…

Abrí los ojos y vi sombras que se acercaban y se retiraban, al fin los restregué y conseguí aclarar la visión, dos médicos y una auxiliar me atendían.

– Ya regresa en sí. ¿Cómo están las constantes?

– Tienden a normal doctor.

– Una vez que tome consciencia, le trasladamos al hospital, ¿está listo el helicóptero?

– Sí doctor, esperan que usted dé la orden.

– ¡No! Que vengan a por la cámara hiperbárica y lo carguen, no quiero esperar aquí.

Escuché los sonidos metálicos de una camilla y el lugar donde estaba se elevó; rodó por entre piedras y al fin sentí que el cilindro golpeaba contra algo duro, por la ventanilla podía ver las aspas del helicóptero comenzando a girar.

Hace dos meses de aquello, a la semana me dieron el alta asegurándome que me había salvado un milagro, me encontraron con la sangre llena de burbujas de oxígeno como si hubiese estado a una profundidad imposible. Se lo atribuyeron a los gases de la caverna. El miembro perdido de la expedición había regresado solo, y yo fui el extraviado por varias horas.

Cuando salí del hospital, mis amigos y familiares quisieron darme una fiesta por mi milagrosa salvación. Yo les agradecí y me fui a mi casa.

Descansé dos días seguidos, al tercero fui al banco y retiré el dinero que tenía, luego me encargué el resto de la semana en vender cuanto era mi capital y patrimonio.

Hice algunos cheques que envié por mensajería sin membrete.

Y aquí estoy, en medio del Himalaya.

No regreso nunca más a la sociedad, aquí pasaré la vida que me resta.

Tengo un huerto, una caverna que me sirve de refugio y poco más.

Se acabó la humanidad con la maldita especie, para mí.

A mi lado está siempre una escopeta Beretta M1201 calibre 12 magnum, porque:

“Vivir es fácil, son nuestras actitudes las que ponen las dificultades. Si simplemente fluyes, navegas por la vida, verás que todo es mucho más sencillo y agradable.”

Si encuentro algún día el que lo dijo, me lo cargo definitivamente.

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