Llegaré Tarde

Te veo tumbado boca abajo con ese ligero espasmo en el pié derecho. Hoy no roncas. Tus brazos, ese lugar en el que tantas veces me refugias, dibujan un ángulo recto abarcando más de la mitad de la cama. La habitación huele a ti, ese acre limpio que tanto me humedece.

Procuro no hacer ruido mientras entro. Inspiras y tu amplia espalda asciende pausadamente ensanchándose aún más si cabe. En silencio me siento en el borde de la silla que compramos para que yo pudiera maquillarme en la habitación frente al espejo, esa que últimamente pisoteas para anudarte los cordones de los zapatos antes de salir a trabajar.

¿Recuerdas ese día?, discutimos. A ti no te apetecía en absoluto ir a Ikea pero yo quería, sí o sí, comprar tarros de cocina y alguna alfombra barata para el salón. Finalmente fuimos y reiste mientras yo me peleaba con el maletero del coche empujando y empujando la alfombra para acomodarla dentro. Hará dos meses que la cambiamos, no fue muy buena elección.

Tu espalda desciende y un leve murmullo asoma en tu boca . Tus labios siempre me han parecido dibujados. Nunca nadie me ha besado como tú con ellos, me dan un abanico entero de sensaciones. Aún me tiemblan las piernas cada vez que me besas en el ascensor para anunciarme que ni a la cocina llegaremos.

Recoges ahora despacio los brazos contra el costado, perezosamente. Son viriles, acolchados con un espeso pelo en el que me encanta enredar las uñas de mis dedos.

Y tus manos ….. tus manos, venosas, fuertes, están abiertas.

Hoy desearía que con ellas me arrancaras la boca, esa boca que hace apenas unas horas complacía a otro sólo por un piropo. Desearía despertarte y confesarte que no te merezco. Pero de nuevo, como otras veces, te mentiré y callaré por que no quiero perder la única bondad en mi vida.

Quedamente me deslizo entre las sábanas y me acurruco a tu lado abrazándote mientras me duermo.

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