Siempre he dejado correr a los sentimientos cual caballos salvajes.

Mi corazón cae sobre mis huesos como una roca sobre el agua, me parte en mil pedazos de luz que flotan al cielo; bengalas rojas en la noche de la duda.

Floto en las ráfagas del viento, soy porciones de mi mismo que corren por el campo; basuritas que entran a los ojos y caen al suelo envueltas en lágrimas.

Aquí ya no hay nada para mí, las horas del reloj se han ido, volaron como aves al ocaso, se fueron contigo porque mi tiempo eras tu.

Brilla algo allá en lo alto, luz radiante atravesando nubes, juncos de luz, espigas del cielo, almas que parten a su origen.

Llueve el llanto de las estrellas, entristecen a la tierra, gritan sus suelos, las mariposas se van, sin ver el mundo está.

Me he amarrado a las ramas secas de los arboles caídos, cae la llama y todo se enciende, me enciendo y ardo y brillo y me voy, siendo brasas en las venas del humo que las rapta el viento.

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