Historia de otro momento

Historia de otro momento

Altazor

02/07/2017

Eran cerca de las 7 de la tarde de algún día de junio. Me encontraba en la barra del restaurante bebiendo una copa de Manhattan. Era ya el tercero que me habían servido y a esa altura de la tarde mis pensamientos se reducían a concentrarme en que la cereza no cayera del borde al fondo de la copa. Cuando iba por la cuarta ronda intenté hacer un esfuerzo en recordar el porqué de mi presencia en el local. Me esforcé por un buen rato mientras miraba la cereza que, entregada, yacía en el centro de la copa, y aunque trataba de hacer la sinapsis definitiva para conseguir mi objetivo, fue infructuoso.

En el momento que me di por vencido me dispuse a abandonar el local. Probablemente ese haya sido mi objetivo matter desde un comienzo. Olvidar el motivo que me llevó a querer olvidar. Saqué mi billetera del pantalón para pagar y bebí el último sorbo al seco. En lo que lograba saborear aquel último gusto a whiskey y vermut, escucho una voz ligeramente familiar.

– ¡Salud!

Era una mujer de estatura baja, con ojos marrones. Su cabello era liso y rubio. Le llegaba hasta el final de su delicado rostro. Claramente era una mujer atractiva o por lo menos para mi visión distorsionada de la realidad, lo era. La percepción inicial de familiaridad con su voz se tornó desesperante cuando, después de analizar cuidadosamente su rostro (en lo posible después de 4 manhattan) logré verla en su totalidad. Era un rostro que había visto anteriormente, de eso tenía plena certeza, sin embargo se me hacía inmensamente dificultoso recordar donde y cuando lo había hecho.

– Tienes cara de haberte tomado varios de esos, no creo que uno más te haga daño- Y con gran maestría señaló al barman que sirviera 2 copas más.

Si no fuese por la inquietante sensación de haberla visto antes, hubiese aplaudido en mi mente aquél osado acto. Y es que sin esa sensación aquella escena pudo ser maravillosa, si la viera como un observador imparcial sentiría envidia. Pero no, no era un observador imparcial ni tampoco me sentía a gusto, no por miedo a que me haya hecho algo malo en el pasado, sino porque comúnmente el destino, cuando es tan caprichoso de juntar a dos personas de esta manera, es porque hay algo meticulosamente planeado de por medio. Sabía que en el fondo de la situación se encontraba flotando una cereza. Hundida en en un perfumoso y embriagador contexto emocional del cual estaba lejos de hallar.

Luego de hablar un rato algunas cosas vagas, como el color de la barra o la procedencia del nombre del trago que estábamos bebiendo, mi insatisfecha curiosidad se hizo notar de la manera más natural posible.

– ¿Nos hemos visto antes? ¿te conozco de algún lugar?

Se quedó muda por un breve instante. Esos instantes de pensamiento en donde los movimientos labiales, los ojos volados hacia algún lugar e incluso los inconscientes titubeos revelan la gran laguna mental hacia el exterior.

-Pues al parecer sí- Dijo con una voz pausada y taciturna- somos chilenos, se te nota a leguas.

ERA CHILENA. Lejos de esas situaciones cuando dos chilenos se topan en otro país y se reconocen culturalmente con felicidad y orgullo, había ignorado por completo que me encontraba en Sidney y que me encontraba hablando en español con una desconocida. Claramente era chilena al igual que yo, y aquello fue la clave para comenzar a armar el rompecabezas de mi mente con respecto a esa incómoda sensación de familiaridad. Me sentía tonto, y luego de unas risas logré descomprimir un poco mi ánimo difuso.

-Entonces ¿Quién eres?- lo dije muchísimo más aliviado y natural, como si hubiese dormido una siesta y tomado un paracetamol.

De pronto la mujer endureció su rostro. Fue muy notorio. Lentamente comenzó a unir sus cejas en señal de seriedad. Entonces comenzó a exacerbar dicha expresión, como si estuviese recordando momentos de irritación. Sentí un poco de miedo, la sensación de alivio se esfumó rápidamente al contemplar su sistemático cambio de ánimo. De pronto y como la explosión en seco de una bomba, se engulló la ancha boca de la copa en la suya y terminando así con su contenido.

– Aquí está el dinero de ambos tragos- Arrojó los billetes encima del mesón y se fue rápidamente.

Yo, impávido ante lo acontecido, atiné a mirar como se retiraba de la barra. Se acercó a las mesas del restaurante, precisamente a un hombre que se encontraba de pie. Comenzaron a hablar un poco, de manera agitada. Luego de unos segundos la mujer procedió a entrar al baño de damas con gran urgencia. Se notaba lo descolocada que estaba.

Entonces me inundaron por completo las ganas de correr detrás de ella, y mientras más me acercaba al rostro del hombre, se configuraban de manera más eficientes los recuerdos de la mujer. y es que bastó esa fracción de segundos en donde el rostro del hombre se iba iluminando a mi vista para darme cuenta de lo que estaba sucediendo. La mujer se llamaba Natalie, fue como si esa misma escena la hubiese vivido antes, con otro hombre pero con la misma mujer.

Increíblemente no sabía quien era el hombre a pesar de que él fue la llave de mi olvidadiza mente. Cuando ya había pasado al hombre y en el momento en que iba a abrir la puerta del baño de damas sentí una mano en mi hombro. Era una mano pesada y fuerte que me giró de un solo movimiento. Era el hombre, el cual le bastó un puñetazo en mi cien derecha para tornar mi vida a un Ventablack casi perfecto.

Desperté en el suelo del restaurante rodeado de personas mirándome. Lo único que merodeaba en mi cabeza, abombada por el alcohol y el golpe recibido, fue una tarde lluviosa, el rostro de Natalie y el metro de Santiago.

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