VIAJANDO A TRAVÉS DE UN AGUJERO NEGRO

VIAJANDO A TRAVÉS DE UN AGUJERO NEGRO

Juan Pachón

01/07/2017

¡Oh, pero qué ven mis ojos! Estoy llegando al portal de lo desconocido, al evento más temido de la Naturaleza, algo así como la muerte misma. Me aproximo hacia su boca macabra y turbulenta. Los astrofísicos le llaman horizonte de sucesos, el borde nefasto donde ya no hay más vuelta atrás. Sin lugar a dudas, la frontera más peligrosa del Cosmos. ¡Y la más fascinante! Estoy siendo tragado por una criatura insaciable y rabiosa, un ente caníbal de furia extrema, cuyo andar vertiginoso se contrapone a los cuatro fundamentos básicos de la termodinámica, y que ostenta una fuerza titánica, la cual podría pulverizar en sólo cuestión de meses a un astro gigante con una masa de cien mil sistemas solares. Me precipito en una violenta caída libre, pero a medida que me sumerjo en el abismo apocalíptico, hiperbólico, me ralentizo. Lanzo un grito de angustia y dolor exacerbado, pero su eco se apaga ipso facto, pues no hay agente físico que propague el sonido en este pozo sin fin. Siento cómo su garganta helada me devora a placer. Advierto las palpitaciones de su intenso campo magnético, que quiere escapar de este embudo asesino y no obstante es arrastrado por la vorágine celeste. Me he transmutado en un organismo volátil y desordenado, un amasijo indomable que surca fueros inescrutables. Allí mi cuerpo empieza a alargarse como un caucho infinito, como un espagueti galáctico. Mis átomos colisionan entre sí, hierven como si fueran diminutos soles, dando lugar a una fusión nuclear extraordinaria. Pierdo mi estatus de homo sapiens y entro a una dimensión ignota que me engulle con sus fauces de bestia cósmica. Adopto un estado plasmático, como un espectro del vacío. Yace junto a mí un haz de luz que se resiste a curvarse, que le huye a su destino inexorable, pero ni siquiera su descomunal velocidad de escape (300.000 Km/s) le basta para esquivar semejante atracción gravitacional. Sin embargo, existe algo mucho más temible y avasallante, un demonio que vive en sus entrañas: un punto infinitesimal que tiende a la nada, y que la ciencia ha bautizado con el nombre de singularidad espaciotemporal, donde todo es tan compacto y masivo que el peso de una estrella podría estar concentrado en un volumen equivalente a un grano de arena; una entidad monstruosa de densidad colosal en la cual la realidad se torna absurda, ilógica. De aquella “oscuridad” letal no se escapa nada. Es como un punto sin retorno, una cárcel perpetua sin barrotes, sin linderos sólidos, donde habita un flujo invisible que arrastra todo cuanto se le cruza. Allí, en aquel mundo surreal de atmósfera enrarecida toda la información se pierde para siempre. La longitud de onda de la luz altera sus características fisicoquímicas. Mi piel luce un tono verde reflectivo. Me he convertido en una masa amorfa, sin género, sin definición, de naturaleza inexplicable. Crujen mis venas. Se dilata mi piel como si fuera una goma caliente. El Tiempo detiene su marcha, a manera de broma siniestra. La materia se rebela a las leyes de la física clásica de Newton. Sólo las fórmulas de Einstein, el genio de genios, logran sintetizar la anarquía que rige a estos dominios ajenos a la razón humana: “la idea más feliz de su vida”, según dijo. No obstante, converge allí un imperio mucho más exótico y traído de los cabellos, en el cual reina la física de lo imposible: la mecánica cuántica, donde la luz puede comportarse como partícula y como onda a la vez. El Espacio serpentea frenético, entrelazándose con el Tiempo a través de un océano de caos, ondulándose una y otra vez, pero no de una manera caprichosa y gratuita, sino, más bien, como el fruto de una serie de complejas leyes naturales, dada su propia interacción con los cuerpos masivos que se posan sobre su tejido elástico. La historia se reescribe, mi historia, mi pequeña historia: un cuento de terror sin testigos oculares. ¡Qué mundo bizarro percibe mi ser! Y luego, en un guiñar de ojos, experimento un cambio súbito, inesperado, abigarrado, y salgo expulsado hacia una órbita desconocida a través del lado opuesto de este leviatán milenario que me ha hecho su prisionero: un agujero blanco, supongo. Aunque aún no se ha comprobado su existencia. Me eyecto como una bala humeante, como un artilugio del Espacio sideral, como un juguete de fuego. Logro concienciarme de mi nueva geometría, imperceptible, mínima, pero ya representada en once dimensiones que vibran a diferentes frecuencias (quizás la teoría de cuerdas sí es la solución final, el sueño inconcluso de Einstein: la ecuación del todo, la que ha de conciliar todas las leyes del Universo). Intuyo que aún conservo mi alma original, ese éter mágico que ni la ciencia más sofisticada ha podido explicar satisfactoriamente. Ahora alcanzo a comprender en toda su magnificencia el principio de incertidumbre de Heisemberg, una de las cúspides del pensamiento humano. He transgredido la frontera de lo infinitamente pequeño y ahora no soy más que una partícula que propende al cero, un viajero subatómico, un corsario del Tiempo. Así los hechos, si algún instrumento ultra sensible de última tecnología quisiera medir mi posición en el Espacio, lo podría hacer con una exactitud nanométrica, pero la incertidumbre acerca de mi velocidad (moméntum según los puristas de la física) sería total, desconcertante. Igual ocurriría en el caso de querer indagar por mi velocidad, siendo mi posición, esta vez, un acertijo sin respuesta. ¡Así funcionan las cosas en el Universo! Atrás dejo mis recuerdos, depositados en ese diminuto puntico azul que flota allende los cielos, ese bello planeta que alguna vez me acogió. Adiós cinturón de asteroides, adiós Vía Láctea, adiós física de campos, adiós Universo tetra dimensional (tres dimensiones espaciales y una temporal), adiós Universo del Big Bang, de las supernovas, de los cuásares, de las enanas blancas, de las enanas rojas, de todo lo habido y por haber. Me hallo en la zona media entre el todo y la nada, en un vórtice dantesco, en un valle místico y al mismo tiempo maravilloso. Quizás así eclosionó nuestro Universo expansivo, consumiéndose en su propia entropía, refundándose en un ciclo eterno y perfecto. Esto es nuevo para mí, que ya no soy lo que era, lo que nunca fui, tal vez. Al fin puedo apreciar la silueta de un electrón errante en plena etapa de oxidación, ad portas de transformarse en radical libre, el génesis de la muerte celular. Mis sentidos se rinden ante el espectáculo más alucinante que jamás haya experimentado alguna vez: una danza elíptica y hermosa de millones de protones, neutrones, gravitones, muones y demás partículas elementales: ¡los ladrillos fundacionales del Universo! Incluso un quark solitario, la expresión mínima de la materia, amenaza con abordar a un leptón esquivo y sumamente inestable. Bienvenido Universo nuevo, Universo extraño, Universo utópico, uno entre incontables Universos paralelos, que aguardan silenciosos, a la espera del bautismo sagrado, de recibir ese cáliz misterioso que nunca ha sido bebido, ése que siempre ha estado a nuestro regazo, aguardando pacientemente para mostrarse en toda su grandilocuencia y majestuosidad. He sobrevivido a este viaje esquizofrénico y al fin espero develar el rostro oculto de la antimateria, de la energía oscura, del bosón de Higgs (la partícula de Dios), de los agujeros de gusano y la redefinición matemática de línea recta -distancia más corta entre dos puntos-, de la teleportación de la materia, del confuso mapa del código genético, de la simetría en función de la masa de un cuerpo, de la relatividad general (y especial) en torno al microcosmos, del cero absoluto, de la relación intrínseca entre Dios y el azar, del concepto de Multiverso y su discusión teológica desde una mirada meramente mundana, del oxígeno en su doble función, de gestor de vida y verdugo: una dualidad tan insólita como pragmática. Sin embargo, mi alter ego en este periplo cósmico en particular, mi otro yo lejano en el Tiempo y el Espacio, se ha vuelto cenizas, dejando atrás sólo tenues estelas de radiación de Hawking (en honor al científico teórico británico que postuló su existencia) en forma de fotones de baja energía. Suena a cuento esotérico pero todo depende del punto de vista del observador. Ha concluido, así, esta odisea del Espacio-Tiempo, imbuida de una dinámica salvaje y delirante, y cargada de matices sombríos, pero también de paisajes sublimes y hechos milagrosos, donde el relato adquiere validez a partir de nuestra resolución para retar al sentido común, para cultivar nuestra capacidad de asombro. No obstante, es preciso anotar que esta realidad que raya en lo demencial, donde el destino se ramifica de manera sistemática en cada paso, en cada decisión, engendrando tantas copias de uno mismo como estrellas pueblan el horizonte visible del Universo que nos ha sido asignado (13.800 millones de años luz), de acuerdo a un orden velado establecido, sólo es posible en un escenario donde los postulados de la Naturaleza entran irremediablemente en conflicto consigo mismos, valiéndose, por ende, de “trucos cuánticos” que le permitan liberarse del yugo de las leyes convencionales que los rigen ¿Acaso habré navegado, entonces, a través de un agujero negro súper masivo? ¿O sólo será otro de mis tantos sueños locos?

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