Días de paz

Y ahí estaba yo, tumbado en el sillón, pensativo, triste, desilusionado mientras escuchaba el largo y melancólico réquiem de Mozart.

Una escena trágica.

Esa estúpida habitación de paredes azules parecía cerrarse sobre mi, me asfixiaba.

Deprimido, con un cigarrillo en los labios recordaba como ella fumaba y reía junto a mi. No parecía estar tan mal la cosa, podía verla en cualquier lugar, visitamos algunos lugares, aquellos lugares donde me refugiaba del mundo cuando la soledad me arrullaba.

Ella ahora se ha ido y reirá estúpidamente en los brazos de un maldito que la ha matado a diario con su “adorable cariño”.

No había ya escapatoria de la cruel realidad, su sombra quedó en cada lugar que conozco.

¿Cómo vivir sabiendo que fui un estúpido de buena voluntad?

Harto de ser el plato de segunda mesa, sacrificando mi enorme narcisismo, planeando cada movimiento en mi vida, cuidando cada senda con tal de protegerla, me rendí ante la tristeza pero fui listo y no lloré, no pude llorar.

Ah… mujer tan triste no vi antes, o quizás si, no lo sé.

Ella me embrujó con esos enormes ojos tristes que brillaban de vez en cuando, con su suave piel blanca que olía a flores y sus pálidos labios delgados.

¡La extraño, carajo! ¡Y me hierve la sangre! ahora sé como se sienten las putas después de atender a sus malolientes clientes, pero por lo menos, ellas cobran unos cuantos billetes, yo me quedé en la banca rota, todo le aposté, todo lo perdí.

El réquiem se terminó.

El apretado silencio me cayó encima, cerré los ojos, -no todo puede salir tan mal- pensé, -hay mas mujeres, muchas me persiguen, soy bueno con ellas-.

El golpe débil de una piedra sobre un cristal me sacó de ese horrible trance de tabaco y soledad.

Alguien arrojó piedras a mi ventana, así siempre lo hacían las visitas, nunca me tomé la molestia de conectar un timbre, los timbres me enfadaban.

Salí descalzo de esa habitación llena de humo, era un día soleado, adentro parecía que era de noche.

Con los ojos medio cerrados y la mirada gris vi a alguien de pie en la entrada.

-¿Qué ha pasado, hermano? ¡Vamos a beber algo! Una cerveza o dos, solo para recordar viejos tiempos. ¿Qué dices?-

Lo miré por un instante.

Quería darle un tiro en la frente para volarle los sesos por toda la calle para después reír como un desquiciado, pero, gracias a dios, dejé mi arma en el ropero.

–¡Ey. cabrón! Suena divertido, tiene tiempo que no bebo una cerveza, pasa, pasa, hay tanto que platicar-

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