Una tarde de creación y tranquilidad. Con tiempo de dibujar y soñar despierta. Un café con leche a un lado del escritorio y una hoja en blanco con su respectivo lápiz delante de mí. Lleno de posibilidades de trazar; líneas, sombreado, colores, formas geométricas, manchas de pintura desordenadas, etc.

Una tenue luz iluminadora que llega y rebota en la habitación. Resulta un ambiente acalorado y acogedor. Una brisa fresca y nueva entra de la ventada entreabierta. Una silla reconfortante y cómoda.

Conjunto de ideas chocantes, innovadoras y espectaculares. Relacionadas entre sí o simplemente separadas y contrarias. Un pensamiento y razonamiento difuso y a la vez claro, adecuado e inoportuno. Un parpadeo de ojos y una mueca en los labios. Un entrecejo fruncido y al final una sonrisa.

Una aventura de emociones y una incerteza de ellas. Una montaña rusa divertida y tal vez dura.

Acabaría siendo una obra de arte. De esas que perduran por años. Imposible de definir con palabras o entenderla. Bonita a simple vista y compleja pero mágica. Pinceladas con imperfección y convertida en una pieza única.

Errónea y equívoca. Pero acertada y correcta. Depende de cómo la observes está organizada y sorprendentemente caótica. Es el ying y el yang. Es blanco y negro. Es arriba y abajo. Es segura y peligrosa. Fuerte y débil.

En conclusión, es exageradamente mística y divina.

¿Qué se observa en esa obra de arte?

Yo veo una imagen, dónde aparecemos nosotros plasmados en ese recuadro y perdurados hasta una eternidad junta o separada.

Te quiero.

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