La mágica aventura de Laila Mond

La mágica aventura de Laila Mond

Micaela

07/05/2020

CAPITULO 1

La luz de mi habitación se prendía y apagaba en un constante titileo, el foco de aquél lugar no se cambiaba desde la muerte de mi padre, Liam Mond. Había pasado tanto tiempo de aquel trágico día. Harta de ver como la habitación se iluminaba y oscurecía de forma sincronizada, decidí tomar el foco y tirarlo al cesto de basura. Abrí la persiana y con la poca luz que entraba del crepúsculo, finalicé mis deberes.

Cansada, caminé por encima de la ropa que estaba tirada en el suelo. Tomé una chaqueta de jean oscura que no había lavado y me retiré de aquel lugar parecido a un erebo. Saqué un cigarro algo roto y doblado en la punta, que se encontraba dentro del bolsillo izquierdo de mi campera y lo encendí, inhalé y exhalé todo el humo en forma de círculos, parpadeé unas cuantas veces y caminé de manera independiente.

«Grown» un bar algo tranquilo, de ambiente tradicional y los mismos clientes habituales. Ideal para despejar la mente de todo lo que sea malo, de todo lo que hace estremecer a una persona media, mi sitio favorito sin dudarlo. Alcé mi mano levantando solo tres dedos y el queridísimo Wallas no tardó en llegar, con una espléndida sonrisa y la mejor atención que podría recibir, claro está que nuestro amigo Wallas es todo un aprendiz y el nuevo mozo de Grown.

– ¡Laila! Que gusto verte otra vez. – Sonrió como lo haría el gato de Cheshire. Me gustaban sus hoyuelos, lo hacían lucir adorable.

– ¡Wallas! Querido amigo, el gusto es mío, deseaba mucho poder volver.

– Es Alexander, Laila, ya te lo he dicho.- Wallas se ruborizó o sería que estaba ¿enojado? – ¿Qué vas a pedir?

– Lo siento.- Reí con fuerza.- Pero no tienes rostro de Alexander.- Sonreí y él solo rodó los ojos, sus ojos cafés cortado con leche.- Una cerveza, la más económica que haya.- Solo sonrió y se marchó en busca de mi pedido.

Alexander era un muchacho bastante apuesto, tímido pero a su vez algo simpático, supongo. Es de ese tipo de chicos carismáticos solo con ciertas personas, tardan un poco en tomar confianza pero dentro de todo son grandiosos.

Vengo a Grown desde hace un par de años, cuando mi padre partió de este mundo. Empecé a deprimirme y solo encontré refugió en este lugar, donde la gente tiene características parecidas a las mías, donde soy una chica comprendida, donde puedo entablar una conversación con personas que tienen historias que deben ser oídas, escuchadas. Apuesto que son mucho más interesantes que cualquier otro artículo de revistas con famosos contando su historia de vida y de los millones que ganan por año. ¡Lo detesto!

Tomé cuatro vasos de esa amarga pero a la vez dulce cerveza y empecé a imaginar lo maravilloso que sería un mundo sin sufrimiento, sin dolor o rencor. Sonreí, cerrando mis ojos y haciendo un movimiento lento con mi cuello. Era hora de irme pero ya me encontraba en estado de ebriedad. Recosté mi cabeza sobre la mesa de madera en la cual me encontraba sentada desde hacía horas y pestañeo contadas veces, no quería dormir, solo quería descansar mi cabeza pero alguien, una voz ronca, llama mi atención, no podía reconocerlo, solo sabía que era un hombre.

– ¡Laila, en diez cerramos!- Lo poco que me pude percatar, era el dueño del bar, Joe, el viejo Joe.

– Lo siento viejo Joe, ya me iba.- ¿Le dije viejo Joe? En fin, tomé mi chaqueta que colgaba de la antigua silla y a pasos cortos y desequilibrados partí a mi «hogar», hogar dulce hogar.

La noche en Londres era bastante fría, mis manos temblaban incluso dentro de mi chaqueta, mis labios tiritaban poniéndose de un color morado, mis ojos derramaban lágrimas sin permiso alguno, quería llegar a mi casa y recostarme sobre mi cama. Pero sabía exactamente que eso no sucedería. No habría ningún tipo de tranquilidad, solo habría drama y más drama. ¡Como detesto mi vida!

Al llegar a la casa de mi madre solo pude oír su irritable voz, Karin, discutiendo con el idiota de mi hermano Marco. Eran las dos de la madrugada, ¿por qué discutían de esa manera? Ambos, detestables. Ruedo los ojos con demasiada frustración y me dirijo a mi cuarto, tambaleándome, tropezando con todo lo que estaba en mí camino. Cuando creo que había llegado a su fin la noche, Karin, mi madre, me toma del brazo antes de que pusiera un pie encima de mi habitación.

– Tienes olor a alcohol.- Señala, mientras me toma fuerte de mi brazo derecho, hace un gesto de desaprobación o disgusto.- ¿Dónde estabas?

– Grown.- Contesto sin más, suelta mi brazo y me fulmina con su mirada verde como un bosque sin esperanza de vida.

– ¿Te parece volver a esta hora y ebria Laila? – Su mirada representaba decepción pero ¿por qué? Solté una risilla.

– Claro ejemplo de vida, ¿no? – Entré a mi cuarto y cerré la puerta de este con la poca fuerza que tenía en esa condición.

Mi madre, ¡que hipócrita! Era la persona menos indicada para decir en qué estado puedo llegar a mi propia casa. No se ocupa de ninguno de sus dos hijos, pretende ser una buena madre tratando de decirnos que debemos hacer o no. Supongo que no quiere que terminemos como ella, pero para mí debería de darnos algún tipo de ejemplo, porque al mirar a su alrededor no hay nada más que colillas de cigarros, botellas de bebidas blancas y olor a alcohol en su aliento.

Anhelaría tener una vida ordinaria, una madre que sea responsable y amable, un hermano cercano a mí, un empleo digno para una muchacha de 17 años, amigos agradables y honestos, como anhelaría tener otra vida.

Pero soy un maldito desastre sin remedio alguno, soy todo lo que odio ser.

CAPITULO 2

La muerte de mi padre nos había afectado de manera brusca a todos en la familia. Él era como nuestro sostén. Lo recuerdo tan alegre, pacífico, extraordinario. Cuando estaba aquí con nosotros, recuerdo que no teníamos preocupaciones. Mamá era una mujer feliz, amable, coqueta, recuerdo que todos los días regaba las flores del jardín y yo la ayudaba a mantener la casa en completo orden. Marco, era una versión distinta a lo que es ahora, lo recuerdo alineado, simpático, protector conmigo y un gran jugador de fútbol. Pero desde que papá ya no está aquí nuestras vidas se volvieron todo un completo y asqueroso caos del cual probablemente termine abrumada.

El feliz recuerdo de él me hace pensar que tuve otra vida, como si hubiese vivido dos veces. Esos momentos parecen tan lejanos al presente que da temor a que no podamos volver a ver la felicidad en nuestra familia, me hace creer que todo seguirá siendo tal y como lo es ahora. Y eso un poco me desespera, creer que voy a vivir amargada mi adolescencia, me hace sentir pena de mi misma. Aunque lo niegue a veces, quiero volver a ver una sonrisa en el rostro de Karin, quisiera que ella este orgullosa de sus hijos, pero sé de lleno que no será de esa manera, nunca nada volverá a ser lo que era antes, nunca nada va a ser igual.

Con algunas lágrimas en los ojos, salí de mi cuarto cantando una canción que acababa de inventar y probablemente la olvide en minutos. Mi madre estaba mirando un programa de televisión matutino, mientras mi hermano comía algo de comida chatarra. Me siento a su lado, le robo algunas frituras y salgo corriendo antes de que pueda hacer algo. Karin, aún, algo molesta por mi mal comportamiento, que por cierto, era cada vez más frecuente, me mira con mal genio, frunce el ceño y suelta un notable bufido.

– Hasta que decides despertar.- Me mira con cierto desprecio.- Llamaron del Instituto Laila, quedaste libre, ¿entiendes qué significa?

– ¿Más vacaciones para mí? – Nunca quise sonar graciosa o algo similar, solo que me sentía decepcionada de mi misma aunque no lo demostrara y no sabía cómo tomarme tal noticia.

– Un año perdido, eso significa.- Soltó una risita de frustración.- Si estuviese aquí tu padre estaría muy decepcionado de ti.- Bufé y la miré incrédula.

– Pero, ¡te tengo noticias! – Sonrío con algo de angustia.- Él no está, ¡murió! Está a tres metros bajo tierra ¡Supéralo!

Y lo único que gané de aquella estúpida discusión fue una bofetada por parte de Karin, supongo que lo merecía, por querer ser rebelde, por sentirme con el poder de enfrentarla porque sé que ella está haciendo las cosas mal, pero en fin, sé que las palabras duelen, no sé si más que las acciones pero hieren el alma. Con mis simples pero a la vez fuertes palabras, vi como a mi hermano se le caían las lágrimas y desapareció de la sala de estar, dejando las frituras en el sillón. Mi mano aún reposaba en mi mejilla, aún estaba atónita, pero no por el golpe que mi madre me había dado, sino por las palabras frías y maquiavélicas que habían salido de mi boca sin permiso.

Salí de mi casa dando un portazo, no iba a llorar en lo absoluto. Di unas cuantas vueltas por el centro de Londres pensando en todas las cosas malas que me habían sucedido a lo largo de estos años y no pude evitar derramar unas cuantas lágrimas. Ya cansada de pensar, me siento cerca de la estación de tren, por alguna razón me relajaba ver al tren pasar, iba tan rápido, que me hacía sentir tan libre como yo quisiera. No obstante, un mendigo se acerca a mí y sonríe, no duda ni en lo más mínimo en sentarse a mi lado.

– Dicen que sufrir es opcional.- Me miró, seguía manteniendo esa humilde sonrisa en su rostro y prosiguió.- Yo por mi parte, creo que uno no opta sufrir. La vida nos impone retos que debemos superar de apoco, paso a paso, sin culpar a los demás que viven a nuestro alrededor, al fin y al cabo no hay un hermoso arcoíris sin un poco de lluvia. ¿No es así el dicho?

– ¿Y a qué viene todo esto? – Limpio una lágrima con la manga de mi campera de jean que había usado la noche anterior.

– Porque puedo ver en tu aura mucha tristeza acumulada y algún día esa tristeza explotará en alguien que no tiene la culpa de la situación que estás atravesando.

– ¿Y si exploto frente a la persona correcta?

– ¿Por qué correcta? – Me preguntó.- Que te sientas triste, no significa que le debas echar la culpa a un ser cercano a ti. Sufres, no porque lo elijas o alguien sea el culpable de tu sufrimiento. Seguro creas que siempre hay algún culpable pero no es así. Sufrir es un sentimiento más que todos atravesamos alguna vez en nuestras maravillosas vidas como la alegría, felicidad, a veces está bien llorar, desahogarse un poco pero siempre seguir hacia delante, aunque creas que sufres por culpa de alguien, no lo veas de esa manera, ve más allá de eso y así serás un poco más feliz. Esfuma los problemas siendo mejor, porque alguien alguna vez me dijo que llorando los problemas no se solucionarían por si solos.

– Es inevitable no llorar cuando te sientes solo, vacío.- Me explico.

– ¿Y tú crees que yo no me siento solo y vacío? – Me quedo en silencio, no lo había ni siquiera pensado.- En mi vida atravesé por muchas malas decisiones, me sentía solo en este mundo cuando en realidad tenía una familia, algo rota pero unida en fin, pero como era un adolescente sin escrúpulos, mis ojos no me dejaban ver más allá de mi egoísta existencia, no me dejaban ver más allá de lo que yo creía miserable, hasta que un día decidí abandonar mi hogar, dejar a mi madre enferma y no ayudar a un padre desempleado a pagar medicamentos para la mujer que me dio vida. Tal vez fui algo egoísta, tal vez solo tal vez si hubiese sido más considerado, hoy día no estaría arrepentido. Pero decidí no sufrir por ello, es pasado y no puedo cambiarlo. ¡Sí! Como dije antes, me arrepiento y mucho pero no sufro por ello, porque si lo hiciera, ahora no estaría hablando contigo o no estaría incluso con vida.- Yo solo asiento y me quedo razonando su punto.- Espero que mis palabras te sirvan, tal vez no sepa de muchas cosas, hasta pueden llamarme ignorante, pero si se trata de vida, aquí estoy.

Me tendió su mano, la acepté sin dudarlo. Le dio un apretón no tan fuerte y siguió su camino con una gran sonrisa en su rostro, pero antes de marchase por completo hizo una seña con la cual miré instantáneamente mi mano, la abrí y en mi palma había un anillo; dorado y plateado. Cuando reacciono y se lo quiero devolver, él ya no estaba, había desaparecido de mi campo de visión. Vuelvo a contemplar el anillo, ¡precioso! Lo coloqué en el dedo anular de mi mano derecha, no podía dejar de apreciarlo y sin exagerar, con el anillo puesto podía sentir miles de energías positivas llegando a mí. Me sentía un poco más feliz, más radiante y parecía como si mis problemas fueran a fumigarse en un abrir y cerrar de ojos, aunque supiera en lo más profundo de mi ser que no sería tan sencillo.

Proyectando sus palabras en mi cabeza, camino hacia mi casa, algo perdida en mis pensamientos. No puedo dejar de mirar el precioso anillo, tan brillante y único. Apuesto a que nadie en el mundo tiene uno siquiera parecido. Por desgracia difícil de describir, tanto que lo hace inigualable. Y yo, con él en mis manos, me siento única e irreemplazable, como si toda aquella buena energía pasara por mi cuerpo, de pies a cabeza.

Coloco un pie dentro de mi «dulce hogar», busco por la casa a mi hermano o madre y ninguno de los dos se encuentra. Me siento a la mesa y miro fijo el anillo, lo exploro una y otra vez hasta hacerme algún tipo de idea sobre por qué es tan especial. Lo giro en sí y este da mil vueltas, casi que ni se puede distinguir de lo rápido que va. Lo inspecciono más a fondo. A fin y a cabo era igual de ordinario que todos los otros anillos existentes pero yo lo veía y sentía especial.

De igual manera nada sucede. Solo gira en su propio eje.

– ¿Marco? – Oigo la voz de mi madre llamar a mi hermano.- ¿Marco? ¿Estás ahí?

– ¡Soy yo mamá! – Oigo que se acerca y entonces guardo el anillo rápidamente en el bolsillo de mi jean. Mi madre mira la sala de punta a punta y nada, ni un saludo, ni una protesta, ni queja, nada en lo absoluto.

– ¿Dónde estará? – Susurra para si misma.

– Debe estar con los idiotas de sus amigos.- Le digo a mi madre irónicamente y esta sin decir nada se retira de la sala, dejándome sola. ¡Rara!

Sin darle más importancia a la extraña de mi madre, subí escalones para ir hacia mi cuarto, cuando siento la puerta principal abrirse. Me quedé esperando a que entrara mi hermano y así, de alguna manera disculparme con él por las cosas que dije. Pero no entraba nadie, bajé un escalón dudosamente y veo a una muchacha castaña entrar a mi casa; de altura casi como la mía, poseedora de una cabellera brillante, con ojos enormes celestiales, dulces y amistosos. Parecida a mi, pero más resplandeciente. Más vivaz.

– ¿Quién eres?- Me acerco a ella.- No recuerdo que seas de mi familia.- Y esta muchacha parecía no oírme, verme o sentirme.

– ¡Mamá! – Grita cerca de mi oído.- ¡Llegué! – Primeramente creí que se había confundido de residencia hasta que mi madre bajó corriendo por las escaleras emocionada, como si de una carrera se tratara, y la abraza. Si, ¡la abraza!

– ¡¿Cómo estuvo el viaje, amor?! – ¿Amor? pensé, ¿qué?

Y en ese momento mi rostro era todo un poema. Trataba de unir piezas pero me era difícil y en eso grito el nombre de mi madre con todas mis fuerzas, quería comprender la situación pero parecía un holograma… Ni siquiera eso, más bien, algún tipo de fantasma.

No, no, no, no y no. Debe ser algún tipo de sueño, demasiado real.

Continuará…

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS