La fe del Microorganismo

La fe del Microorganismo

Altazor

20/06/2017

Flotando en un espacio desconocido, <A> transita, muy apurado, como si el cielo se fuera a caer sobre él en cualquier momento. Es un terreno árido, con superficies lisas vistas desde los cielos pero que se transforman en rugosas y desordenadas hendiduras cuando los seres aterrizan sobre ellas.

-¡Mamá!, golpearon nuevamente a <B>, está en la plaza de la constitución, ¡por favor has algo!- dijo con una mezcla entre terror y cansancio.

-¡Por el amor de Dios!, por qué será que este niñito me salió tan porfiado e incrédulo, ¡apiádate de mí!- resolvió con la misma mezcla de sentimientos pero con una pizca de rabia materna.

De inmediato, <A> con su madre partieron rumbo a la plaza de la constitución, volaron tan rápido como les fue posible, <B> había recibido una paliza puesto que se tranzó en una discusión con unas sujetos que eran fanáticos religiosos. Dichos sujetos eran creyentes en un Dios creador, el cual había inventado su mundo y situaba a su existencia como el centro del universo. En cambio <B> tenía un pensamiento contrario basado principalmente en las latentes injusticias producidas en gran parte por el pensamiento religioso, que en palabras del propio <B>, atentaban contra la igualdad de derechos y obstruía el libre pensamiento. Aquella pugna era solamente una dentro de las muchas confrontaciones de las células religiosas contra las disidentes. El país y gran parte del mundo se encontraba en un periodo de crisis y guerras interminables.

En cuanto A con su mamá llegaron a la plaza vieron a B siendo subido a una camilla para proceder a llevarlo al hospital más cercano, a lo que la madre le dice a A que se vaya a casa, que ella se irá con B en la ambulancia y que le avisará ante cualquier ocurrencia, lo anterior puesto que sólo una persona podía ir en la ambulancia aparte de los paramédicos.

– ¿Por qué siempre te tienes que meter en problemas, hijo mío?

– Disculpa mamá, pero no podrás entender, porque sigues pensando que existe algo que construye tu pensamiento, tus acciones y en general, tu destino – dijo como si estuviese en perfectas condiciones a pesar de que estaba muy mal herido.

– Hijo, aquello no te da el derecho de hacer esto con tu cuerpo, no te da el derecho de hacerme esto a mí – lo decía con desdén, como quien recrimina algo por enésima vez, sabiendo que aunque se recrimine, se volverá a hacer.

– Yo tengo el derecho de ser quien soy y ¿te cuento algo, madre?, no tengo idea quien soy yo, o más que no saber quién soy, sé quién no soy. No cerraré los ojos ante las verdades del mundo, ¿Qué no te das cuenta que nos estamos muriendo?, no sólo yo en estos momentos, sino todos estamos muriendo, y no creas que son las balas ni las bombas ni mucho menos los inconsecuentes golpes que me dieron o que le pueden dar a otro como yo o como tú, lo que nos está matando son nuestras malditas idealidades, nuestros malditos intentos por perpetuar nuestra esencia y ubicarlas como el centro de todo, acaso ¿nunca te has puesto a pensar que quizá hay seres más complejos que pueden, paradójicamente, creer que son el centro del universo al igual que nosotros?, que irónico sería. Madre yo no creo en las perpetuidades, no creo que nuestros supuestos próceres de la patria hayan sido tan perfectos y heroicos como los hemos moldeado, no creo en tu Dios ni en ningún otro ni menos en sus supuestas escrituras que como todo lo que te he dicho, son sólo ilusiones y configuraciones nuestras, madre, por favor te pido que abras los ojos.

– ¿¡Y qué si los abro!? – el dialogo estaba envuelto en un espacio cerrado y al vacío, los paramédicos por esos instantes dejaron de existir – dime tú, ¿qué ganaría con abrir los ojos, como tú dices?, acaso con hacerlo ¿dejarás de estar muriendo como lo estás haciendo?, ¿dejarán de haber tantas luchas y pugnas entre todos?

– Yo moriría aunque creas o no creas en algo, y más que preocuparte de resolver el problema del mundo, pensar con altanería que no todos podemos pensar igual, debes salvarte a ti, pero me dirás ¿salvarme de qué? salvarte de ti misma, tú eres tu creador y tu sepulturero, prefiero morir a golpes sabiendo que todo es efímero, que ni tú ni yo ni mi hermano A vamos a trascender a menos que otros quieran que trascendamos, prefiero aventurarme y morir de una vez para saber qué hay más allá.

De pronto una luz eternamente cegadora se posó sobre la ambulancia, sobre los suelos rugosos y surcados, sobre los cielos infestados de gentíos, y en general, hubo una luz aplastante sobre todo el mundo. Era una luz tibia, que se volvía caliente y ya cuando todo se estaba quemando, llegó el fin. Había trozos del mundo flotando en un aire inexplicable. Habían trozos del mundo en algo que parecía ser una uña gigante.

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