Dos cucharadas de arsénico

Clement Fouché estaba de vacaciones, por eso en la comisaría reinaba la tranquilidad. Las secretarias aprovechaban para comentar todas sus dudas e inquietudes sobre la vida familiar. Los policías sonreían y callaban para no entorpecer el agradable ambiente que los rodeaba. La vida caminaba por una senda demasiado tranquila. Se había terminado la agitación de las elecciones, se había olvidado el último atentado terrorista y estaba por celebrarse el día de la Fiesta Nacional. Todo mundo se preguntaba de qué manera podría festejar mejor el catorce de julio. Leblanc estaba muy aburrido porque, aunque quisiera trabajar, los empleados le ponían tantos problemas y trabas que prefirió desistir de todos sus planes. Se quedó pensando en cómo darle sentido a las horas que le faltaban por cumplir en el servicio, Fouché había sido claro. Nadie debía abandonar la comisaría antes de la hora establecida por él. A Leblanc no se le ocurrió nada original, estaba harto de los crucigramas, pero cuando vio que Bastián Rouge se le acercaba despacio con dos vasitos de café de máquina se le iluminó el rostro. Su ayudante los puso sobre la mesa y quedó bajo la mirada analítica y persistente del inspector. Él ya estaba acostumbrado, pero nunca sabía qué cosa le diría su jefe, por eso esperó con paciencia hasta que Leblanc dejó de mirarlo como un zorro que analiza la capacidad de su presa y empezó a hablar.

—Bastián, gracias por el café.

—No hay de que darlas, inspector.

—Oye, acabo de recordar un caso muy interesante que no se resolvió en su época y quedó abierto.

—Ah, y ¿quiere comentármelo y resolverlo ahora?

—En cierto modo sí porque me ha dado muchas vueltas en la cabeza y requiero de tu ayuda.

—Bueno, pues usted dirá.

—Mira, esto sucedió más o menos a mediados del siglo XIX. Una mujer fue envenenada con arsénico. Murió dejando a su hija en compañía de su padre. Según el investigador, quien se dedicó más a la exploración de los sentimientos de la mujer que a la averiguación su asesinato, se podía culpar a un amante infiel, a un joven romántico, a un boticario, a algunas mujeres envidiosas y a un usurero. Para que te des una idea te diré que se parece al caso de la esposa infiel. ¿Lo recuerdas?

—Sí, inspector. Es sobre aquella mujer que se dejó seducir y pasó la noche con su amante, pero éste le negó el dinero para que le pagara al barquero que debía cruzarla al otro lado del río. Estaba también un amante platónico que, al saber que ella se había acostado con otro, la rechazó de inmediato sin darle un quinto. Estaba el marido que, por sus ocupaciones, no le prestaba atención y por eso ella le había puesto los cuernos. Por último, el borracho que la atajó en el puente y la acuchilló.

—Sí, Bastián, lo has recordado todo, pero desde tu punto de vista ¿quién es el culpable?

—Creo que todos, inspector.

—¿Todos?

—Claro, inspector, está clarísimo, sólo que el borracho cometió un delito penado por la ley y todos los demás un delito castigado por la moral, la religión y el sentido común.

—Y ¿ella?

—Bueno, ella, también, pero su situación es muy discutible. En primer lugar, el marido la tenía en el abandono, por eso sentía la necesidad de amor y atención. En segundo, el seductor se aprovechó de la situación y la usó para sus propósitos. El barquero podría haberle cobrado después. El enamorado podría haberse compadecido sin ser tan egoísta. Por último, el borracho es ajeno a todo eso y cometió el crimen.

—Lo que me dices me ha dejado pensando porque este caso que te quiero comentar es muy parecido, pero hacer un juicio justo, es complicado. Te cuento. Mira, una mujer llega a la farmacia compra arsénico, vuelve a su casa y lo ingiere. Muere unas horas después. Con ella está el marido que es médico y no logra salvarla. Es todo.

—Eso fue un suicidio, inspector.

—Sí, eso es exactamente lo que yo creía, pero vamos a ver las circunstancias y tratar de descubrir el móvil del asesinato. El doctor ya había tenido una esposa que murió unos meses después de la boda. Al parecer su madre lo obligó a contraer nupcias con una viuda bien acomodada, pero a él no le gustó la idea. Luego, se queda con las propiedades de la difunta y continúa trabajando como si nada. Un día conoce a un granjero que tiene una hija y, él o ella, se enamora con locura y se casan. Según palabras del investigador, él adora a su nueva esposa. Ella es muy guapa. La joven ha sido pobre siempre y su educación y conducta son las de una pueblerina. Sin embargo, al llegar a su nueva casa y ocupar su nueva posición se da cuenta de que puede tener lo que quiera, tal vez todo lo que ha soñado: lujos, diversiones y, por qué no, un amante guapo. Es posible, lo digo como una hipótesis, que el doctor no encontrara una lengua común con su cónyuge porque tenía estudios, era muy responsable, trabajador y estudioso, en cambio ella sólo leía novelitas de amor. Era normal en aquella época hacerlo, no la estoy juzgando, sólo quiero decir que tenían una zanja enorme que los separaba y por eso, la pasión del principio se esfumó y dejó a la pareja frente a frente mediando unas relaciones que irían a peor. Dime, Bastián, ¿qué harías si estuvieras en esa situación?

—Entiendo lo que me quiere decir, inspector, pero déjeme decirle que, si él estaba enamorado en realidad, haría todo lo posible por conquistarla, tal vez por eso, le concedió todo lo que le pidió la mujer.

—Bien, pongamos que fue así y que el doctor le concedió todo lo que quiso para que ella tratara de entenderlo y, al no lograrlo, se resignó a su destino. Se refugió en su trabajo y siguió su vida habitual. Luego, nota que ella se siente sola y tiene recaídas. Se la lleva a otro sitio más tranquilo para que no sufra tanto la presión, pero en ese nuevo sitio ella encuentra un amante y él interpreta su bienestar como una mejora de salud que será benéfica para comenzar una nueva etapa en su matrimonio. Es posible que ella se sacrificara tolerándolo a él y desahogándose con su amante.

—Bueno, también podría ser que sucediera lo contrario. inspector.

—¿Quieres decir que encontrara más atractivo a su marido que al amante? Sí, cabía esa posibilidad, pero el investigador que hizo el reporte dijo que no fue así, que el amante se fue a la ciudad y la dejó desamparada. Se estropearon de nuevo las relaciones con el doctor y, como ya lo puedes suponer, ella cayó de nuevo enferma.

—Ah, y entonces el médico trató de reconquistarla llevándola a los teatros y conciertos de música, ¿no?

—Sí, Bastián, algo así, pero, aunque ella quedó embarazada, eso no le dio ningún resultado. Sabes por qué.

—No, inspector.

—Pues, había dos cosas muy interesantes. Por un lado, estaba un usurero que comenzó a ofrecerle mercancías caras a la inexperta mujer. Le lavó el cerebro y echando mano de lo que divulgaban las novelitas de amor, la fue convenciendo para que adquiriera todo tipo de objetos a crédito pero con precios altos. Cabe decir que el doctor no estaba del todo de acuerdo, pero ella echando mano de sus recursos. No me arriesgo a decir si era a través del sexo, el chantaje o los desmayos, logró que se le toleraran los gastos.

—¿Con eso me quiere decir que entró en juego el dinero y ese fue el móvil, al final?

—Algo así, pero déjame aclarar otro asunto. Es el otro aspecto que quería comentarte. Un experto donjuán la ve y se da cuenta de que es una presa fácil, pues está predispuesta a que le laven el coco. La seduce y la mantiene asombrándola con su estatus. Ya sabes, eso de mira, esto me lo regaló tal, esto le perteneció a tal o cual, esto me lo dejó mi abuelo millonario, etcétera.

—Ah, y ella empieza a perder la cabeza y a agitar las alas, ¿no?

—Sí, Bastián. Ella se ilusiona y le pide a su galán que se la lleve lejos. Él acepta para quitársela de encima y le promete pasar por ella a la mañana siguiente. Ella arregla sus cosas y escribe una carta de despedida. Al amanecer se queda esperándolo, pero el donjuanete no la recoge y ella cae en una horrible depresión. El marido trata de ayudarla proporcionándole seguridad y diversión. Entonces…

—No me diga, inspector, déjeme adivinarlo. Ella se recupera con dificultad, pero se reencuentra con su ex amante. El que se había conseguido primero.

—Sí, ¿cómo lo sabes?

—No lo sé. Será la intuición, inspector.

—Bueno, te la paso porque si te digo todo ahora, ya no tendrá emoción lo que sigue. Sin embargo, me gustaría darte un pequeño consejo que te servirá para nuestras investigaciones. Nunca, nunca jamás, dejes que la intuición domine sobre tu razonamiento. En último de los casos, comprueba siempre lo que te digan tus clarividencias o presentimientos cotejándolos con la vida real. No vivimos en una novela. Esto es la realidad de verdad, valga la redundancia, aquí no se hacen bromas ni se arriesga a lo tonto, ¿entiendes?

—Sí, inspector.

Hicieron una pausa para ir a comer con su viejo conocido. No conversaron mucho sobre el asunto de la mujer envenenada. Intercambiaron unas cuantas frases de la vida cotidiana y después de terminarse el postre especial que les había preparado personalmente el Monsieur Loran, se regresaron caminando muy despacio a la comisaría. El día era muy tibio. La gente parecía disfrutarlo porque los anteriores habían sido muy fríos. Los niños estaban alegres y corrían y gritaban por todos lados. Los policías se alegraron de que reinara la paz en la ciudad.

—Nos queda un par de horas y podremos irnos de aquí, mi querido Bastián. Si no fuera por Fouché, ya estaríamos todos libres. En fin. Me puedes recordar en qué iba con el asunto de la mujer asesinada.

—Estaba con el reencuentro de la mujer con su primer amante, inspector.

—Ah, ah, de acuerdo. Pues, resultó que en una visita al teatro se encuentran los tórtolos y su amor se desborda. Ahora tienen muchas cosas que compartir y se incendian sus corazones. Ella…

—Ya lo sé, inspector.

—¿Qué cosa?

—Pues, que ella se siente plena de nuevo y decide irse con su amante.

—Eso… ¿Lo has sacado por intuición?

—No, inspector, es lo que me parece más lógico.

—Sí, pues, sí. En efecto, ella le propone a su amante irse lejos y vivir juntos su candente amor, pero él se niega. Empieza a poner todo tipo de excusas y le dice algo inapropiado. La ofende con su conducta y su cinismo.

—Entonces, ella pierde la cabeza y cae otra vez enferma, ¿no?

—Sí, Bastián, pero no sólo eso. Resulta que el usurero va a pedirle al esposo que salde la cuenta enorme que tiene su mujer, que como él dice, le ha exigido la dama. Cuando la señora llega a su casa se encuentra con ese infierno. El marido sólo le pregunta los porqués de su endeudamiento, ella no sabe qué hacer y lo único que se le ocurre es ir a ver a su donjuán.

—Eso, huele muy mal, inspector.

—¿Mal, dices? Eso apesta horrible, Bastián, porque el riquillo se niega rotundamente a auxiliarla y, lo peor, la echa como si fuera una perra. Ella está desesperada y va con el usurero y se le entrega, pero el hombre, haciendo cálculos de las jugosas ganancias que podría perder si cede ante ella, le dice que no le interesa, que es una pérfida y que ni piense que le perdonará su deuda.

—Y al volver a su casa está desesperada, va a comprar arsénico, se lo toma y muere.

—Sí, Bastián, esa es la declaración que hizo el inspector de entonces, pero hay cosas que no cuadran.

—Pero no puede negar que suena muy lógico. La mujer está desesperada, ya no tiene ganas de vivir porque la han traicionado los hombres. Su marido ya no representa nada para ella y su vida está deshecha. Es lógico que se quitara la vida.

—Desde el punto de vista moral y emocional, es verdad. La única salida posible era el suicidio, lo mismo que pasó con la heroína de León Tolstoi, pero nosotros somos detectives y deberíamos analizarlo de otra forma.

—Ah, entonces, ¿quiere usted que fue el marido quien la mató?

—¿Por qué no? Mira, tiene el antecedente de haber perdido a su primera esposa, supongamos que él la asesinó porque no le gustaba, luego, trató de guardar las apariencias consiguiéndose otra mujer. La nueva esposa es sólo para mantener su imagen social, pero no le importa porque sabe que existen sus amantes y deja que ella se entretenga con ellos mientras hace lo que le gusta de verdad. El inspector que se ocupó del caso dijo que era un hombre completamente entregado a la investigación y la medicina. Tal vez, tenía un proyecto importante o una perversión y sólo los gastos descontrolados de su mujer lo inquietaban, pero llegado el momento crucial, que seguramente ya preveía, le trató de ayudar a su mujer calmándola, pero la mandó a la farmacia a comprar veneno en lugar de los calmantes y luego ella se los tomó pensando que se metía algo que la tranquilizaría. El médico, por su parte, tenía una coartada perfecta. ¡Imagínate! Una mujer desesperada, con deudas, con una carta que comprobaba su infidelidad y con un marido que la perdonaba, a pesar de todas sus fechorías. Era la situación ideal.

—No sé, inspector, creo que es posible esa situación.

—Sí, de acuerdo, pero ella podría haberse ido sin más. Era verdad que el romanticismo la había confundido, pero el investigador, dijo, o más bien dio a entender, que ella era una mujer que estaba en contra de su sociedad que perseguía un ideal que los hombres no le pudieron proporcionar. No me parece que siendo una mujer así, se hubiera quebrado tan rápido teniendo una salida ideal. ¡Piénsalo!

—Así como lo dice, inspector, suena real, pero transpórtese a esa época. Póngase en el papel de la pobre mujer.

—Lo siento, querido, Bastián, pero en el único lugar en el que puedo ponerme es en el del doctor y estando en su situación, creo que habría hecho lo mismo. Es decir, si fuera el asesino. Además, después del suceso, muere la madre del doctor y su suegro. ¿Crees que hayan fallecido por la tragedia de la mujer envenenada?

—Creo que el suegro, sí, pero la madre del doctor habría sufrido por la situación de su hijo y su nieta, ¿no? ¿Eso, sería suficiente para tener un infarto?

—Sí, te lo paso. Pero si el médico considerara que la culpable de esa tragedia era su madre, quien seguramente lo obligó a casarse la primera vez y lo presionó para que se casara de nuevo, ¿no piensas que lo habría hecho?

—Pues, es muy posible, pero ¿cómo comprobarlo?

—De ninguna manera. Sí, querido Bastián, por desgracia el asesinato no se resolvió porque se trata de una novela, no de un caso de investigación. ¿Sabes de qué obra se trata?

—Sí, inspector, lo he entendido, ahora mismo. Lástima que no la hayan escrito como novela negra. Habría sido muy interesante.

—De cualquier forma, es un baluarte de nuestra cultura, ¿no crees?

—Sí, inspector, por supuesto.

—Bien, ya es hora de irnos a descansar. Vámonos.

Se levantaron con prisa, acomodaron algunos papeles y salieron. En la calle el inspector se fue caminando muy sonriente. Pensó que tal vez habría otras obras que podría analizar como novelas de detectives para no decepcionarse con los casos absurdos que tenía que resolver todos los días bajo las órdenes de Clement Fouché.

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