El rostro del Ser Marginado

El rostro del Ser Marginado

Romana Di Bartoms

30/05/2017

¿Te has preguntado sobre él? ¿Quién es o quién era? Dime… ¿Es acaso su rostro el de un ser marginado o todo lo contrario? El de un Ser realizado.

Pues aquel estaba siempre allí, acurrucado a un costado de la parada del ómnibus. Algunos, los más pequeños, inocentes, libre de maldad, inmortalizaban su imagen en sus recuerdos. Se preguntaban sobre él, mientras que quienes podían saber la verdad de aquel hombre preferían ignorarlo. Alguna vez, cuando en mi no habitaba la maldad me pegunté si era más que un hombre, más deseaba que lo fuera. Por aquellos tiempos no percibía la perversidad del corazón del hombre, más veía un gran y bello mundo, con seres bellos y buenos; y al pasar el tiempo, cada ideología en mi fue careciendo de valor y significado. Aquel mundo ya no era mi mundo.

Aquel hombre siguió allí. Sin importar frio o calor, sin un hogar sin amigos o familia, siempre allí. Crecí y estructure a mi persona la indiferencia; aquel hombre no era nadie, a veces estando cerca ni volteaba a verle; en ocasiones solía padecer una crisis emocional, supongo, ya que decía incoherencias gemía y lloraba, no pedía limosnas ni hablaba con la gente, le hablaba a la nada. ¿Qué habrá sido aquello tan impactante por lo que pasó? ¿Por qué ese llanto tan molesto y desgarrador? No era fácil ignorar aquella imagen, ese rostro fragmentaba al espíritu más cobarde o perverso. Sin embargo, yo imitaba al resto de los creía, eran hombres de bien, dignos de respeto. Aquellos de los que hablo, no se dejaban impactar con el rostro del ser marginado, simplemente subían el volumen de la música de sus móviles, con auriculares a sus oídos, mirando al lado contrario, así, podían esperar con toda tranquilidad a que sus ómnibus llegasen.

Pero un día mi hermano trajo a su familia a pasar un fin de semana conmigo. Mi casa, daba al frente de la parada donde todos los días sin importar hora o circunstancia estaba aquel despreciable y molesto anciano. Los niños de mi hermano no dejaron de atormentarme mientras estuvieron en casa, sentían una fuerte curiosidad sobre aquel hombre. Cada pregunta que los niños me hacían me llenaban de culpa y miseria, a lo mejor por sus preguntas azotaron contra mi consciencia que creía estaba dormida.

“¿Por qué esta bajo la lluvia? ¿Tendrá frio? – No lo sé.

¿Cómo se llama el señor? ¿Qué come? ¿Puede decirle que venga a comer con nosotros?

¿Por qué no tiene casa?” Estas son algunas de aquellas preguntas, los siguientes días, me molesto tanto que ese hombre estuviera ahí, quería correrlo, que fuera a otro lugar a dar pena. Pero quién más pena daba era yo, no solo por mi forma de pensar, sino por no atreverme a sacarlo de ahí. Claro, me importaba más los ojos con los que los demás me verían si hacia algo. Más de que me servía, seguía sin hacer nada y ese hombre seguía allí atormentándome…

CONTINUARÁ.

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