Carta a Manuel. Un viaje.

Carta a Manuel. Un viaje.

Myriam Reyes Pena

26/05/2017

Manuel, hay niños que no sólo no tienen pan o regalos para Navidad y que sufren en soledad debido al sida. Hay niños que sufren de esta grave enfermedad que han sido rescatados y son cuidados por seres de buena voluntad en campamentos en varios países de África. En África hay otros niños, que mueren de hambre sin ayuda alguna. Ellos estarían sanos si tuviesen el alimento y cuidados necesarios. Estos niños yacen en los brazos de sus madres, que también mueren de inanición, sin que el mundo occidental se digne compartir su riqueza y su amor con ellos.

Como es bien sabido, los países del Mercado Común Europeo destruyen toneladas de alimentos cada año para impedir que los precios de estos bajen y se les arruine el “negocio”. Sería de sentido común que estos países se comprometieran a donar la sobre producción de alimentos a aquellos países que por la sequía (producto del cambio climático producido por el recalentamiento global, debido a las altas emisiones contaminantes que generan los países del “primer mundo””), o por otros motivos, no pueden alimentar a sus poblaciones quienes no tienen poder adquisitivo para pagar por estos alimentos. Cierto es que parte de esta sobre producción de alimentos es donada a las Naciones Unidas con el fin de ayudar, pero no es suficiente. En todo caso la inmoralidad de destruir alimentos, mientras hay seres en nuestro planeta que sufren de hambre, es innegable e inaceptable.

Manuel, te contaré una experiencia personal que me dejó impactada hasta el día de hoy, porque dice mucho acerca del espíritu del ser humano, de cómo personas en situaciones límites de necesidad de alimentos, vestidos, hogar y paz dan preferencia a lo que alimente su espíritu, dan preferencia al libro.

A principios de los 80’s, en la frontera entre Zimbawe y Mozambique, habían campamentos habilitados por las Naciones Unidas para los niños soldados y niños huérfanos que combatieron en las guerras de independencia cuando Zimbawe y Mozambique luchaban para dejar de ser colonias.

Mi primer marido y tres de nuestros hijos eran la avanzada en África cuando elegimos localizarnos en un país donde pudiésemos ser un aporte. Esto era muy significativo para nosotros, que habíamos dejado Chile como consecuencia del golpe militar y la dictadura de Pinochet, lo preferíamos a quedarnos en el Reino Unido que tan generosamente nos acogió como refugiados. El plan era que una vez que Andrea y yo nos tituláramos, nos reuniríamos en Mozambique para ejercer allá, nuestras actividades. Mientras tanto les visitaríamos en cada periodo vacacional: Diciembre-Enero y Junio-Septiembre. En un mapa que compré en Londres, que seguramente tenía algunos años, planeé una ruta de viaje que me pareció interesante hacer mientras íbamos a Quelimane, Mozambique. Era justamente la época navideña y nosotras aprovechábamos nuestras vacaciones de navidad para ir a ver a los niños y a mi marido ya que ambas estábamos en el Reino Unido cursando nuestras licenciaturas.

Bien, en esa primera visita saldríamos de Londres a Zimbawe en avión. Desde allí tomaríamos el tren internacional (herencia del colonialismo inglés en la antigua Rodesia) que unía este país con Mozambique, para luego llegar a Beira en la costa este de África, en Mozambique, para luego bajar hasta llegar a Quelimane. Esto incluía cruzar el Zambesi, uno de los grandes ríos africanos con cocodrilos incluidos.

Andrea y yo llegamos a Harare, capital de Zimbawe (antigua Rodesia), cuando ya estaba en el poder Roberto Mugabe, quien en ese entonces era visto como el gran líder en la transición que ese país estaba viviendo; el gobierno del Reino Unido participaba muy activamente, ya que Zimbawe fue parte de sus colonias. Cuando llegamos a Harare quise comprar dos pasajes de tren hasta Beira, en la costa este, en Mozambique, que era lo que el mapa indicaba era el punto final del recorrido del tren internacional. En la estación de trenes se nos explicó que debido a la guerra, el tren internacional ya no funcionaba. Sólo llegaba hasta la ciudad de Bulawayo que estaba cerca de la frontera con Mozambique. Nos explicaron también que desde el primer pueblo en Mozambique era posible tomar un autobús que nos llevaría hasta el pueblo donde se reanudaba el servicio de trenes, ya en territorio mozambiqueño. Lo que no nos dijeron es que esos buses y el tren eran objeto de ataques terroristas de los mercenarios que atacaban Mozambique por orden del gobierno de Sudáfrica que entonces aún estaba bajo el régimen de apartheid (discriminación racial). Tampoco nos dijeron acerca de los peligros que encontraríamos en la estación de ferrocarriles mientras esperábamos solas el tren en medio de la noche ni que iba a ser casi imposible subir a este.

Como no habíamos comido nada desde que abordamos el tren, buscamos un lugar para comer. Encontramos un precioso hotel. Vestidas aun con las ropas del día anterior: pantalones hindúes y su respectiva blusa, sandalias y nuestra mejor apariencia latina, que se podía confundir con la de personas originarias de la India o Pakistán, entramos sin complejo alguno en ese hotel atendido por hombres hindúes vestidos con las elegantes ropas y turbantes que acostumbramos ver en las películas atendiendo a los rajás y príncipes en la India. Nos sentamos a una mesa y esperamos ser atendidas. Esperamos un tiempo prudente mientras observábamos el comedor que era de una elegancia colonial muy británica, pero más parecíamos estar en la India que África. Notamos que éramos discretamente observadas por los otros comensales, todos de apariencia europea o británica, mientras nuestra espera se hacía más y más larga, sin que nadie se acercara a tomar nuestra orden. Nos pareció esto tan extraño que empezamos a conjeturar al respecto, hasta que nos dimos cuenta de que sólo recientemente había terminado la segregación racial en Zimbawe y que, estando en una alejada provincia, esta ciudad seguramente mantenía los protocolos del racismo más absoluto y puro. Cuando esta noción entró en nuestra obtusa conciencia, una ira extrema nos empezó a invadir, era una verdadera tormenta tropical. Bueno, en otra ocasión te contaré, Manuel, acerca de cómo conseguimos comer algo allí.

Cruzando la frontera de Zimbawe hacia Mozambique, en tierra de nadie, había un campamento de niños refugiados de la guerra establecido por las Naciones Unidas. Desde allí venían jóvenes y niños soldados a la estación cercana a ellos. Nos enteramos mas tarde de esto y de otras cosas. Tuvimos que esperar todo el día y la mayor parte de la noche a que el tren llegara a la estación.

Mientras esperábamos allí un tren que se suponía pasaría a alguna hora en la madrugada, un grupo de adolescentes y niños se acercaron a nosotras (en verdad daban la impresión de una jauría de seres famélicos). El líder de este grupo me preguntó, en inglés, si tenía algo que les pudiera dar. Yo llevaba cuatro maletas grandes con ropas, productos de tocador y libros para mis hijos y su padre. La situación era muy peligrosa ya que lo más probable de esperar era que se fueran con las maletas y nos asesinaran para que no les denunciáramos; pero esto solo lo supimos más tarde cuando nos dijeron que es lo que usualmente pasaba en esa área. Le dije al joven que me habló: mira tengo algo que creo te va a gustar mucho, son las obras completas de un escritor y científico ruso, en inglés, que escribe ciencia ficción: Isaac Asimov. Procedí a contarle la biografía de Asimov que estos jóvenes escucharon en religioso silencio mientras yo buscaba el libro en las maletas. Mientras hacía esto encontré otro libro interesante: Las Uvas de la Ira y les conté como el escritor de ese libro daba a conocer una realidad muy dura de alguna gente que vive en Estados Unidos. Ese libro se lo regalé al acompañante del líder del grupo de niños rescatados como combatientes y fríos soldados que dan horrible muerte a sus enemigos.

Con respetuoso saludo, dando las gracias, este peligroso contingente de niños soldados, rescatados por las Naciones Unidas, se retiraron con sus libros en las manos y una amistosa sonrisa en sus labios.

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