El atraco

Marta , mi mujer, y yo detrás de él en la cola, le habíamos escuchado calcular, en voz alta, cómo aplicaría esos 500 euros que estaba a punto de recibir.

¬ 100 mecánico, 100 Bar Carlos, 100 la Puri …

Y le tocó el turno.

Mientras, por encima de su hombro, vi como contaba los billetes, uno a uno, entre sus dedos ensalivados previamente con la daga en el sobaco, fui consciente de que ante nosotros se estaba produciendo un atraco. Ni más ni menos. En la pequeña sucursal sólo estábamos, en ese momento, el cajero, una auxiliar, que sumaba facturas con una antigua máquina, que producía una tira de papel que llegaba hasta el suelo, el guarda de seguridad, junto a la puerta, totalmente ensimismado en limpiar sus uñas unas contra las otras , Marta y yo.

El cuchillo de El Sereno era de respetables dimensiones y lo acababa de dejar ahora junto al mostrador del banco, mientras el cajero atendía atónito al inventario de billetes de 20 euros que se producía frente a él.

La posibilidad de que se volviera de repente, queriendo eliminar con su arma a los pocos testigos de la fechoría que estaba realizando, me sobresaltó en gran manera y pensé que Marta y yo seríamos, sin duda, los primeros en caer acuchillados.

En eso recordé que en el bolso de mi mujer, visiblemente embarazada de ocho meses, acababa yo de dejar una pequeña botella de agua, para cubrir las emergencias propias de su estado. Le susurré al oído:

¬Rápido, la botella.

Ella me la pasó apretándome el brazo, aterrorizada, y yo, tal como la tuve en mis manos, la escondí boca abajo en la manga de mi jersey y la abrí de golpe dejando caer el líquido entre las piernas de ella, que me entendió inmediatamente y empezó a gritar:

¬¡El niño, el niño. Que viene el niño!

El Sereno se volvió hacia nosotros con gran agresividad. Me miró a mi, a Marta y en seguida reparó en el gran charco de agua que le salpicaba los zapatos.

¬¡¡El niño, Juan. Que viene , que viene!! – Gritaba Marta-.

El cajero se levantó de su silla, en la que aún estaba sentado, y me miró horrorizado. La auxiliar, que desde que detectó el atraco estaba escondida bajo la mesa y tras las tiras de papel, sacó la cabeza de allí con curiosidad y terror y el guarda de seguridad abandonó sus uñas y echó mano a su porra, con urgencia, en busca de ese niño que la señora de la cola anunciaba a gritos que venía.

¬Tranquila cariño. Respira, respira. Uno, dos, uno, dos, Uf , uf, uf. Saca aire , toma aire,saca aire, toma aire.

El Sereno miró a Marta , me miró a mi y , abandonando su labor de contabilidad de tanto billete de veinte, se hizo dueño de la situación, ordenando al guardia de seguridad:

¬¡Tú! ¡Cierre la puerta . Que no entre nadie!

El de la manicura le obedeció, al tiempo que yo le tendía al malhechor mi jersey y recostaba a Marta en el suelo:

¬¡Rápido, haga una almohada con esto! . ¡ Póngasela en la cabeza! – le dije.

-No, en el cuello y otra en las piernas,-dijo él.

Así lo hicimos mientras yo mojaba mi mano en el charco de agua de Lanjarón y se lo pasaba por la cara a mi mujer, fabricando de este modo un simulacro de sudor.

¬ ¡¡Abanique, abanique!!.- Le dije al ladrón mientras le pasaba el abanico que había sacado del bolso de mi mujer-.

¬¡Vamos Marta. Tranquila. Aspira, espira, aspira, espira.! – Le dije yo

¬¡Vamos Marta. Tranquila. Aspire,espire,aspire,espire! – le decía El Sereno.

En eso se acercó a nosotros la auxiliar, aún gateando, y yo le grité :

¬ ¡Llame al 112, ya!

-¡Llame al 112 ya! – ordenó el ladrón, solidario y mandón.

Mientras esta tensión nos envolvía y Marta seguía repitiendo, ya sin gran exageración ,” mi hijo mi hijo”, el cajero, eficiente, procedió a retirar la gran cantidad de billetes de 20 euros que El Sereno – ahora enfermero de urgencia – había olvidado en el mostrador, depositando con sumo cuidado el gran cuchillo dentro de la papelera, tras tomarlo con dos dedos por la hoja, tal cómo había visto por la tele que hacían los detectives.

¬ ¡¡Una señora apunto de parir!!…Sucursal de Banco de Andalucía. …Puerto Serrano…muy urgente…si si, a punto, ha roto aguas. El niño ya asoma la cabeza!! –exageró la auxiliar a la operaria del 112-.

¬Dicen que en 20 minutos llegarán.

¬ ¿¡¡Veinte minutos!!?. ¡¡ No llego, no llego!!!! ¡¡Contracciones, contracciones!!- me dijo Marta a la cara guiñándome un ojo.

¬¡Tranquila Marta . Aspira , respira, aspira , respira!. – insistía El Sereno a Marta enseñándole como mover su barriga y controlar así esos espasmos que Marta estaba fingiendo estupendamente.

¬ ¡¡Agua , agua!!- Gritó Marta

¬ ¡Agua, coño, agua!- le gritó El Sereno al guarda de seguridad mientras, de rodillas, seguía abanicando con pasión. Éste salió corriendo al lavabo a cumplir la orden.

En la calle, al otro lado de la puerta de la sucursal, empezaba a agolparse la gente, dado que la sorpresa que provocó el hecho de que el guarda, al otro lado del cristal, impidiera entrar a los clientes, unido a vislumbrar a mi mujer en el suelo y a dos hombres, nosotros, arrodillados a su lado, hizo brotar cierta alarma y desconcierto. Eso ayudado por los aspavientos del guarda que, desde su puesto, señalándose la barriga y con extraños gestos, agachándose grotescamente, daba a entender que un parto – si no algo más vulgar – se estaba produciendo en el interior del banco y con aquella señora.

La verdad es que no tardó en oírse la sirena de una ambulancia, que el servicio de urgencias 112 debía haber dispuesto cerca del pueblo, quizá en la carretera, de manera que el ladrón nos anunció que todo estaba a punto de salir bien.

¬Tranquila señora, aguante. Aspire, espire- seguía él que ya controlaba la escena, mejorando mi labor de parturiento consorte.

Felizmente la ambulancia frenó en la puerta de la sucursal y a través de los cristales y entre las ofertas en posters y carteles de baratísimos préstamos, conseguí ver como de ella bajaron dos fornidos empleados del SAMUR, que se apresuraron a sacar, de la parte de detrás del vehículo, una enorme camilla.

El guarda de seguridad corrió a desbloquear la puerta al tiempo que los camilleros , haciéndose sitio entre la pequeña multitud, llegaban hasta la entrada , frente a la que comprobaron que era absolutamente imposible introducir aquella camilla a través del giratorio artilugio de cristal blindado de seguridad y a prueba de ladrones, del que disponía el banco.

¬¡¡ Rápido, rápido!!- les instó el guarda, mientras los hombres soltaban la camilla en el suelo y se empujaban para entrar.

¬ A ver, con cuidado, ¿eh? – les dijo El Sereno – Le hemos dado agua, aire y ayudado a respirar. Ha roto aguas y tiene contracciones cada cinco minutos.

Marta y yo nos miramos, con los ojos como platos, sorprendidos ante la exacta información tan falsa y exagerada de aquel que se creía dueño de la situación.

¬ ¿Es usted el marido? Venga con nosotros. – le dijo uno de ellos a El Sereno.

¬ ¡¡No no!!. El marido es este- les respondió señalándome con las dos manos.- Está muy nervioso. Hay que darle un calmante.

¬Vamos, vamos. A la ambulancia. Pase delante – me ordenó el camillero mirándome con cierto desprecio. No así a El Sereno, al que premió levantando su barbilla con un gesto de aprobación diciéndole- Gracias señor. Buen trabajo.

Los enfermeros cogieron a Marta cada uno por un brazo, por encima de sus hombros y la subieron a la ambulancia, a la que yo me subí detrás de ellos.

¬Tranquila señora. En diez minutos estaremos en el hospital. Es un poco prematuro, ¿no?- comentaron al comprobar la evidencia de que esa barriga no correspondía a un parto inmediato.

Mientras les explicábamos a los atónitos enfermeros, entre risas nerviosas, la historia que acabábamos de vivir y protagonizar y les pedíamos que nos acercaran a nuestra casa, allí cerca, vi por la ventanilla trasera de la ambulancia, salir del banco a El Sereno que, abriéndose paso entre los curiosos, recibía las felicitaciones y golpes en la espalda de aquellos transeúntes que habían seguido la escena desde la calle y que, con ayuda del guarda, exageraban el caso y se lo contaban, convenientemente adornado, unos a otros. Adiviné los gestos de aplausos que premiaban su decidida entrega y acertada supervisión. Pude ver, mientras nos alejábamos de allí, que, emocionado y recomponiendo su atuendo, saludaba a la gente en la calle levantando la mano, cómo un torero triunfante al fin de su faena, orgulloso y satisfecho de haber colaborado, con éxito, a la solución de tan delicada urgencia; la del parto prematuro, aquella mañana, en la sucursal del Banco de Andalucía, de Puerto Serrano.

Jmr 02-05-2017

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS