LA CITA SECRETA

La mañana del lunes 25 de marzo Pedro abrió el cajón de su mesita de noche, en donde guardaba la pequeña pistola Glock, con sus 17 balas 9 mm parabellum. La cogió con respeto y le pasó el trapito de felpa la tapaba. ¡Qué ligera!. Sólo necesitaba dos proyectiles, uno para cada uno de ellos dos.

La colocó en la cartuchera, que sacó del cajón de los calcetines de la cómoda, y la colgó con cuidado del respaldo de la silla de su cuarto, antes de meterse en la ducha. Hoy tampoco se afeitaría. Una vez a la semana es suficiente- pensó – mientras se secaba frente al espejo. Cuando entró en la policía, hacía 35 años, no se permitía llevar barba. Ahora, ya canosa y algo descuidada, junto al pelo desordenado y una antigua cicatriz junto a la ceja, le proporcionaba el papel del viejo poli que él no rehusaba representar, representación que hoy iba a ser estelar.

Ana ya había salido de casa esa mañana. Su comportamiento no admitía dudas. De nuevo se estaba viendo con Esteban Marín, como ya pasó hacía cinco años. Los debió matar entonces. A ambos. Creyó en ella y en su arrepentimiento, y en el de él, pero tantos años de detective policial, investigando engaños y mentiras, le habían enseñado que, muchas veces, se vuelve a las andadas cuando se ha abierto la puerta de la infidelidad.

Es cierto que sus celos le habían dado algún disgusto y algún merodeador de Ana, en el pasado, se había llevado algún puñetazo suyo, pero la intuición de sabueso no le solía fallar, y esta vez no eran celos infundados lo que le atormentaban. Ana volvía a verse, otra vez, con Esteban, seguro, su eterno compañero de patrulla.

Tan estirado, moreno de piel, buen aspecto, muy pulido, atractivo, conquistador y solterón, siempre había coqueteado con Ana cuando salían los tres juntos, casi a todas partes, hasta que llegaron a enrollarse delante de sus propias narices. Fue duro cuando los descubrió entonces. En aquel momento ambos se arrepintieron de esa aventura y él creía que era así. Pero no. Ahora lo sabía, se estaban viendo en secreto de nuevo. Esta vez se arrepentirían de verdad.

Antes de colgarse el arma del hombro, le sacó el cargador y sopló sobre las balas abrillantando con el dedo la punta de las dos primeras de la serie .Cada una de ellas tenía su misión. Ya sabía en qué momento y no faltaba mucho tiempo para ello. Lo que ocurriera después había dejado de importarle.

Ana había saltado de la cama el sábado por la mañana. Dormía desnuda y era un deleite verla caminar descalza, con su larga melena rubia y sus saltitos tan coquetos al tocar el frio suelo.

Eran las nueve, temprano para ese día, y se fue con su móvil a la cocina. Aún entre sueños le pareció que la oía hablar en susurros:

-Sobre todo disimula… Si ya lo he apuntado- Ya sé que es difícil pero…lo peor ya está hecho. Todo saldrá bien, ya verás. Luego hablamos. No me llames a casa, yo te llamaré a ti. Adiós Esteban.

Cuando algo más tarde Pedro se levantó y entró en la cocina, encontró un papelito amarillo pegado en la puerta de la nevera, recién escrito telegráficamente, que rezaba “Los Tulipanes, Gavà, 21.00 horas – el lunes – 25 de marzo-” lo que no podía indicar más que un lugar, una población, una hora y un día, o sea una cita. El papelito amarillo había desaparecido la segunda vez que Pedro pisó la cocina, cinco minutos más tarde, lo que le impidió peguntar a su mujer que era ese mensaje y, aún peor, desterrar las dudas sobre su significado. Ese era el lugar a investigar y donde se citaban, seguro.

Las pruebas de la infidelidad de Ana se le aparecían sin apenas buscarlas. Esta vez él era su propio cliente. Que curioso. Era muy bueno en su trabajo y ahora iba a conseguir un éxito con su propia vida. Sus pesquisas iban cuadrando todas como en un puzle.

Por ejemplo el domingo por la noche, una tarjeta olvidada junto al teléfono rezaba: “Los Tulipanes, tu cena romántica” y en el reverso dirigía, con un pequeño plano, al posible cliente, a un restaurante en la pineda de Gavà, un pequeño pueblo cercano a Barcelona. Esa información encajaba con la de aquel papelito amarillo, que leyó y extrañamente despareció de la puerta de la nevera, la mañana del sábado.

Pedro dejó esa tarjeta en el lugar en que la había encontrado, con intención de preguntar por su procedencia, pero observó que ella, al entrar en su habitación , la cogía de un salto y la arrugaba disimuladamente, mientras parecía metérsela en la boca y masticarla, confundiéndola con el chicle que, como muchas veces, llevaba entre sus dientes.

– Que ilusa. Creyó que no me había dado cuenta-pensó-.Definitivamente ese es el lugar de sus encuentros secretos. Qué mal disimulado. O quizá me está dejando pistas para provocar que los encuentre…

El viernes ocurrió algo que ya hacía incontestable la existencia de alguna cita anterior y en ese lugar. Por la mañana, Ana le había pedido que llevara el coche a la revisión anual:

-No voy a coger mi coche hoy. ¿Puedes llevarlo tú a la ITV?. Tenía hora a las nueve y perderé el turno si no lo llevo esta mañana, cariño.

-Está bien. A esa hora me va bien. Ya lo llevaré yo.

Al programar el navegador para encontrar el taller de la maldita revisión, el instrumento indicó

ULTIMA DIRECCIÓN SOLICITADA:

POBLACIÓN: Gavà

LUGAR: Restaurante “Los Tulipanes”.

Ahí apareció de nuevo ese lugar. La confirmación de sus sospechas y un sudor frío le congeló la columna vertebral hasta las nalgas y la idea del escarmiento con la imagen de la Glock le abofeteó la cara. Esteban vivía en Gavà. No había duda, se veían cerca de su casa y luego él se la llevaba a su chalet a tomar la última copa… ¡Qué hijo de puta!.

Según los mensajes que encontró, hoy se habían citado en ese lugar-Los Tulipanes- y hoy mismo y allí los encontraría, infraganti. Les daría un buen susto. ¡Sorpresa! Sabía el lugar y la hora. Para Pedro ya no existía el mañana. El día ¨D¨era hoy.

Ana era una buena abogada de un exitoso bufete, siempre sumida en litigios absorbentes. Hubieran podido trabajar juntos, crear una agencia de detectives. Con su experiencia de investigador y la de ella hubieran montado un negocio interesante. Así la hubiera controlado mejor y más de cerca. No se le habría escapado tanto de las manos. Ahora ya era tarde. Ella prefería volar, como decía, por su cuenta. Pronto la haría volar de verdad.

Irrumpiría en su cita con Esteban Mir. Ese iba a ser el primer paso para dejar claro que no era desconocedor de lo que estaba ocurriendo. Su presencia, en plena cena, debía suponer el jarro de agua fría que congelaría, de golpe, el calor de la clandestinidad. El jarro de agua fría que él convertiría en pólvora caliente.

Cuando Pedro salió de su casa esa mañana de lunes ya eran más de las diez. Fue a la comisaría y entró en su despacho sin saludar a nadie. Estaba como hipnotizado y no podía ni pensar ágilmente, obsesionado con su plan de aparecer en “Los Tulipanes”.

Había que llegar a ese restaurante algo después de las nueve. Ya estarían sentados cuando él entrara. Los encontraría en pleno brindis. ¡Salud pareja!

Vio pasar a Esteban por delante de la pared acristalada de su oficina. Tan estirado como siempre, le saludó guiñándole un ojo y disparando una hipotética pistola con los dedos índice y pulgar. ¡Qué poco sabes lo que te espera , capullo. Te tragarás ese gesto!

Cómo cada lunes a las 12:00 hubo reunión de departamento. No había sido un fin de semana especialmente ajetreado y los temas a investigar eran muy rutinarios. Una vez que el inspector jefe distribuyó el trabajo semanal, se levantó la sesión en apenas una hora. En todo caso Pedro sólo pensaba en su particular trabajo para esa noche y no le importaba lo que ocurriera con su vida en los próximos días, porque todo acabaría después de las nueve.

Le tocó pasear por la calle Tuset, arriba y abajo, más o menos camuflado, como cuerpo de protección a un político de primera línea que vivía en esa calle. Eso le permitió pensar mientras andaba y acabar de planificar como desarrollaría la actuación definitiva que le esperaba en tan sólo unas horas, mientras se pateaba la pequeña avenida.

Comió un menú barato en un restaurante de esa misma calle, se bebió toda la botella de vino que le colocó el camarero en frente, no quería agua, y pidió tres carajillos de ron. Uno tras otro. Se tocó varias veces la cartuchera, para reafirmar que su protagonista estaba bien unida a su pecho, y se sintió satisfecho de su plan.

Inconscientemente se había vestido por la mañana con su traje nuevo. Quizá para impresionar, de la mejor manera, a su oponente. Se encontró muy elegante cuando se miró en el espejo del lavabo del restaurante, antes de pagar y salir del local. Volvió a la oficina, hizo un pequeño informe de su aburrida mañana y malgastó un par de horas frente al ordenador. Se acercaba la hora. Su hora, y el fin de su humillación, a la vez que el fin de los causantes de la misma.

De repente , en la pantalla, abajo a la derecha, apareció un pequeño sobre amarillo anunciando con una campanita de aviso, que le entraba un correo. Lo abrió inmediatamente.

PARA: Pedro Blasco

DE: Cibercafé45@yahoo.com

ASUNTO: Cita . Los Tulipanes .Gavà. 21:00. Hoy lunes 25 de marzo

Y el texto decía: “VEN Y VEN SÓLO¨

Sólo le faltaba recibir ese anónimo para cerrar el círculo de la sospecha. Su experiencia le decía que, en algún momento de una investigación, en casos de infidelidad, un enemigo de la pareja, algún despreciable confidente, aportaba su chivatazo a la ya delicada situación. Ahí estaba su chivato. Esteban, igual que él, tenía muchos enemigos. Cualquiera que le quisiera mal sabría que, con ese mensaje, posibilitaría descubrir la traición conyugal. Ese, el que fuera, le acababa de pasar a él el trabajo sucio.

No le importó recibir el mensaje. Al revés. Se sintió con más razón para ajustarles las cuentas, de una vez por todas, a los dos, a Estaban Marín y a ella.

Eran ya las ocho y media. Algo nervioso pero muy decidido apagó el ordenador, se levantó de la silla y se despidió de todos, levantando una mano a lo largo del pasillo acristalado que mostraba otros despachos, y se dirigió al ascensor del parking. Bastantes mesas estaban ya vacías. De hecho muchos compañeros ya no volvían por la tarde, e informaban de sus gestiones al día siguiente. También la de Esteban estaba vacía. Sonrió. Él sabía dónde se encontraría en ese momento. Que pronto lo tendría cara a cara. ¡Qué sorpresa te espera, Esteban,cabrón!

Como aún llevaba el coche de Ana, se dispuso a conducir dejándose llevar a dónde el navegador del coche le dirigía. El vehículo conoce perfectamente el camino- se dijo-.

Llegó al restaurante. Un antiguo chalet reformado. Ya era de noche y sólo un letrero levemente iluminado que indicaba ¨Los Tulipanes¨ daba luz al aislado lugar. En la explanada de tierra, que hacía de aparcamiento, unos cuantos coches estaban ya estacionados. Lástima. No deseaba mucho público para su inminente actuación. La penumbra de un comedor íntimo se adivinaba tras los cristales empañados del interior y las notas de una musiquilla romántica se mezclaban con el murmullo de la gente que ya estaba cenando.

Bajó del coche, respiró profundamente, se acicaló el pelo, se recolocó la corbata y palpó de nuevo la Gluck. Se aproximó al edificio, siguiendo el guión que tanto se había dibujado en su imaginación, con rectitud de cuerpo y paso firme, seguridad y aplomo.

Cuando se situó frente a la entrada, respiró profundamente, cruzó el brazo derecho por delante del pecho, metiendo su mano en la cartuchera de la pistola que lo esperaba bajo su hombro izquierdo. La cogió con fuerza y deslizó la corredera con decisión hacia detrás, montándola . Lo había hecho tantas veces en su vida, segundos antes del peligro inminente… Esta vez el peligro lo traía él. Quitó el seguro y escuchó atento el sonido ambiente del otro lado. Le pareció excesivo el silencio. Claro, sólo oía el latir de sus sienes en sus tímpanos. Dejó que las sospechas acumuladas le invadieron de nuevo en ese momento. Imaginarlos juntos le llenó de ira y convicción. Se recargó de razones y dio el paso.

De repente, al alargar la mano hacia el pomo dorado de la sólida puerta de madera, esta se abrió automáticamente, con gran rapidez, y apareció frente a él una gran oscuridad que de golpe se iluminó en una explosión, en un gran fogonazo, dándole un baño de luz en la cara, que le hizo retroceder y taparse los ojos con la mano libre mientras apuntaba con la pistola a esa oscuridad hecha súbitamente luz. En seguida otro rayo de luz lanzado desde otro lugar le deslumbró, y otro y otro. Relámpagos que se hicieron flashes y fotos y fogonazos. Se vio víctima de una trampa. Una emboscada. Lo vio claro; su corazón notaría pronto el golpe de muerte de una bala. Deslumbrado y cegado barría con su arma sin saber a dónde apuntar ni contra que disparar.

En ese momento, del techo llovieron gran cantidad de papelitos blancos que lo envolvieron de copos de confeti. Serpentinas de colores volaron lanzadas desde las cuatro esquinas del local cubriendo el espacio de espirales. Gritos que no entendía y una música ensordecedora explotó en sus oídos. El suelo tembló, en un terremoto de decibelios atronadores, que hacían casi explotar los enormes altavoces, mientras un coro de gritos con micrófonos en mano, encabezados por las risas de Ana y Esteban-risas que empezaban ya a congelarse- y un montón de caras conocidas de la comisaría, levantaban sus copas cantando : ¡¡¡ FELIZ CUMPLEAÑOS PEDRO!!!!

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS