Tres esquinas.Contrapunto

TRES ESQUINAS (Contrapunto)

LUCIA

Conozco bien a Carlos y siempre he sabido que para él era importante, muy importante, su promoción dentro de la Universidad. Los dos sabíamos que nos dedicaríamos a la docencia al acabar nuestros estudios. Siempre hemos sido buenos comunicadores y las Relaciones Públicas y el Protocolo y la enseñanza de ello era otra de las muchas disciplinas que hasta hoy nos han unido. Yo tenía claro que si Carlos aceptaba esa oferta de trabajo debíamos prescindir de pasar tres días juntos cada semana. Por otra parte la llegada, tan repentina, casi por accidente, de Carlitos, es verdad que nos distanció un poco más que los kilómetros que se incrustaban entre nosotros cada lunes. El pequeño absorbió desde el principio nuestras conversaciones, y los días de convivencia en Barcelona, cuando Carlos volvía tan cansado de la Coruña, todo fue hablar de los cuidados del niño, sus estudios y los planes de futuro que planeábamos para él. Por eso, hasta hoy, estos primeros quince días de agosto en Calella estaban suponiendo un auténtico descanso del ya finalizado curso.

Hace unos días, durante esas vacaciones observé que Carlos se hundía en silencios infinitos y miradas perdidas en el horizonte mediterráneo que yo interpretaba como la manifestación de ese relajado bien estar y del descanso tan merecido.

Ayer Carlos me llamó a su lado al finalizar su desayuno. Era día 15 de agosto. Esa tan tranquila quincena finalizaba ya y los planes del curso entrante, con seguridad, pensé que iban a centrar su conversación esa mañana.

No ha sido así. El relato de Carlos ha sido una pesadilla de la que el deseo de despertar se me hace más imperioso al mismo tiempo que imposible, a medida que recuerdo sollozos y argumentos frente a una historia de infidelidad increíble. Carlos, en los últimos diez años, ha creado otra familia en otro lugar, tiene otra mujer y, ya el colmo, otro hijo!. Todo parece tan fácil que resulta absurdo… Me ha hablado de soledad en Galicia, de frío y lejanía, de pequeñas mentiras que se han ido convirtiendo en muros insalvables.

-No tengo una explicación lógica a lo que ha ocurrido…nunca dejé de amarte, Lucía-me ha estado balbuceando él entre lloriqueos y temblores- pero no soporto más este secreto y tanta mentira.

-Carlos sal inmediatamente de esta casa!. No quiero verte ni un segundo más delante de mi –le he gritado levantando la jarra del agua a la altura de su cabeza con la mano izquierda y señalando la puerta del salón con la derecha.

-Cómo he podido estar tan ciega!- no dejo de repetirme todo el día.

Carlos ha huido de la casa saludando de lejos a Carlitos, que daba las últimas vueltas en bicicleta por el patio inferior de los apartamentos, despidiéndose ya de esas vacaciones y de su padre, mientras he visto como le lanzaba besos desde el coche.

Estoy volviendo a Barcelona y estoy conduciendo como hipnotizada repasando la película de mi vida con Carlos y tratando de encajar en mi imaginación un puzle en el que observo cómo hasta las mentiras cotidianas han estado cuadrando, increíblemente, a la perfección y han hecho posible ese monumental engaño.

Si no me quiero volver loca debo tratar de entender cómo he llegado a ese punto de desconocimiento de la realidad y tratar de comprender porqué y cómo Carlos ha podido entrar en tal absurdo remolino. Deseo buscar un resquicio por el que salvar mi matrimonio que, es evidente, está herido de muerte. No tengo la menor duda de que para ello, si es necesario y Carlos me muestra el arrepentimiento sincero que he visto en él, deberé darle una segunda oportunidad, una vez abandone esa vida paralela que se ha visto obligado a llevar. Por Carlitos y por mi misma le debo perdonar. Aunque me duela reconocerlo, le amo y no puedo dejar de hacerlo. En el fondo todo lo ocurrido es fruto de su bondad e incapacidad de hacer daño. Lo he visto tan arrepentido. Lo he de perdonar. Lo sé. Dejaré pasar estas semanas de agosto y le llamaré para charlar. De momento que reflexione y sufra. Luego aquí me tendrá. Al final de todo es un buen hombre.

ALICIA

Al fin 16 de agosto. Este año me había apresurado para llegar a media tarde a San Xenxo con Carlitos. Tranquilo pueblo de excelente temperatura en el que pensaba pasar, juntos los tres, esos quince días estivales tan deseados. Carlos llegaría por la tarde. En la Universidad le dan sólo quince días de vacaciones en agosto y acaba de corregir el mismo día quince. Siempre lo deja todo para el último momento. Parece que el último examen lo acabe de leer la noche anterior de tan apurado que llega cada año. Pero al fin había llegado el día, me decía.

Cuando me enamoré del profesor de Protocolo, hacía ya unos nueve años, aquella tarde en la que le acerqué a su hotel el trabajo de clase, ya sabía que si quería unir mi vida a él debería asumir que media semana la tendría que emplear en Barcelona, donde impartía el mismo curso que en La Coruña. No podía abandonar su cátedra ni yo me hubiera atrevido a pedírselo nunca.

Carlos llegó a las ocho de la noche anteayer. Los dos primeros días de esas vacaciones venían siendo relajados y llenos de la paz que aporta el descanso tan deseado, pero noté a Carlos pensativo y ausente en algunos momentos.

– Cómo no – me dije – con tantos exámenes, viajes y responsabilidades de tan buen profesor.

Pero esta mañana, mientras desayunábamos Carlos ha iniciado una conversación que más parecía que me relataba la pesadilla de la noche anterior, aún con el hipnotismo del sueño vivido, que la realidad que salía de sus labios. Carlos me estaba diciendo que no soy la única mujer en su vida y que, ya desde que me conoció, ha ido creciendo una mentira que a modo de tela de araña le ha envuelto a él y a toda su vida. Hay otra mujer, otra familia que encabeza y hay, además, otro hijo, para colmo, llamado también Carlitos.

No dejo de repetirme que esto no me puede estar pasando de verdad

-No tengo una explicación lógica a lo que ha ocurrido…nunca dejé de amarte, Alicia-me ha balbuceado entre lloriqueos y temblores- pero no soporto más este secreto y tanta mentira.

Mientras Carlos me trataba de explicar lo inexplicable con palabras vacías de sentido se me ha ido apagando la capacidad de escuchar y sólo veía a Carlos hablando y hablando, sin volumen que entrara en mis oídos. Silencio. Todo han sido movimientos de boca, lágrimas y saliva y , en mi interior, silencio absoluto.

He podido observar que Carlos se ha asustado al verme atónita. Ha dejado de hablar, se ha levantó de la mesa y, acercando su plato al fregadero ha salido de la cocina siguiendo el dedo que le he señalado en silencio apuntando a la calle. Mientras yo, de pie, he mantenido fija la vista en la puerta, igual que un muerto viviente.

El, muy previsor, para no hacer difícil su escapada había dejado la maleta hecha y ya en el coche antes de desayunar, por lo que no ha tenido más que bajar al garaje y poner el BMW en marcha. Por lo visto no le ha parecido oportuno perder ni un minuto despidiéndose de Carlitos. Me conoce y habrá temido que yo tuviera la mala idea de sorprenderle por la espalda, mientras él besaba a su hijo en la cama, con una mala ocurrencia en la cabeza y algún utensilio de cocina en la mano.

Después de recoger el desayuno muy despacio, como a cámara lenta y caminando pausadamente por el pasillo me he acostado de nuevo. Todo lo escuchado de Carlos está transcurriendo en mi imaginación a una extraña y pastosa velocidad, tan lentamente que tengo la sensación de leer mis pensamientos deletreados, como si me los dictara a mi misma a través de una imaginaria centralita.

No he podido evitar abandonarme a este chasco y a tan terrible sorpresa mirando el techo dejando salir unas lágrimas que me bajan ardiendo por la sien mojando mis patillas.

-Cómo salir de esto y cómo se ha dejado engañar Carlos de esta manera?.

Si no me quiero volver loca debo tratar de entender cómo he llegado a ese punto de desconocimiento de la realidad y tratar de comprender porqué y cómo Carlos ha podido entrar en tal absurdo remolino. Deseo buscar un resquicio por el que salvar mi matrimonio que, es evidente, está herido de muerte. No tengo la menor duda de que para ello, si es necesario y Carlos me muestra el arrepentimiento sincero que he visto en él, deberé darle una segunda oportunidad, una vez abandone esa vida paralela que se ha visto obligado a llevar. Por Carlitos y por mi misma le debo perdonar. Aunque me duela reconocerlo, le amo y no puedo dejar de hacerlo. En el fondo todo lo ocurrido es fruto de su bondad e incapacidad de hacer daño. Lo he visto tan arrepentido. Lo he de perdonar. Lo sé. Dejaré pasar estas semanas de agosto y le llamaré para charlar. De momento que reflexione y sufra. Luego aquí me tendrá. Al final de todo es un buen hombre.

CARLOS

Me quedan casi diez días de vacaciones de agosto. Tengo muchos días aún de vacaciones por delante para pensar pero llevo encima la tranquilidad de que he acabado con el monstruo que no me dejaba vivir, ni dormir. Hacía años, diez quizá, que no comprobaba lo que era dejar entrar el aire en los pulmones hasta que no se pudieran hinchar más. Tengo ganas de llorar y reír y gritar. He llegado al fin de una terrible pesadilla.

Me siento más libre que nunca y a la vez más miserable. De todas formas creo que he sido valiente y creo haber tomado la decisión acertada.

Los cinco últimos días vividos han dado al traste con mis dos familias, mis dos mujeres y mis dos hijos, pero me han devuelto a la vida de un ser de 40 años normal, incluso vulgar, ajeno ya a la insoportable realidad que me ha acompañado los últimos diez años; vivir dos vidas, paralelas, simultaneas, con dos mujeres, dos amantes, tan semejantes.

Lucia y Alicia son tan parecidas entre sí que muchas veces me pregunto si todo lo ocurrido no habrá sido una alucinación y en realidad ambas son la misma mujer que me espera en diferentes lugares.

Ahora tras las terribles confesiones arrojadas a estas dos mujeres no puedo por menos que, ya con paz de espíritu, recordar con cariño como entraron en mi vida.

Mi unión con Lucía llegó casi por sí misma. Compañeros cotidianos de clase, presentábamos trabajos juntos, desayunábamos juntos, estudiábamos juntos. De hecho pasar a vivir juntos no fue más que una prolongación de su día a día. Realmente si nos queríamos o si nos amábamos no era asunto que nuestra cómoda relación estuviera ansiosa de conocer en profundidad. Llegó el compromiso al acabar nuestras carreras. Nunca nos casamos. Una hermosa y casi fraternal celebración comprometió nuestras vidas. Después la oportunidad de dar clases en La Coruña tres días a la semana muy bien pagadas y la asunción de ese planteamiento de vida fue suficiente para que nuestra unión quedara así bendecida. Finalmente, quizá demasiado pronto, llegó Carlitos, que consolidó definitivamente nuestra pareja.

Recuerdo ahora que todo se complicó cuando aquella alumna de Galicia que se sentaba en primera fila y que asentía a mis explicaciones embelesada, se disculpó al finalizar la clase del lunes por no entregar a tiempo esa misma mañana el trabajo de investigación que les había impuesto como tarea para el fin de semana. Me solicitó traérmelo personalmente a mi hotel para que pudiera corregirlo a la vez que los otros presentados con puntualidad y no quedar excluida del grupo que denominé TET (Trabajos Entregados en Tiempo).

Alicia, que así se llamaba la alumna, apareció en la habitación 123 del Hotel Condes de Galicia, temblorosa por su timidez y sonrojada por su incipiente amor. Cuando abrí la puerta me contagié de inmediato del cálido imán que emanaban sus 22 años y, tras leer los primeros párrafos de su trabajo, el frio exterior y el calor de la habitación y el de nuestros cuerpos hizo el resto.

Cuanto siento hoy haberle mentido ya en ese encuentro. Me pareció que no podía dañarla con el despreció – tan deseosa estaba de mi – y ya no supe deshacer el enredo ni por la mañana, ni al día siguiente ni la semana posterior, en la que, el lunes, al llegar a La Coruña, Alicia ya me esperaba en el aeropuerto y me acompañaba a acomodarme en el hotel.

La segunda semana de agosto de ese año, en vacaciones, celebramos una íntima boda rodeada de alumnos que brindaban por nuestra historia de amor, y en esa quincena quedó sembrada la semilla de Carlitos que nos consolidaba como pareja y hacía insalvable la mentira que había fabricado con tal rapidez e incluso tan inocentemente.

Que cómo es posible que esa situación durara diez años es algo que no deja de obsesionarme.

Ahora, alojado en un buen hotel de Zaragoza, parada obligada en mi trayecto de vuelta a Barcelona desde San Xenxo, pienso desconectarme de mi tormento durante unos días, no sin la intención de buscar alguna solución. Algo se me tiene que ocurrir.

Tengo aún dinero para acabar el mes de agosto y ganas de premiar mi maltrecho cuerpo, destrozado por la carretera, por el remordimiento, por mis acusadoras reflexiones salpicadas de esporádicas disculpas y sobre todo por la tensión vivida en los últimos días.

Disfrutar del lujoso hotel Corona de Aragón rebosante de estrellas y de bebidas en el mueble bar me ha hecho sentirme bien y hasta sonreír al entrar en la espaciosa “suite” y desplomarme de espaldas en mi lecho, al que previamente he desnudado del cubrecama. Tanto Alicia como Lucia me inculcaron esa manía al entrar en cualquier habitación de cualquier hotel.

-Cómo se pueden parecer tanto…-.

No pensaba salir de ese antiguo palacio en los próximos diez días. Marqué con una cruz todos los servicios que el tarjetón de ofertas de la habitación ofrecía, y me abandoné a masajes, saunas, piscina y solárium que se me presentaban como una auténtica tentación.

Una noche de resaca y ofuscamiento llegué a planear acabar con mi vida, pero para ello precisaba una gran valentía y además ni siquiera era la mejor solución porqué perdería de un plumazo a las dos mujeres a la vez y, para más desgracia, me perdería a mi mismo, y tampoco deseaba renunciar a una vida, ya normal, fuera del embrollo del que, finalmente, me había librado.

Finalmente cinco días han bastado para que la luz haya aparecido en mis torturados pensamientos. Súbitamente he entendido que la solución al abandono en que he dejado a mis dos familias es extraordinariamente sencilla.

– Cómo no se me ha ocurrido antes!- me he dicho apurando un güisky y masticando con ahínco el insípido hielo que quedaba en el fondo del vaso.

La solución vendrá sola, de una forma automática y por “su propio cauce” como dice mi amigo paisajista ante los problemas de agua embalsada en los parques que diseña.

  • El agua busca su camino, Carlos, su propio cauce- argumenta siempre.

Y el “propio cauce”, ahora lo veo claro, vendrá de la mano del perdón.

Hablaré con ambas mujeres con una extraordinaria sinceridad y, simplemente, les pediré perdón. Seguro que, siendo como son ambas de una bondad y sencillez extremas, serán capaces de entenderme, entender mi incapacidad de dañar a nadie, mi deseo de entregar felicidad por partida doble -de eso ya no hay duda – y mi amor por Carlitos. Por ambos Carlitos.

Ambas lo entenderán pero, sin duda, una lo entenderá más que la otra. Ahí estará la solución automática. Aquella que sea menos dialogante y menos comprensiva, aquella mujer más beligerante y que menos se atenga a razones, será la que el destino y el “propio cauce“habrá escogido como más fuerte y valerosa y a su vez capaz de emprender una vida en solitario y sin mí. De esta mujer, ya tranquilo de conciencia, me apartaré al instante.

Por otra parte la más comprensiva y capacitada para perdonar en mayor medida será aquella a la que dedicaré toda mi atención y la propuesta de una vida sin tapujos ni mentiras, en común y para siempre

JUAN

Carlos me ha llamado por teléfono esta mañana. Necesitaba verme urgentemente.

-Por la vieja amistad, por lo que más quieras, debemos vernos de inmediato. Tengo que pedirte ayuda y consejo. Estoy perdido-me ha suplicado –

Aún no me puedo creer la historia de su propia vida que él me ha explicado y que yo desconocía y, lo que es peor, no sé qué consejo puedo dar a un hombre tan confundido.

Efectivamente, Carlos ha hablado con Lucia y ha hablado con Alicia. Las dos le han escuchado, y las dos le han consolaron, las dos le han entendido y, finalmente, frente a su sincera y arrepentida petición, le han perdonado las dos.

Juanmi 27-03-2016

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