La lluvia de septiembre

La lluvia de septiembre –Baja la riera.

Llover llueve en cualquier momento del año en estos lares. Nuestro clima mediterráneo nos garantiza que el fenómeno de la lluvia sea normal, no frecuente y más o menos soportable a lo largo de nuestro día a día pero, para mí, la lluvia especial, la diferente, la que me trae recuerdos y sensaciones únicos es la lluvia de septiembre, y es que esos recuerdos de la infancia arraigan en nosotros de tal manera que, aún hoy, la lluvia del mes de ese mes me acerca a uno de los viejos sentimientos más frescos y presentes.

Pasábamos, mis hermanos, mi madre y yo, los meses de verano en una casa perdida en la montaña y alejada de la población de Mataró unos cuantos kilómetros. La única posibilidad de acercarnos a esa ciudad durante los tres meses estivales era en coche y una vez a la semana, para hacer las compras básicas, que no eran precisamente alimentos porque en aquel lugar, “el campo”, mantenernos provistos de alimentos, vegetales y animales, era lo más normal.

El camino de acceso a la pequeña ciudad era una riera. O sea un lecho de arena, seco, que sólo cuando llovía se transformaba en un pequeño río, en ocasiones, incluso, con cierto caudal. De ahí su nombre; “riera”.

Era ahí cuando la lluvia de septiembre adquiría su protagonismo. La riera se mantenía seca durante todo el año y era transitable en vehículo siempre lentamente y vigilando no hundir las ruedas en la arena. Pero en septiembre y con la lluvia, el escenario cambiaba enormemente, y no sólo porque la riera recuperara su función de río sino porque esa circunstancia imposibilitaba el contacto con la civilización y por lo tanto llegaba el aislamiento y a mis ojos de niño, la maravillosa posibilidad de no volver nunca más a la ciudad, a las obligaciones y, en definitiva, al colegio.

La lluvia de los últimos días de septiembre ponía fin al verano.

Un buen día, o mejor una tarde, un suave vientecillo, fresco y racheado, empezaba a agitar las ramas de los pinos de forma inusual, y ese natural abanico traía dos palaba a los labios de mi padre, toda una expresión:

-Viene agua

Esa sensación, acompañada de una progresiva disminución de la claridad y de la luz y el oscurecimiento de las nubes más cercanas no podía indicar otra cosa. Era mejor empezar a recoger sillones y hamacas porque ciertamente “venía agua”.

Recuerdo que en esos momentos un silenció exagerado era atravesado por ladridos de perros lejanos y el eco deshilachado de truenos de la tormenta, aún distante, iba abriéndose camino de la mano del remolino precursor de la misma.

Algunas palomas, tan veloces como podían, daban a entender la inmediatez del cambio de escenario que se iba a producir, y ya en pocos segundos los primeros goterones, muy pesados y de considerable tamaño, se hundían en la tierra reseca con un chasquido peculiar.

En pocos minutos todo era desorden y corridas en busca de resguardo, siempre con la sorpresa de la inmediatez y las risas, como jugando a escondite con la naturaleza.

Seguía después más fresco, casi frío, agua abundante, rayos y más truenos, y sobre todo se anunciaba el curioso fenómeno que en el lugar llamaban igual que el hecho mismo; “bajar la riera”.

-Si sigue lloviendo así “bajará la riera”-decían los payeses mirando al cielo.

-Mirad como “baja la riera”!!- era la expresión de sorpresa frente al agua abundante que empezaba a fluir al poco.

-Si sigue “bajando la riera” nos quedaremos aislados como cada año- anunciaba mi madre.

Y a mi que “bajara la riera” me llenaba de felicidad y de esperanza frente a la posibilidad de no poder salir de aquel lugar y que tuviéramos que quedarnos necesariamente allí…para siempre.

La lluvia de septiembre traía oscuridad, nos dirigía al armario en busca de aquel jersey olvidado el año anterior, acortaba el día y sobretodo, nos asilaba. Nos rodeaba de agua y de lejanía.

Con los años he observado cómo la repentina lluvia de septiembre, aún hoy, sorprende incluso a la riera y a su arena que, con el agua, se vuelve oscura, casi roja de vergüenza, frente al pálido color estival que ha lucido hasta entonces.

Hoy , aún en este lugar, con las primeras gotas, escucho el ruido de mis pasos sobre esa arena, y su potente olor fresco y húmedo me absorbe, me retiene y me hace volar atrás en el tiempo, deseando que siga cayendo abundante esa lluvia de septiembre por si, con suerte y para no tener que volver al colegio, una vez más “baja la riera”.

Juanmiguel 13-06-2016/ 30-08-2016

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