Mini

Eran las diez de la mañana. Entré en el ascensor delAyuntamiento. No muy grande. Éramos seis personas , cuando su voz indicó el piso al que me pedía que marcara, entre alborotos y risas dedicadas a otras dos mujeres que entraban en la pequeña cabina. Un chispazo explotó en mis oídos y despertó mi somnolencia. Mis ojos enfocaron a gran velocidad esa melena que aún no dejaba ver a su dueña, la boca se me secó y tuve que toser para asegurar que de mi garganta saliera alguna expresión…al menos su nombre.

-Eres María –acerté a balbucear- María Berná?

-Si ­- contestó-y tú…- empezó preguntando mientras cambiaba su expresión de duda a afirmación al reconocerme­- tu eres Juan !

– Si, si. Qué sorpresa!! Cuantos años… -dije torpemente.

Mientras los habitantes de aquel espacio atendían entre sorprendidos y cómplices a ese inesperadoencuentro.

– Qué has venido a hacer, Juan?

– Tengo una reunión en Urbanismo a las diez y cuarto. Trabajas aquí?

– Si, desde hace quince años…

-En que departamento estás, María. Te busco después de la reunión y tomamos algo.

-En Servicios Sociales .Despacho 515. En la planta quinta.

– Perfecto. En una horita te iré a buscar

Ya no fui capaz de escuchar nada más. El ascensor paró en el quinto piso donde bajó María y sus dos compañeras. Yo, que iba al séptimo, la vi bajar frenando el impulso de mi corazón que quería salir de mi cuerpo y bajarse detrás de ella. Andaba igual que siempre, se reía igual que siempre y su voz y el mechón de pelo cubriéndole media cara encendió mis mejillas igual que lo hacía siempre.

La reunión a la que iba pudo prescindir de mi presencia perfectamente porque no aporté absolutamente nada a la misma. Yo no estaba allí.

Conocí a María con veinte años yme embelesó desde el primer momento en que la vi. Sus diecisiete añoseran lo más material que yo era capaz de ver en ella. Todo lo demás era espiritual y hermoso.No había sentido nunca tal enamoramiento y ella sabía jugar con mi pasión y con mi corazón.

Éramos casi niños, claro, pero la capacidad de amar ya se dibujaba en nuestras jóvenes personalidades .Siempre he creído que María no amaba. Se dejaba amar y yo dejaba que se dejara amar y mientras alimentaba mi esperanza de entrar en su corazón.

Nunca he podido olvidar su aspecto infantil y su coqueta mirada que, si era para mi, yo recibía como un triunfo frente a mis amigos, y si no lo era se me clavaba como un alfiler al rojo vivo .

Era bajita, pequeña y mofletuda. La bauticé Mini por eso, y así se dedicó a firmar todos los mensajes y papelitos que escondía entre mis libros para que yo los encontrara al abrirlos en clase, en casa…

Sus gestos, esos mensajes que eran pequeñas cartas de amor y las largas conversaciones telefónicas no siempre se correspondían con su manera de estar presente porque María siemprese escondía, se hacía buscar, se reía y se escabullía. Era su manera de amar, un juego que me atrapó y el perseguirla y no tenerla se convirtió en una especie de obsesión que sólo acrecentaba mi deseo.

Esa manera de escapar físicamente la trasladaba a cualquier proyecto de futuro que , tan jóvenes, jugábamos a fabricar, porque soñar con ella era hacerlo a universos imposibles , tan lejanos e inalcanzables, que yo, con el tiempo, identifiqué comootra manera de huir siempre de aquello que por cercano y alcanzable ella hacía imposible de tomar y poseer.

Con el tiempo la lejanía que María imponía en su huida permanente se hizo material y se fue de mi vida el día que mi cuerpo y mi alma dejaron de buscar y perseguir a ese ser siempre huidizo y escondido que ella era.

Pero ese día la había encontrado. Estaba en el mismo edificio que yo, a escasos metros y después de tantos años-treinta quizá- podríamos vernos, saber que había sido de ella, de nosotros, de su vida de sus planes centrados en viajar siempre lejos. Cómo podía estar tan cerca esta vez y, por las tres palabras cruzadas en el ascensor, lo había estado siempre.

Mientras los asistentes a mi reunión hablaban y hablaban yo veía sus bocas moverse sin absorber sus palabras ni grabarlas en mí pues mi cerebro sólo trabajaba planificando la conversación que en unos minutos iniciaría con María.

Qué joven estaba – me dije recordándola y preguntándome cómo me habría visto ella- .

Acabó la reunión y comprobé que me había bebido mi botella de agua y las de mis dos compañeros y vecinos de mesa sin apenas haber abierto la boca para hablar. Asentí a todo sin saber a quédeseando no haber decidido algo irreparable y me despedí de los asistentes con la cifra 515 grabada en mi frente. Caminé hacia el ascensor que en ese momento se encontraba llenándose de pasajeros en la planta baja.

Tomé la escalera. Dos pisos andando me haría ganar unos minutos que agradecería mi corazón, enesos momentos ciertamente desbocado.

La numeración de los despachos empezaba en 510.Cinco puertas más sumarían el número divino 515. Conté las puertas de la planta. Una, dos , tres…y cuatro. Se me nubló la vista. Cerré los ojos con fuerza y los abrí de nuevo. Eso me ayuda a enfocar muchas veces. Cada despacho tenía su número en la puerta y la planta empezaba en el510. Cuatro puertas después del despacho 510 estaba el despacho 514. No había más puertas en la planta. La puerta 515 no existía.

En seguida lo entendíy se desplomó mi esperanza de ver a María otra vez. De nuevo había huido y de nuevo lo último que había visto de ella era su espalada. Quizá esa fue la mejor manera de guardar la esperanza de un reencuentro, dejarhuir a María de nuevo de mi vida y de mi corazón.

Juanmi 23-03-16

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