La sal de mi dolor

No dejo caer las lágrimas para seguir viendo las cosas como no son. Porque las veo así, porque quiero verlas así, así de tristes, grises, azules, opacas y deslucidas; borrosas a la vez que acuosas. No deseo pestañear aún para que las lágrimas no se derramen. Tener el ojo en conflicto abierto más tiempo de lo que el ojo desea es oportunidad y tristeza. Cuando los ojos se vacíen sólo quedará un recuerdo de angustia. La palabra que no puede ser dicha se derrama. Cuando las lágrimas se secan, queda una huella, así, seca, de nuestro episodio que relata algo que ya no está, pasó, murió quizá sin agonizar; se evaporó junto con esa gota de sal. Somos una historia de consecutivas caídas de gotas saladas por nuestra piel. Y todavía en mi esfuerzo para que no caigan, otras lágrimas las empujan y vienen a ser como un refuerzo de lo que me angustia, el dolor empujando desde adentro que ve por dónde salir pero que no lo dejo; y al fin caen, ruedan por mi mejilla, me cortan la cara las gotas afiladas. Intento alcanzarlas en mi boca; tampoco quiero para ellas una muerte lejos de mis ojos. No me despido, siguen estando dentro de mí. Mis lágrimas, yo, mi sal, mi angustia; quizá este encuentro vuelva a repetirse. Imagen de portada

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS