José se ha sentado en esta silla de cemento una vez más, no lo puedo creer, tantos años compartiendo estas calles a su lado, los cambios en sus establecimientos, el asesinato de don Plutarco sin resolver en la esquina de empanadas de doña Juana, ahora me iré, me mudare a la bóveda celestial que me espera con gozo, la sangre aun sale a borbotones, esta vez el trabajo fue mal hecho y un ladrón nos ha ganado esta vida y el celular, ¡OH DIOS! Tantos años en esta calle y ahora nada, me iré de ella, me iré lejos, pero aun estaré en ella, que paradoja tan cruel, José gime sus últimas bocanadas de su sutil esencia y yo callo ante sus alaridos.
- Carlos, hemos visto cosas que nadie creería verídicas, hemos visto como han ardido estas cuadras en la maldad, hemos visto los rayos brillando entre los vidrios rotos y aun así vivimos, ¿Por qué terminamos así?
- José, todos esos bellos y amargos momentos se perderán en el tiempo, se fundirán las lágrimas con la lluvia y nuestras voces con el viento, ahora solo es hora de morir, no hay mejor final para ti y para mí.
- ¡Adiós Calle Mia!
Le tomo la mano con la ternura de un hermano sin madre igual y le digo.
El silencio volvió a ser participe e esta, nuestra calle amada, lograba ver sus lágrimas de decepción y nostalgia, pues no volveríamos más a esta calle, no sabía porque había tratado de salvarme la vida, el, este ser que había amado su vida más que a nada en el mundo, tan magnifica era su nobleza que amaba más a la de cualquiera que a la de él y ahí estaba la razón.
Dos cañonazos más irrumpieron el silencio de nuestros cuerpos moribundos, la búsqueda de nuestras preguntas había culminado y aquí en mi calle amada, vi al ser amado que aún estaba a mi lado y solo pude verlo morir. Lagrimas brotan desde estos pesados parpados y solo digo.
Siento como el fuego y el agujero de mi pecho acaban con mi ser, aquí en esta calle, aquí en este que fue mi grisáceo hogar…
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