Es el tiempo de las prisas, nuestras vidas son veloces longanizas.

El reloj no marca el 12,

creo que tiene 1000 minutos menos si es de noche.

Soy un despistado viajero, que bajó en la parada equivocada,

justo antes de la hora señalada.

Nuestros ojos son de nata:

blancos, densos, grasa plana.

Ya no aprecian como antes,

(cuando las mismas miradas se sentían observadas),

están mucho más distantes, replegadas, recogidas en sus cuencas ignorantes.

Por ejemplo:

si se abren los pistilos de las flores de la acacia,

abanicos amarillos llamativos, se sorprenden al no ser reconocidos.

No se enteran las esferas.

Ya no hay tiempo, han mandado que se abra el universo:

las estrellas salgan pronto y en silencio.

Las azules cabizbaja, van en esa encrucijada.

Y las blancas aturdidas, están siendo confundidas con las luces reflectantes que mantienen moribunda la ciudad.

¿No sé dónde colocarles?

Las crisálidas no hablan tan siquiera.

Siempre están sin hacer nada, en la punta de la rama, siempre ociosas.

Qué impaciencia, que me avisen,

si es que sale la aburrida mariposa.

Si sus alas son doradas con pespuntes de marrones…

Mira arriba, allí enfrente, hay un gran nido…

Va, es un mirlo, y se ha escondido,

las rapaz quiere su presa, ¡que pereza!

,

Ya no hay tiempo, he de irme.

Ha llamado la avaricia, quiero en mi jardín todas las flores de la prisa.

Que se aplasten, que se enreden sus sabores.

Aunque vivan poco tiempo peor sería en el desierto.

Esperar sólo un momento y tendréis muchos olores de los pétalos agrupados en los rápidos montones.

Que se mezclen en el suelo,

han tomado el gris grosero de los tristes aguaceros.

,

Suena el claxon, he de andar con más cuidado.

Pero claro, sin decir a mis zapatos, que detengan el estilo apresurado.

Miro el reloj. Muchos humos macilentos en el cielo,

siempre salen justo allí,

en aquellas dobles torres.

¡Ah por cierto!

Ahí se mueve algún insecto,

¡machacarlos con veneno!,

con tus zapatos de aceros, restregarlos en el suelo.

,

Al fin vuelvo a nuestra casa,

¿ estás dormida?, ¿ qué te pasa?

Tu cabeza ensortijada, fue tragada por la almohada.

No me escuchan tus oídos, agotados, aturdidos.

Salen blandas tus palabras, suenan huecas como barro mal prensado.

Y las sílabas que dices, tropezando, obedientes,

van detrás de mis preguntas, salen débiles, difusas,

se atropellan balbuciantes entre tus queridos dientes…

¿No te entiendo, qué me dices?,

¿ que si entiendo de jazmines?

No comprendo, hablaremos ya mañana, que descanses.

Yo te miro así en silencio,

si pudiera abrazarte y con besos despertarte…,

¡tal vez pueda realizarlo justo el martes!

,

Salta y chilla el fiel reloj.

Vuela, corre el segundero por el redondo sendero.

_Deja éso, después lo haremos. ¡Ha llamado aquel cartero!

Ya…, las facturas, al regreso las veremos.

_¿Hablaremos esta tarde, tengo mucho que contarte?

_¡Hay lo siento, hoy no puedo!,

mira atenta las señales luminosas,

que te lleguen de un mensaje, son plateadas, muy brillantes…

,

Te diriges a la puerta,

y tus dedos amorosos que ya saben donde viven,

los sonidos de tus besos,

van moviéndose impacientes, presurosos.

Siempre encuentra en el camino de tus labios rojo vino.

Salta el ruido de tu boca, llega frío como hielo cristalino.

Ya no forman como antes,

sobre mí tranquila fuente,

una onda que surcaba con premura,

el espacio que separan nuestras tristes comisuras.

Y yo lanzo a las alturas, el adiós más que ensayado, en mi empeño.

Sale débil, frágil, titubeante, pedigüeño.

Que a la puerta va y se estrella.

Salta, vuelan las esquirlas de mi mirada ceniza.

Cae algo de mis rostro, es seguro mi sonrisa congelada.

Y así sin planificarlo, sin siquiera meditarlo,

mis palabras,

se han vaciado de emociones,

como caja de regalo de ocasiones.

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