El olor a gasolina, el ronroneo ensordecedor, el sonido del viento aleteando y golpeando en la cara, esa sensación de libertad al cabalgar.

Son los jinetes de hoy, los que se atreven a plantarle cara a la vida. Porque nadie es dueño de su destino, pero podemos elegir como llegar a el.

Cuenta la leyenda que un fantasma cabalgaba en moto en busca de su destino. Día y noche, cabalgando contra el viento, acompañado de los espíritus de sus ancestros anhelaba encontrar la libertad.

Pasaban días, meses, años… Y el fantasma condenado a deambular sin rumbo por el salvaje desierto.

Las águilas le seguían, los coyotes rugían a su paso y los lobos aullaban su leyenda.

Una noche tras cientos de kilómetros vio al anochecer una tenue luz a lo largo del horizonte.

Un poblado de una tribu ya extinta donde habitaban los espíritus de los guerreros muertos.

Estos decidieron que si el fantasma quería consejo debía de hablar con el chaman de la manada.

Un fantasma cubierto de plumas, con una cabeza de puma como caperuza y el cráneo de un lobo en la punta del bastón.

Tenia la piel arrugada y seca como el cuero, cubierta de cicatrices, los dedos largos y era alto y escuálido con la nariz aguileña, lo que le hacia parecer un viejo buitre desplumado.

El chaman le leyó las lineas de la mano; este rió al ver su destino y acto seguido el poblado entero desapareció en una espesa niebla verde que quedó suspendida a lo largo del desierto.

El fantasma no podía creerlo. Atónito y furioso, rugió a la luz de la luna. Sin darse cuenta la niebla fue trazando un circulo alrededor de su moto.

Lo que el fantasma no sabia era que el chaman era amigo del camino y al leerle la mano, al fin entendió que su destino se estaba riendo de el por estar tan ciego.

Descubrió que su destino estaba en la carretera y la libertad en su moto.

El viento fue aullando su leyenda y el fantasma siguió, como un guardián, en la carretera.

De nuevo en la carretera.

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