Secreto de metro Pantitlán

Secreto de metro Pantitlán

Ramses Yair Ayala

09/05/2017

Siento el pulso acelerado y mi respiración agitada. No logro mirar un punto fijo sin que éste se mire medio borroso y perciba que todo parece dar vueltas. Escucho unos murmullos y una voz lejana que me dice que todo estará bien, mientras el golpe de oxígeno llega por mis fosas nasales, me hace abrir los ojos de golpe y puedo asegurar que no es un sueño. El reloj de números naranjas marcando las doce y media, la franja café y el letrero que dice Pantitlán… ¡Carajo, estoy en el metro y ese bastardo! Un pequeño piquete en el brazo, miro unos segundos los ojos de la paramédico y me relajo, es como si flotara y me deslizara…

Fue apenas ésta madrugada cuando desperté descalzo, sudoroso, apunto de orinarme y con los huesos hechos una mierda. Me serví un trago de ron para apaciguar el dolor, la cabeza, los demonios disfrazados de conciencia y tratar de entender el sueño que desde hace un par de meses no me deja dormir. Lo anoto en mi bitácora de sueños; otro trago de ron para leerlo y darme cuenta que no hay detalles sobresalientes. Noche tras noche repitiéndose lo mismo y yo sin saber quién o qué rayos es aquello que aparece, fractura y devora.

He aprendido que no tiene caso intentar conciliar el sueño de nuevo porque no tardará en sonar el despertador. Opto por tomarme un par de comprimidos de aspirina, darme un buen baño, tomarme un respiro para desayunar y salir del departamento rumbo al trabajo.

Suena la sirena, me siento débil, empiezo a recordar…

¡Insurgentes es la locura! Tumulto tras tumulto de gente, empujones por todos lados. Adiós a mi maldito bono de puntualidad y para colmo, he olvidado los audífonos y tengo que escuchar las pláticas de unos, mirar los rostros de otros, tan cerca que puedo contarles los granos o sentir su aliento. Maldita Ciudad de México, nueve horas más y estaré de regreso en casa, tirado viendo alguna de las series gabachas que transmiten por televisión.

Saludo a Carmen y al licenciado Ortiz, tomo el elevador, me dirijo a mi cubículo y me paso recibiendo y atendiendo llamadas de robo y extravío de tarjetas ¡Qué divertido trabajo de terror tengo!

– Gabriel, avisa a central que hemos podido detener la hemorragia y estabilizar al paciente, que nos esperen con camilla en puerta y tengan listo el quirófano ¡Lo que nos faltaba ésta noche! Y te apuesto que van a querer que olvidemos lo que hemos visto.

Transbordé en la estación Chabacano, me reí un par de veces de aquellos individuos medio borrachos que únicamente encuentras por los pasillos, vomitando o haciendo el ridículo cuando es sábado y casi media noche. Uno sabe que tiene que alcanzar el último tren sea sobrio, ebrio o cansado y que aquellos serán nuestros breves compañeros de viaje.

Llegamos a la última estación. Corrimos por los pasillos de laberinto. Entré a un vagón junto con otras tres personas, nos sentamos muy próximos uno de otro, y fue cuando entro aquel individuo de atuendo extravagante del que no podíamos quitar la mirada…

-¡Mierda, Gabriel, su pulso de nuevo se está acelerando! Esas malditas mordidas o lo que sean, están supurando esa sustancia viscosa. No vayas a frenar por nada del mundo, me escuchas,y tú, amigo, quédate con nosotros, estamos a un par de metros.

Lo he visto en algún sitio antes, intento hacer memoria, ese rostro tan apacible…

La joven está gritando; la abraza extremadamente fuerte y algo le arranca un gran trozo de carne del pecho mientras él mantiene el rostro de un ángel y ella se ahoga con su propia sangre. Me quedo paralizado mientras el señor de aspecto corpulento se abalanza sobre esa criatura a puño cerrado y su hijo que se encuentra a lado mío intenta jalar la palanca de emergencia en un acto desesperado. Todo acontece como escena a cámara lenta. Le fractura una pierna al señor, lo levanta del piso medio metro, lo abraza, lo devora y después lo arroja contra los asientos. Se gira hacia nosotros con una tranquilidad absoluta y podemos mirar horrorizados que en su pecho y abdomen hay unas pequeñas cabezas redondas con unas lenguas que se adhieren a la víctima y unos colmillos puntiagudos de los cuáles se derrama una sustancia viscosa. Sus hombros están llenos de ojos. Hace un gesto similar a una sonrisa y puedo reconocerlo. Ahora es real y existe.

Se acerca a nosotros. No es momento de dudar así que empujo al niño a sus fauces. Tiene la estatura adecuada para que su rostro sea entretenimiento para esa criatura hambrienta y yo pueda encontrar mi navaja. Uno hace lo que sea por sobrevivir.

Las luces son blancas y ellos azules, sonido metálico y murmullos. No hay peligro, ya no hay peligro…

No dudo en apuñalarlo y escuchar un chillido similar al de un cerdo. Sólo le clavé unas cincuenta veces la navaja me repito mentalmente. La adrenalina me convierte en un loco que intenta defender su vida con instinto animal.

Algo me toma por el brazo, me rasguña la cara, me muerde cada vez más débilmente pero su saliva arde, quema, apesta. El dolor es insoportable, todo es borroso. Se abren las puertas, se escucha un disparo y sobre mi cuerpo descansa aquella cosa que deja de alimentarse de mí. Las lenguas dejan de succionar y las cabezas dejan de respirar una a una.

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