Felices Para Siempre

Felices Para Siempre

José Grados

29/12/2021

Se conocieron bastante jóvenes, yo estuve ahí, desde que cruzaron la mirada supieron que eran el uno para el otro. Con un “Hola” comienza todo. Un “Hola” marca el principio de miles de historias, desde las más embelesadas novelas de amor o incluso las más tristes serenatas que pueden traer el llanto de un alma rota. Él le escribía poemas, le describía mundos, le decía que su mundo era Ella, le traía rosas, las arrancaba de los jardines que decoraban su cuadra, recogía las más perfumadas. Trataba de conquistarla. Ella era muy guapa, todos querían cortejarla. Cualquiera creería que la competencia para Él era muy grande, pero no era así. Ella ya se le había entregado por completo, pero Él no lo sabía, ni planeaba que lo sepa, lo provocaba. En ocasiones lo llamaba, se le acercaba, Él la arrinconaba y Ella rozaba el beso, detiene sus labios y lo deja con las ganas y el calor del momento. Sonríe, pícara, sabe lo que hace, aumenta su deseo y se va.

Fueron años de hacerse la difícil, Él ya conocía el juego y la seguía. Eran solteros, pero a la vez ya estaban comprometidos a una vida al lado del otro. Todos podían jurarlo, cualquiera que los viese juntos. El cortejo llegaría con la primera cita, aunque en sí fue el día que se conocieron. Cenaron en un restaurante común y corriente, luego salieron a deambular por las calles llenas de gente, pero en su mundo solo existían ellos dos y la luna. Se detuvieron a medianoche, en una plaza, el resonar perdido de una salsa emana de algún lugar cercano. Ella mueve sus onduladas caderas al compás de la canción, deslumbra hasta las estrellas con esos movimientos. Él había echado raíces tal como un árbol. No sabía bailar. Eso no importaba – Pie derecho, luego el izquierdo- Dijo la señorita- Y tus brazos muévelos así. Prosigue.

Bailaron hasta que sus pies se cansaron. Solos en la plaza veían como el sol nacía una vez más. Él le juró que, cuya sonrisa le regalaba, brillaba más que el astro. Un sonrojo bastó para responder al pobre piropo. Él la miró, no podía dejar de hacerlo, la habían hechizado aquellos ojos hechos de las más finas piedras que un Dios bastante generoso había encontrado. Ella le toma la mano y las dirige a sus caderas. Se entrelazan sus almas y se siguen mirando, sin decir una sola palabra, su dulce aliento ya lo decía todo. Un beso puso fin a aquella noche de ensueño. Se fueron a sus casas. Él dejó en el pórtico a su amada. Ella lo miraba y se preguntaba cuándo volvería a verlo. Sus cuerpos se habrán alejado, pero la mente de ambos se había quedado en la plaza, bailando hasta el amanecer.

El tiempo avanzó sin perdón alguno, pero a Ellos no les importaba. Sentían que lo tenían todo para estar juntos. Empezaron a compartir techo, habitación, cama, comida y dinero. Sus vidas comenzaban a fusionarse. Ya nada era propio, no existía el “Esto es mío” todo se había convertido en un “Nuestro”. Lo único que les quedaba era su trabajo, se separaban gran parte del día y descansaban de su compañía. Él a veces llegaba tarde a propósito. Los problemas por ello duraban desde escasas horas hasta semanas enteras, pero todo siempre lo solucionaban en la cama.

Una mañana, encendieron la tele, anunciaba el presidente que una guerra había iniciado y estaba destinada a ser ganada. En pocas semanas se desnudó esa mentira, azotaron a nuestras tropas, apagaron sus almas de un soplo. Lo único que se escuchaba eran batallas perdidas, nefastas noticias y un número de muertes cada vez más alto.

La carta del gobierno no tardó en llegar, Ella le dio un beso en la mejilla. Él la hizo jurar que esperara su regreso. Ella retenía sus lágrimas cada mañana al observar la otra mitad del lecho vacío. Él le escribía besos junto con miles de añoranzas y terminaba con firmar con los ramos de rosas que le regalaba en su juventud.

Pronto la soledad le empezaba a afectar. No le bastaban las cartas y los miles de “Te amo” que él mandaba por escrito.

A los meses empezaba a cantar el nombre de otro hombre y la alcoba ya no estaba tan vacía. Las paredes empezaron a hablar, de pronto todos sabían que pasaba dentro de ellas. Todos menos Él, quien seguía escribiendo cartas de amor desde el frío de una trinchera. Ella contestaba desde el calor de otros brazos.

Sus últimos días, así como en toda su estancia en el frente, Él la pasó feliz. Sabiendo que, al volver a la ciudad, después de haber vivido el mismísimo infierno, el amor de su vida lo esperaría y recibiría con un beso en la mejilla. Pensaba en formar una familia, cambiar de trabajo para conseguir más dinero y mudarse a una casa tres veces más grande de la que tenían. Todo sin saber que Dios tenía otros planes. El beso de una bala en el corazón puso fin a una vida de ensueño, incapacitándolo de vivir y amar.

Llegaron los militares y tocaron la puerta con sombrero en mano. Dieron la noticia y Ella se puso a llorar. No había quien la calmara. Ni siquiera el otro. Lloró y lloró hasta el fin de sus días frente a su tumba, murió de amor. Le cantaba y recordaba la noche en la que bailaron. Ya no tuvo más amantes, ya no tuvo otros amores, porque ninguno podía reemplazar a su marido, con el cual nunca se casó. Ahora, comparten el nicho, pudiendo estar juntos y ser felices para siempre.

José Carlos Edmundo Grados Pinto

Etiquetas: amor carax relato trágico

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