El calor de la mañana no lo pronosticaba, ni el azul cielo.
Pasado el mediodía una gran nube negra y voluminosa amenazaba el horizonte.
De pronto todo oscureció, la nube se hizo dueña de la luz.
Él llegó a la casa y tras llamar tres veces, ella abrió la puerta; afuera quedaba el retumbar del primer trueno.
En la cocina, ella se levantó la falda y el desató su bragueta, un segundo trueno hizo temblar los cristales, ella gimió.
Primero fue un murmullo y se convirtió en el mayor estruendo, el marido apurado por la tormenta entró en la casa.
Al unísono el rayo cayó en la plaza principal y el marido sacó el revolver cargado del cajón; una luz cegadora inundó el caserío y la habitación.
Un cuarto tronar de los cielos se confundió con el roncar del escape del coche que se alejaba a todo gas del pueblo; el cielo se abrió dejando ver nuevamente el azul.
La gran nube se deshizo en plumas que corrían tras el suceso de esa tarde.
Otra tormenta anunciada.
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