Lo sospeché cuando apareció en mi vida de noche. Cuando en su extraño misterio negaba ser interesante.

¿Por qué negar esa realidad visible?

¡Eso despertaba mis sospechas!

Y con el tiempo la miré reírse, le vi extender los brazos al infinito, sentí la energía palpitante que emanaba de su ser, que contagiaba y alumbraba a cada ser y criatura próxima a su vida.

¡Y brillaba, y brillaba! Y tal vez ella no se daba cuenta, pero sus ojos…

Sus ojos la delataban como el niño que no sabe decir mentiras porque sus manos contienen un puñado de luciérnagas. Esos ojos color universo, únicos, bellos de día, bellos de noche…

Ya no había duda, podría habérselo dicho pero no me habría creído.

¡ Incrédula por naturaleza!

Entonces le vi pensativa, alejándose de poco en poco, en silencio, guardando aquello que era suyo.

Miraba el firmamento de cuando en cuando, algunas horas, algunos segundos, tan misteriosa siempre y sin más rastro que el camino de polvo que dejó tras ella.

¡Definitivamente era una mujer estrella!

Mujer que brilla y que ríe a carcajadas, mujer que lleva la humildad tatuada en el alma y el universo en la mirada.

Tan misteriosa, incrédula y extraordinaria; Así es ella llevando el sol en sus alegrías y un tornado en sus tristezas.

¡Dichoso aquel que conoce una mujer estrella!

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