Departamento 501

Jennifer se encontraba agazapada en uno de los rincones de la habitación, intentando tragar saliva para que el nudo que tenía en la garganta se deshiciera y así poder tomar su último respiro. Sus bellos ojos grises se encontraban empapados en lágrimas y fijos en el rostro inexpresivo de Julio, quien le apuntaba con el arma directo a la cabeza, dispuesto a terminar de una vez con todo. Quizás era lo mejor también para ella, que le metieran una bala y terminar con esa situación de mierda que no había más que jodido su vida y destrozado cada uno de sus sueños de adolescente. Cerró los ojos y escuchó la detonación de la pólvora. ¿Así se sentía la muerte? ¿Cómo un suave beso en los labios y unas manos ásperas que limpian el rostro? ¿Y dónde estaba dios para guiar sus pasos por el túnel oscuro? ¿Ó es qué dios no toma de la mano a una mujer de diecisiete años? Sin embargo, aún sentía el dolor de las heridas en sus extremidades y un tremendo odio hacia el hombre que jaló del gatillo. Ya no escuchaba la voz molesta del cerdo de Joaquín. Jennifer abrió los ojos…

El teléfono sonó, al otro lado del auricular una voz entrecortada y seca me dijo haber escuchado buenas referencias de mí; Sin embargo, tenía que preguntarme algunos detalles, como las ocasiones que había quemado perros o asfixiado gatos, o la vez que le clavé el gancho de tejer a la abuela en el ojo cuando no quiso darme el postre. Al parecer estaba informado e interesado en mi peculiar historial. Conversamos por treinta minutos, anoté la dirección y colgó. El trabajo parecía bastante sencillo. Básicamente consistía en hacer algunas guardias alternadas con un tal Joaquín, alimentar al animalito dos veces al día, cuidar que no escapara y estar pendiente del teléfono. Posiblemente estaba vendiendo mi vida a un desconocido por un buen fajo de billetes como lo hacen todos en la ciudad de México, ciudad de vanguardia.

A las diez y media de la noche un viejo taxi se estacionó frente a la casa, tocó el claxon y salí para abordarlo. El hombre calvo y obeso que lo manejaba parecía una enorme masa caricaturesca, con el ceño fruncido, un bigote de aquellos que parecen de broma y un fétido aroma que se desprendía de su aliento y de su cuerpo. No hubo necesidad de intercambiar palabra alguna, si algo teníamos en común era la indiferencia hacia el otro. Llegamos a un viejo edificio de departamentos en venta.

-Me llamo Julio, trabajo fácil ¿No Joaquín?- le comenté para romper un poco el hielo mientras se buscaba las llaves en el bolsillo.

-Mira muchacho, me importa una mierda cómo te llamas o quién eres. A mí sólo me interesa que obedezcas, porque quien da las órdenes, decide los turnos y decidirá sobre tu vida en éste sitio soy yo. No sé a que estés acostumbrado pero lujos no habrá, y si sabes guardar secretos, puede que uno que otro día te deje divertirte con el animalito si no es mercancía exclusiva. Llegó ésta mañana y puede que ya haya despertado de los sedantes. Y por cierto, vuelves a llamarme por mi nombre y te corto la lengua, pedazo de estiércol.- me contestó.

Abrió la puerta del departamento 501. Su voluminoso cuerpo me impedía ver hacia el interior de la habitación. Encendió la luz, caminó unos cuantos pasos y me permitió entrar. Mis ojos se perdieron en recorrer las paredes enmohecidas por la humedad, en las enormes cucarachas que se amontonaban encima de un pedazo de pan colocado sobre el trozo de madera que parecía ser una mesa improvisada y que debajo aguardaba, escondida, una rata con ojos rojizos, enseñando sus dientes y mirándome fijamente como si reconociera en mi esencia algún tipo de depredador.

La voz de Joaquín taladró mis oídos, cuando acompañado de una tremenda carcajada dijo:

-Pero mira que hermosa perra tenemos aquí Julio. ¡Tremendos senos para alimentarme por años! Con esa carita inmadura que tiene, puedo jurar que la “cachorrita” esconde un tesoro entre sus piernas. Habrá que esperar un par de días antes de que podamos hacer fiesta con ella, pero tenemos la certeza que no dirá nada porque es muda ¿Puedes creerlo? ¡Es muda!

Interrumpió mis pensamientos con sus ásperas palabras y el sonido seco de un puñetazo. Me obligo a mirar de nuevo y con mayor atención en busca de una jaula y de encontrar el animalito que contenía. Comprendí que la jaula era el departamento y “el animalito” estaba en un extremo de la habitación, temblando, con la boca sangrando por el golpe, los ojos vendados, atada de pies y manos, intentando alejarse desesperadamente de Joaquín, quien rozó con la punta de la lengua sus mejillas y deslizo la mano por entre su blusa haciendo unos gestos que delataban la clase de cerdo que era.

Los primeros dos días transcurrieron con una abrumadora monotonía en los cuales tuvimos que permanecer fuera del departamento sin podernos acercar a la secuestrada. El entretenimiento a lo largo del día consistía en el juego de cartas, achicharrarles las patas a los insectos con nuestros cigarrillos y azotar contra la pared algunas de las crías de ratas que llegábamos a capturar, haciéndonos acreedores de nuestros propios records.

Al tercer día sonó el teléfono de Joaquín, intercambio unos cuantos monosílabos y colgó.

-Julio, tengo órdenes de hacer otros trabajos para el jefe y te toca entrar y cuidar a la perra unos cuantos días. Aliméntala un poco y no puedes tocarla todavía. Cuida que no se te muera y que tampoco se te escape.- dijo con tono severo.- Y por cierto, limpia la habitación porque no olerá a flores.- añadió con su peculiar carcajada.

Entré a la habitación y efectivamente la atmósfera estaba impregnada de un fuerte olor a orina y estiércol. La encontré en el mismo sitio, casi desmayada y con la ropa sucia. Vertí un poco de agua en un traste y me fui acercando lentamente hacia ella. Se fue incorporando un poco y al acercarle el agua para que bebiera, me clavó los dientes con una feroz mordida, obligándome impulsivamente a arrojarle el traste en la cara. Respiré profundo y opté por acercarle el traste a sus manos. Comenzó a beber el agua como un animalito desesperado. Coloqué una silla frente a ella para observarla detenidamente por primera vez. Le quité la venda de los ojos y me percate de la belleza de los mismos, con ese peculiar color gris que hipnotizaba; sin embargo, sus ojos parecían no distinguirme. Algunas veces anteriores ya había visto ese tipo de mirada cuando les daba gotas a los perros para dejarlos ciegos por un tiempo.

Levanté a la chica por la fuerza y la llevé al baño. No tenía tanta fuerza como para poner resistencia.

-Si me escuchas necesito que muevas la cabeza afirmativamente-le dije. Enseguida lo hizo, bastante temerosa. -No quiero hacerte daño y no estás en condiciones para escapar. Sólo quiero que tomes un baño porque estás sucia. No voy a tocarte y tampoco voy a mirarte, cortaré tus ataduras para que puedas desvestirte ¿Escuchas esto? Es una cortina de baño para que no pueda mirarte. Cuando termines, sólo levanta la mano y te pasaré con qué secarte y ropa cómoda-. Ella de nuevo movió la cabeza de manera afirmativa.

Tomé las tijeras y corté sus ataduras. Me pasó sus prendas. Eran un desastre entre sangre, orina y mierda. Cerró la cortina y se escuchaba la caída de agua. A los pocos instantes exclamo una especie de sonido de dolor. Abrió la cortina asustada y su bello cuerpo tenía heridas de cortes en sus extremidades, en la espalda, sus senos marcados con dientes y un pedazo de su clítoris colgando como si hubiera sido arrancado por una mordida. Se desvaneció casi inmediatamente.

Terminé de asearla y salí a la farmacia en busca de gasas, penicilina, guantes y una que otra droga para el dolor. Cure sus heridas y con aguja en mano cosí su clítoris lo más uniforme posible. Había algo que no encajaba en mi rompecabezas mental de esas heridas frescas.

Transcurrieron un par de días y recuperó la vista. Para entonces sus heridas sanaban adecuadamente y yo podía permitirle un poco más de libertad. Inclusive pude poner en práctica lo poco que había aprendido en lenguaje de señas y así conocer un poco de ella. Así descubrí que se llamaba Jennifer Laura, tenía diecisiete años, quería ser modelo y su familia difícilmente podría juntar los tres millones de pesos que pedían para su rescate, pues su mamá era profesora y su papá un humilde comerciante. Ambos sabíamos en el fondo el tipo de sentencia que estaba firmada con ello cuando descubrieran ese pequeño detalle Joaquín y el jefe. Joaquín… el maldito que había estado drogándome para poder abusar de ella y quien le había hecho esa profunda herida.

Intentamos no pensar en eso algunas noches, un sentimiento que hasta entonces desconocía me invadía en el pecho y todo se debía a ese par de ojos grises. De igual forma descubrí que no era el único al que le acontecía. Lo comprobé la noche en la que Jennifer me besó intensamente y sentí su lengua jugando con mis labios y me abrazó por largas horas pidiéndome que le prometiera que no la abandonaría. ¿Era eso lo que constantemente escuchaba llamaban amor?

Al día siguiente salí en busca de una pequeña flor para decorar la jaula en la que nos encontrábamos Jennifer y yo, y que en cierta manera, se había convertido en el hogar de nuestras soledades y disparates, presos de nuestras circunstancias y decisiones tan distintas pero que nos deslizaban a un mismo eje. Quería escoger el tulipán más llamativo y bonito, esa era la flor que a ella le gustaba y que podría hacerle sonreír unos cuántos días más. También compré una máscara que llamó mi atención, otro bello detalle.

Mi teléfono vibró y al contestar toda la fantasía se desvaneció. Joaquín estaba por llegar con un comprador que estaba dispuesto a pagar lo que los padres de Jennifer no podían. Corrí cuánto mí cuerpo permitía, empujando gente, esquivando autos…

Julio colocó el tulipán y la máscara en las escaleras. Tomó un poco de aire y subió los escalones de dos en dos, de tres en tres hasta llegar al quinto piso. Ahí estaba afuera el comprador esperando su turno. Riendo como un idiota con su cara redonda y prieta.

-Tú debes de ser Julio. Te estábamos esperando y Joaquín estaba furioso por haber abandonado tu trabajo. Se ha calmado porque le dije que aunque la golfa me pertenece ahora, por cuidarla bien se merecen un rato con ella. Tú sabes, llenarle de vida cada uno de sus orificios. Me llamo Gerardo.- dijo.

La puerta abierta permitía ver un poco de lo que sucedía dentro de la habitación. Julio pudo ver al gordo y calvo de Joaquín sin playera y con los pantalones abajo, con el culo peludo al aire intentando embestir a Jennifer quién desesperadamente intentaba liberarse de la enorme masa que se encontraba sobre ella.

También pudo distinguir a la misma rata que había visto en un inicio, con sus ojos rojos y la mirada fija en él, esta vez no le mostró los dientes, salió corriendo.

La navaja automática se clavó en la garganta de Gerardo quien emitió un gruñido mientras se atragantaba con su sangre. La hoja afilada penetro en su cuerpo unas treinta y cinco veces. A cada puñalada Julio se sentía un depredador natural, la esencia viajaba junto con la adrenalina en su cuerpo directo a la navaja, se sintió letal. Tomó el arma del cuerpo inerte y cortó cartucho. Entró a la habitación azotando la puerta.

Julio pateó en la cara a Joaquín dejándolo mareado. Jennifer aprovechó para correr hacia un rincón de la habitación. Julio le apuntó con el arma directo a la cabeza y notó el rostro de ella golpeado, con lágrimas en los ojos. Era momento de liberarse y liberar aquellos bellos ojos de aquella pesadilla, de volar hacia un infinito. Aprovechó que Jennifer cerró los ojos para jalar el gatillo. Esos ojos no merecían ver una escena trágica. La bala fue a dar directamente al cráneo de Joaquín esparciendo los sesos en el piso. Se acercó a Jennifer y le limpió el rostro, la beso en los labios y le quitó las ataduras. Jennifer abrió los ojos y miró a Julio frente a ella. No la había abandonado. Julio le cubrió los ojos con sus manos para que no viera los cuerpos y el festín de sangre.

Bajamos las escaleras a paso lento. Le entregue la flor y le coloque la bella máscara de peces sobre el rostro. Los ojos grises de Jennifer resaltaban como un par de estrellas.

-Es para que no te miren los golpes en el camino y no te hagan preguntas. Prometo encontrarte pronto. He llamado a tu casa para que vengan a recogerte y no han de tardar. Es mejor que me vaya- le dije.

Caminé con las manos en los bolsillos sin mirar atrás.

-¿Recuerdas el edificio? ¿Cuántos eran ellos? El informe dice que encontraron los cuerpos en el departamento 501 ¿Sabes el nombre de quién los asesinó? Cubrir al asesino nos hace dudar de tu secuestro….

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