Se llama María Iris, pero jamás le gustó el María, siempre pensó que ese prenombre le daba un aire común, y ella no soportaba lo vulgar, lo ordinario. Solía ir abastecida de sonrisas y un reclamo en la mirada. Buscaba innovaciones, y otorgaba sin miramientos, cualidades olímpicas, a hombres tan odiosos como su preciado María.

Recuerdo muchas de sus historias, todas comenzaban igual, chica hermosa e intrigante, conoce a hombre corriente y sin fondo, pero por algún misterio… un aire del monzon, sin saber como, se colaba en su cabeza… quizá fuera de tanto planear su añorado viaje a Tailandiay con ese aireo lejano, le daba por ver cosas, que solo habitan en sus iris.

Nada la paraba entonces, era capaz de mover carros y carretas por adonis de postín. Era curiosa tanto su entrega, como sus semejanzas, pues todos ellos eran de altura nimia, y ostentaban cabezas tan grandes como superfluas, pero a sus ojos… eran mismísimos herederos dignos del olimpo. Obviamente esto duraba un traspiés, y de un minuto a otro, pasaban a engrosar una larga lista de enanos de circo.

Pero hubo uno, que se le resistía, quizá fuera el empeño de aquel pequeño hombre en ser grande, solo le faltaba calzar zancos, porque no solo se creía con las verdades más absolutas, sino que corría todas las mañanas como quien huye de un mamut, lo que pasa es aquel diminuto y groso ser, parecía no conocer la extinción de los mamuts. Y a ella, por alguna extraña razón, aquello le parecía admirable, admiraba sin darse cuenta, lo que solo era ignorancia. Y la ignorancia no solo es atrevida, como bien se sabe, si no que es un arma peligrosa, arrojadiza y brutalmente letal, de una solo de sus embestidas el mundo corre el riesgo de volver a tornarse plano…

A ella siempre le han gustado los retos, sentirse pirata, navegante de mares revueltos. Pero hay batallas que ya están perdidas antes de ser iniciadas, no se puede luchar contra los mamuts por mucho que se quiera… están extintos. Cuando comprendió esta inevitable misiva, había ido muy lejos… había abandonado su costa, su casa, sus bienes y ya no había rastro del pícaro aire tailandes…

Así que… qué otra cosa podía hacer Iris, que no fuera sentarse medio desnuda en compañía de Dionisio y trazar una ruta alternativa, cual pirata, entre carcajadas y vino.

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