Tomaré tu mano

Voy a dormir junto a ti,
quiero sentir el latido de tu corazón,
quiero oir el hálito de tu respiración,
necesito el calor de tu cuerpo junto a mi.

Esta noche volaré cabalgando en tus sueños,
esos sueños que luego no recuerdas,
o no vienen a tu mente las palabras para contármelos.
Cabalgando en tus sueños sabré a donde vas,
dejando tu cuerpo junto a mi.

Hay tantas cosas que no me contaste
de los primeros treinta y nueve años de tu vida.
Hay tantas cosas que yo tampoco te conté.
Quizás intentamos proteger nuestro amor
de las experiencias previas
y las cubrimos, con un manto de silencio.

Pero nada pudo protegernos
de la salvaje fuerza de la enfermedad,
que cayó como un torrente sobre nosotros,
que se aproximó silenciosamente.

Quizás no quisimos oír sus pasos,
mesurados, pero inexorables,
hasta que cayó sobre nosotros
como la lava cayó sobre Pompeya,
dejando todo cubierto en cenizas.

Hoy, hay tantas preguntas sin respuestas.
Preguntas que no puedo formular,
respuestas que estás impedido de dar.
Hoy, nuestra comunicación está limitada.

Yo te pregunto ¿Estás bien?
Recibo tu mirada,
la única lúcida mirada del día
que me dice «te veo».

Oigo tu voz, débil, suave
que en bajo tono me dice «Si».
La pena y el amor son un trago amargo,
te digo: te quiero.

Recuerdo ese día en Emergencias,
el doctor me preguntó ¿Bebía mucho?
Estupefacta, le miré asombrada, callada.
Su voz insistente y casi hostil me dijo
«Tiene los vasos bajo la lengua alterados.
¿Bebía mucho?

Como explicar allí que nos conocimos
en la mitad de nuestras vidas,
que nada que hubiese sucedido
antes de cruzar nuestras miradas
era relevante.

Le dije: No sé, doctor, le conocí
cuando tenía treinta y nueve años.
No sé que hizo antes.
En los treinta y cinco años juntos
ha sido una persona normal,
no un alcohólico.

Pero si ahora se formularan las preguntas,
y tú pudieras dar las respuestas,
estas serían irrelevantes.
Tú tienes setenta y cinco años,
yo setenta y cuatro.

Ninguna respuesta cambiaría el amor,
ni la honda pena
de verte consumido por la demencia.
Luego, está la conmiseración.
Estoy convencida
de que la pena me trajo este cáncer.

Estoy resuelta a estar a tu lado cuando mueras.
Pena y cáncer son irrelevantes.
Tomaré tu mano, acariciaré tu rostro,
te diré: te quiero.
Muchos besos cubrirán tus mejillas.

Me dirás «Te quiero».

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