Se sabía tan poco de ellos que iban en caravanas para estudiarlos y, sin embargo, nada claro se obtenía de aquellos viajes. Iban por montones: científicos, biólogos, naturalistas, diletantes y, por supuesto, curiosos, mas no había progreso alguno. Alrededor de todos ellos, además, se había formado una suerte de espectáculo donde prestidigitadores y artistas de renombre que nadie nunca había escuchado jamás se agolpaban tras de sí para subsistir. Todo ello era, naturalmente, un despropósito y ocasionó tan poco impacto en los presentes que los intrusos regresaron tan pronto como pudieron.

Los siguientes en irse fueron los curiosos, que el espectáculo era lo único que los aferraba al lugar. Eso también era previsible; lo impensado, y que sobretodo causó impacto en los demás, fue la retirada de los científicos. Estos habían sido los que más habían tardado en llegar, pues los equipos de los que dependían y de los cuales ejercían gran poder sobre ellos les demandaban grandes cuidados y preparaciones. Al irse, luego de intercambiar miradas recriminatorias entre ellos sobre el asunto aún antes de su ponencia, dijeron lo siguiente:

«Dado los análisis efectuados y los resultados que arrojaron dichos análisis hemos llegado a la conclusión, al menos hasta que nuevos aportes modifiquen el curso de la investigación, de que la naturaleza de los sujetos de prueba es indeterminable. Cualquier intento de entrever sus cualidades elementales ocasiona, de por sí, una modificación involuntaria e inevitable en los sujetos de prueba. El simple acto de medir, es decir, recoger los haces de luz refractados en dichos sujetos de prueba (fotones), ocasiona, como se dijo, una modificación de su composición justamente por estos rayos de luz emitidos. Es por ello que obtener una muestra pura es, hasta la fecha, imposible. No obstante, como científicos, no renunciamos del todo a su estudio y volveremos una vez hayamos descubierto nuevas maneras de abordar el estudio. Para ello se ha extraído una muestra que, aunque imperfecta, nos ayudará a estudiar si su composición sigue modificándose con nuestra intervención».

Luego de su disculpa, los señores, con el mismo cuidado inicial, recogieron sus equipos y utensilios y partieron raudamente. Aún se los podía ver a lo lejos mientras seguían hablando entre ellos a la vez que negaban con la cabeza fuertemente, parecía como si algo los ofuscase de tal manera que el interés inicial hubiese sido desplazado por el compromiso de una pronta resolución que no podrían llevar a cabo. Después de aquel momento, quizás desde antes de ello, el interés general decayó; nadie pensaba, aunque pretendieran no sentirlo de esa forma, que lograrían progresos ni aparentes avances, hasta los especuladores no quisieron correr el riesgo de hacer el ridículo. Se fueron. Las razones que me dieron al irse me sobrepasan y sus motivos son, cuanto menos, esquivos. No obstante, la desazón en cada uno de sus rostros sí me fue clara desde el primer momento, la sensación de deuda que los embargaba emancipaba su ida, pero aquí, conmigo, se quedaba la mordaza de culpabilidad que cada uno me colocaba con la mirada al irse, su apretón de manos ajustaba más las correas.

De haber sabido que tanta expectación acumulada ocasionaría tal frustración en los demás, los hubiera ocultado de todos y me habría podido evitar este sentimiento de decepción tan perdurable.

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