¿Qué misterio hay traducido en tu mirada,
que mi amor confirmarlo no podría?
¿Qué pesar tan tremendo has evocado,
para alejar así tu alma de la mía?
Hay horrendas visiones en tus ojos
que no puedo arrancarlas de tu vida.
¿Qué recuerdos encierras en tu pecho,
que te infieren tan profunda y cruel herida?
Ya tus ojos no me envían los mensajes
que en las horas de cariño recibía;
ni tu boca apasionada hoy me besa
con la misma adoración que otros días.
Ya tu voz arrulladora y armoniosa
no me tienta con sus frases y promesas,
ni el arpegio voluptuoso de tu alma
logra dominar mi entrega.
Yo presiento que te alejas y te alejas,
y mi alma va quedando tan sombría.
Al decirme que te marchas y me dejas
la pena se transforma en agonía.
Aún recuerdo aquel beso, tan ardiente,
que una noche olvidaste en mi boca.
El deseo tan tremendo de tenerte
es más fuerte que el sabor de mi derrota.
Aún siento el rozar tibio de tus brazos
que se enrollan como sierpes en mi cuello;
que me ciernen poderosos en sus lazos
y relucen como lumbre en sus destellos.
También guardo de ti, como un tesoro,
de tu piel: la ternura de los lirios,
de tus hombros: la blancura y el decoro
que asemejan en la noche a dos sirios.
Y tu voz tan profunda e insinuante,
que se vuelca con premura en mis oídos;
me recuerda los momentos tan distantes
que hoy dormitan en los brazos del olvido.
Y tus manos, blancas manos nacaradas,
que encerraban las caricias del amor,
¡tan pequeñas! ¡tan sublimes y admiradas!
sólo saben estrujar mi corazón.
En tu cuerpo misterioso e incitante
que me diera su dulzura y su candor;
ya no encuentro la alegría palpitante
ni la fuerza poderosa del amor.
No te obligo a que te quedes a mi lado
ni es reproche recordarte aquél amor,
sólo pido que lleves: ¡un recuerdo!
la amargura de mi última ilusión.
Claude 11/07/51
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