En este club de escritura he hecho nuevos amigos. Unos, viven más al norte que yo y otros, más todavía. Tanto, que si un día quiero conocerlos, tendré que cruzar el océano y llegar al hermoso Mediterráneo, al que una vez fui y tanto me gustó.


Otros colegas viven más al sur y varios, igual que yo, son rioplatenses. Uno de ellos, además, compatriota.


Lo cierto es que a todos quiero contarles que en mi país hay cuatro estaciones:
un invierno frío y sin nieve, donde los árboles quedan desnudos y los jardines amanecen cubiertos por la helada de la noche, y un verano caluroso en el que vamos a la playa, porque hace calor y ese es el único gran paseo al alcance de todos.
Nosotros, los uruguayos, tenemos una playa cerca de cada casa y otras más alejadas, con mares más salados y arenas más blancas, donde va menos gente, muchos turistas, y todos, casi siempre, de vacaciones.


Falta nombrar las otras dos estaciones. Las «media estaciones» como las llamamos nosotros.

En ellas usamos ropa de manga corta y llevamos un saquito cuando salimos de noche, por si refresca.


Una, empieza en marzo y nos prepara para el invierno. Otra, empieza en setiembre, cuando empieza a hacer calorcito, todo se llena de flores y hay mucho viento para remontar cometas en el campito.


Dentro de unos días, en mi país, empieza el otoño. Y aunque sobre el mediodía hace mucho calor todavía, por las tardes ya se nota el fresco.

Los árboles lo notan y atentos, empiezan a teñir sus hojas de amarillo.


Me siento triste. Estoy sola. Me siento triste y sola. Me acuesto temprano.

No tengo ganas de salir y a veces siento un llanto ahogado en la garganta que no quiere salir.

Porque lo extraño mucho, no encuentro a nadie con quien hablar y quiero volver el tiempo atrás pero no puedo.

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