—María ¿te apetece que veamos los álbumes de fotos de cuando nació la niña?

—Sí, sí ¡mira, qué de pelo tenía! Parecía un Beatles pero, ¡era tan mona!

—Ya, ya, una mona parece ahora. ¿Y esa mancha que tenía en la cara, María?

—Pues, un antojito que tú no me satisfaciste, cariño.

—¡Pues vaya fallo el mío! Fíjate ahora, al antojito se le ha unido a la cicatriz de la operación y parece el Fantasma de la Ópera.

—¡Tú si que eres un fantasma!

—¿Nos la enseñaron sin lavarla o qué? Mira, tiene un moco.

—No, amorcito, eso es un lunar.

—¿Tan grande? ¿Y justo en la punta de la nariz?

—Una distinción que le hace única.

—Fíjate ahora si se distingue. Se le ve la verruga de lejos, parece una bruja.

—Manolo, coño, ni que hubiera parido un monstruo, que es tu hija.

—Eso es lo que tú dices, María.

—¿Me lo estás diciendo en serio? ¡No tienes vergüenza!

—Pregúntale a mi urólogo. Esa, esa era la cara que esperaba. ¿Qué te creías, que nunca me enteraría?

Quiero el divorcio, por si deseas casarte con el verdadero padre de la niña, mi querido hermano.

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