32 años de barra

32 años de barra

D Carles ML

23/04/2017

9:10 de la mañana.

La rutina de 32 años comenzaba.

Levantar las persianas, encender la máquina de café (sin un par de tazas él no funcionaba), abrir las cortinas, encender un fuego, conectar la freidora (para que se fuese calentando), dar un vistazo general, dar inicio a los demás aparatos, caja, televisor, equipo de música, escuchar al paso las noticias de la mañana, horrorizarse por la muerte de alguno o por el robo cercano.

Mirar el mar. Era su oración matutina, especie de sortilegio para que el día sea productivo.

Llega el proveedor de pan, luego vendrá el de las bebidas y seguro que por la tarde lo harán los comerciales, a levantar pedidos y cobrar si había hecho caja.

El aceite se templaba, había que apurar la faena.

Sacar el cazo, poner la harina, la sal, el vaso de espuma de cerveza, el ingrediente secreto que guarda en un pote detrás de los libros de cocina, batir hasta que la masa esté ligera y pegajosa. Ahora toca sacar los calamares que puso a descongelar la noche anterior, cortarlos en finas rodajas… un cliente llama.

Aún no está montado nada y ya llega el primero, es el Pere.

  • – Una cañita vete bebiendo que ya saldrán los primeros.
  • – Sigue tú, Ermuz, que voy a la barra.
  • – ¡Pepe! Que el Pere quiere cambio para la máquina.- grita la camarera.
  • – Pepe, ¡que me has dao monedas de 2 euros!
  • – No sé qué me ha pasao por la cabeza, toma de uno, hombre, y cómete esos calamares que no los habrás probao mejores.
  • – ¡Venga hombre! Como si fuese la primera vez que vengo…-

9:30 en punto arriba el pinche de cocina, la camarera, el de las bebidas, Joan trae los periódicos y se bebe un café apurado, María quiere cambio para tabaco y el Pere juega su primer euro en la tragaperras.

Rutina, pura, 32 años lo mismo.

El aceite está a punto, las primeras rodajas de calamar embebidos en la pringosa sustancia entran a la freidora produciendo escándalo como la última resistencia a ser cocidos.

El pinche fríe la primera tapa y el Pere empina el último sorbo de la cañita, hay que llenarle la copa para que se coma sus calamares rebozados, la especialidad que le ha hecho conocido en la costa. El perfume de la fritada se adueña de la terraza y en medio del montaje mañanero, ya hay quién se sienta atraído por el suculento manjar que se cocina.

– …Un billete de 10 euros, son… ¿cuántas monedas de uno debo darle?…

Duda, al fin toma un paquete de 10 y se lo da al Pere.

El pinche le llama. Los rebozados se desprenden de la carne, algo ha fallado en la mezcla.

Siente que un ojo se le cierra, las mesas dan vueltas, la camarera le grita, el Pere corre desesperado, el pinche deja caer una pila de platos.

Y él se pregunta: ¿para qué estuve 30 años detrás de la barra?

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