– ¿Alguna vez, viste la antigua Panamá? – Preguntó Javier; imaginándose aquella ciudad de la que tanto le hablaron. El muchacho y el ángel caminaron a través de las inmensas ruinas. Los edificios con sus enormes ventanas rotas, ocultaban parte de la luz de la luna. – Ya sabes, cuando Panamá era solo una ciudad, y los demonios no existían. – Agregó, dirigiéndole una tímida sonrisa al imponente ángel guerrero.

– Los demonios siempre han existido, de hecho, existen incluso desde antes que los humanos. – Contestó Elías, sin siquiera dignarse a mirar a su interlocutor. Javier era un chico alto, pero el ángel Elías era aún más alto, y más musculoso. En medio de sus alas de plumas negras, llevaba un hacha de color roja y negra. Se trataba del arma de un ángel guardián, y como tal, dicha arma tenía una gemela, otra hacha igual de fuerte, manipulada por la protegida de Elías. El hacha, parecía emitir un resplandor similar a las brasas dejadas por el fuego.

– Ya lo sé. – Indicó Javier. El chico cambio su pregunta. – Me refiero a hace 20 años, yo aún no había nacido, mi abuela me contaba que esta ciudad era gigantesca, y que los demonios tardaron años en derrotar a los ejércitos de las grandes ciudades.

– No culpo a los humanos. – Reflexionó Elías, luego de unos incómodos minutos de silencio. Los dos se internaron por la entrada de un largo pasillo, justo debajo de otro inmenso edificio, los escombros y la vegetación, hacían que fuera difícil pasar por ciertos lugares. Podían ir volando, como dos ángeles, pero Elías no quería que aquel muchacho usara su máscara, a menos que fuera estrictamente necesario. – Los demonios llevan más tiempo existiendo que los humanos, tienen de su parte la ventaja evolutiva básica. Ustedes evolucionaron para ser más inteligentes, pero los demonios evolucionaron para hacerse más fuertes. Cuando lograron escapar del infierno, era de suponer que las ciudades caerían una tras otra.

El ángel y el muchacho llegaron hasta el borde de un profundo abismo. Probablemente este, había sido causado por alguna bomba, en los tiempos en que los ejércitos pensaban que atacar a los demonios con bombas, ayudaría en algo. Aquella bomba debió estallar hace más de 15 años, pero en su momento, la fuerza de la explosión debió ser desastrosa, se podía ver la que gran destrucción de aquella ciudad, se había originado en ese mismo punto. Elías se puso detrás de Javier. Ni siquiera le pidió permiso al muchacho, y lo sujeto por debajo de los brazos, el ángel dio un fuerte aleteo, y ambos se elevaron por encima de aquel abismo, pero no lo cruzaron, Elías se dejó caer con Javier, hacia el interior de aquel agujero, y justo antes de chocar contra el suelo, sus gruesas alas frenaron del todo la rápida caída, con un nuevo aleteo.

– Así que este es el camino para llegar a Orfere, – comentó Javier, recuperándose del susto producido por aquella caída. Transformarse en ángel de vez en cuando, no es lo mismo que ser un ángel. Javier tenía todos los poderes de uno, cada vez que usaba la máscara, pero no poseía la experiencia propia de estos seres.

– Orfere esta oculta bajo tierra. – Musitó el ángel. La duda, no era algo común en estos seres, sin embargo, se podía percibir esa sensación cada vez que Elías, hablaba. – Llegar hasta ella no será difícil, a partir de este punto, el camino es recto y sin problemas.

– ¿Cómo se dieron cuenta, que yo estaba cerca, y que estaba enfrentando a Quimera y Vineto? – Inquirió el muchacho, recordando sin querer a los grotescos demonios. Hasta ese momento, no se había preguntado eso, por que asumió que sus amigos debían haber escuchado el sonido del enfrentamiento, pero estando bajo tierra, eso era imposible.

– El arco que usas cuando te transformas en el ángel Nydas, tiene un gemelo, es el arma de un ángel guardián, y todas esas armas vienen en dos versiones, una para el ángel, y otra para su protegido.

– Detalló el ángel, limitándose a mencionar solo lo estrictamente necesario. En ese momento, caminaban por lo que parecía ser una antigua vía del metro. – El arco y flechas que le correspondía al protegido de Nydas, está en manos de Juliana ¿Ya lo habías olvidado? – Le recordó, esperando que al menos ese detalle, no fuera un secreto para el joven.

– Debí asumir que había sido eso. – Contestó Javier sonriendo. Juliana, la angeliza guardiana de Kairos, había demostrado en muchas ocasiones una inteligencia implacable. Uno podría pensar que los ángeles son todos bellos, inteligentes, y fuertes, pero tienen más en común con los seres humanos de lo que se podría imaginar. Juliana, era muy astuta, mientras que Elías, era bastante fuerte, y Aisa, por su parte, era muy hermosa, reuniendo algunas cualidades de fuerza e inteligencia, pero nunca superando a sus compañeros.

– El arco y flechas que lleva Juliana, vibró de repente. – Explicó Elías. El final de las vías se estaba acercando, y al fondo del túnel, se podía ver un brillo amarillo y rojo, muy similar a las llamas que utilizaba el ángel. – Juliana dedujo casi de inmediato, que tú debías estar cerca, y por las vibraciones en el arco, asumió que debías encontrarte en medio de un enfrentamiento.

El muchacho y el ángel, no tardaron en a travesar el último trecho del túnel subterráneo, y llegaron a lo que en alguna época distante fue una estación subterránea de transporte. Se trataba de una estancia amplia, con el techo elevado a varios metros de altura, se parecía mucho a las ruinas de aquellos lugares llamados centros comerciales, de los que tanto había escuchado Javier. En el techo alto, se podía ver otro enorme boquete, por el cual se filtraba la luz de la luna. Javier y Elías caminaron un largo trecho, guiándose por el resplandor producido por las llamas a lo lejos. Natalia, la protegida de Elías, debía estar utilizando mucho fuego, para quemar algo muy grande.

A medida que se iban acercando, el peligro era cada vez más evidente. A varios metros de distancia, se podía ver una gran bola de fuego que parecía suspendida sobre el suelo. Elías se quedó atrás, pero Javier tuvo que acercarse más, y fue entonces cuando lo vio. Se trataba de un capullo, uno enorme, construido a partir de ramas y raíces rojas, debajo del capullo incendiado, se podía ver un gran charco de sangre. –…entonces, finalmente lo logró – Pensó Javier. Y entonces recordó las palabras de uno de los sacerdotes demoniacos de Orfere. – La Diosa, alcanzará su perfección absoluta, de una u otra forma.

– Eres un testarudo. – Le dijo Kairos. Javier apenas reacciono al escuchar la voz de su amigo. – Las cosas están muy mal, debiste quedarte en el campamento.

Kairos era un hombre muy joven, con apenas 20 años de edad, tenía la misma estatura que Javier, pero con una contextura más corpulenta, de piernas y brazos musculosos, cabello oscuro, espeso y rizado. Sus ojos oscuros, hacían un contraste extraño con su nariz afilada, y su barba fina, apenas visible, pero aun así, sus facciones masculinas, lo hacían evidentemente atractivo. En ese momento estaba vistiendo un conjunto de camisa y pantalones de camuflaje verde, igual al utilizado por Javier.

– Yo no abandono a mis amigos. – Refunfuñó Javier. Los ojos del muchacho, estaban fijos en la espada larga con forma de sierra, que Kairos sujetaba en ese momento. El rostro de Kairos pareció ensombrecerse con el cruel comentario de su amigo, y el muchacho lo había notado, pero aun así, no podía ocultar su descontento. – Yo no soy un protegido como tú, ni como Patricia, Natalia y Tobías. Pero durante estos últimos meses, me esforcé mucho, para ser como ustedes.

– Estábamos intentando…– Llegó a decir Kairos, pero Javier lo interrumpió. A lo lejos pudo ver al resto de sus amigos acercándose a ellos, y tres ángeles guardianes más, los acompañaban.

– Intentaban protegerme. – Termino la frase el muchacho. Patricia y Natalia, fueron las primeras en llegar, y fue Patricia la primera en percatarse de los sentimientos afligidos de Javier. – Tomaron una decisión sin consultarme. Orfere también mató a mis amigos, yo tengo tanto derecho a enfrentarla como ustedes.

– Te dije que esto iba a pasar. – Comento Patricia, reclamándole a Kairos. La joven de piel negra, observo fijamente a Javier. Patricia era la mayor en el grupo con 25 años, y para Javier, era definitivamente la mujer más hermosa en todo ese infierno. Su cabello, oscuro, crespo y espeso, era corto, justo como a ella le gustaba llevarlo, sus facciones faciales eran finas y perfiladas, con pómulos delicados, y labios gruesos y rosados. Se trataba de una mujer alta, de piernas largas y fuertes, con pechos grandes y firmes, que sobresalían de su camisa. Ella también usaba un conjunto militar de camuflaje. Pero su figura alta y esbelta, era imposible de disimular. – Yo les dije que esto estaba mal. – Aseguró Patricia, manteniendo un contacto visual directo con Javier. El muchacho no podía evitar sonrojarse al mirarla. Para Javier la afirmación de Patricia no era una sorpresa, ella siempre lo comprendió y apoyo en todo momento. Patricia actuaba como una hermana mayor, pero para Javier, ella era mucho más.

– Usar la máscara, fue algo impulsivo. – La voz una anciana se escuchó por encima de las palabras de Patricia. La angeliza guardiana de Kairos. En ese momento Juliana lucia igual que una anciana, era el único de los ángeles presentes que no usaba una armadura, sin embargo, también era el único ángel que tenía cuatro alas en lugar de solo dos. El primer par de alas eran grandes y amplias, colmadas de plumas blancas, el segundo par de alas, ubicadas justo debajo de las primeras, eran un poco más pequeñas. La anciana de piel arrugada, y cabello largo y blanco, casi parecía desaparecer debajo de aquellas cuatro grandes alas. – Esa máscara requiere de energía celestial para funcionar. – Continúo hablando Juliana. La angeliza solo vestía una larga bata blanca, con símbolos dorados en las largas mangas. – La única energía celestial, que un ser humano posee, es su alma, y perder el alma, es un destino peor que la muerte, jamás tendrás un descanso eterno.

– No puedo ser tan egoísta, no puedo pensar solo en mí mismo, y menos en un momento como este. – Replicó el muchacho. Observo el arco rojo y plateado que la angeliza, sostenía con sus arrugadas manos. Por encima de la espalda de la anciana, pudo ver la empuñadura de una espada, que debía ser sin duda, la espada gemela, de la que utilizaba Kairos. – Solo puedo luchar igual que ustedes, cuando uso la máscara.

– No podemos cambiar tu modo de pensar. – Le dijo Natalia, la protegida del ángel Elías. Aquella mujer tenía la misma edad que Kairos, y su estatura, era un poco más baja que la de Javier. Su complexión era delgada, y se veía muy frágil, su cabello largo, y sedoso, de color rubio opaco, le llegaba hasta la cintura, su rostro perfilado y sus ojos verdes grandes, le daban una apariencia inocente similar a la de una niña. Su cuerpo lucia tan femenino como el de Patricia, pero sus pechos no sobresalían demasiado. – Sé qué piensas que te abandonamos, pero tomamos esta decisión porque eres nuestro amigo. Lamento mucho si te hicimos sentir mal.

– Yo no lo lamento. – Intervino Patricia. El otro protegido, Tobías y su angeliza guardiana, también se estaban acercando. – Desde un principio les comente, que tú jamás accederías, además nadie nos puede ayudar en esto, tanto como tú.

– El fuego se está apagando, y las ramas que rodean el capullo empiezan a ceder. – Advirtió Tobías. El cuarto protegido, tenía la misma edad que Kairos y Natalia, y al igual que los demás, él también es un extranjero en las tierras de Panamá. Tobías es un hombre alto, de hecho su estatura era igual a la del ángel Elías, pero su complexión física era de una delgadez llamativa. Sus brazos y piernas eran largos, pero carecían de músculos fuertes. Tenía el cabello largo, lacio, de color rojizo, llegando casi hasta sus hombros. – No deberíamos perder tiempo, cuando Orfere salga del capullo tal vez no podamos derrotarla. – Advirtió el cuarto protegido; sus brillantes ojos negros, estaban dirigidos a Kairos; como quien habla con un líder. Para Javier, Tobías siempre fue el tipo aislado del grupo, el joven aparentaba saber menos de lo que en realidad sabia, y según Natalia, aquel protegido tenía el coeficiente intelectual más alto entre ellos. – No te ofendas Javier. – Acotó Tobías, dirigiéndose al muchacho. – Ahora que estas aquí nos vendría bien la fuerza de Nydas.

– ¡No has escuchado nada de lo que hemos dicho, o tal vez no te importa! – Exclamó Patricia. Ella sabía bien los riesgos que corría Javier cada vez que usaba la máscara. – Usaremos a Nydas como última opción, y solo si es estrictamente necesario.

– Ya hemos probado con fuego, hielo, electricidad, incluso el impacto sónico de Patricia. – Continuó Tobías, ignorando las palabras de Patricia. – Creo que todos estamos de acuerdo, la única solución es lanzar a Orfere de vuelta al infierno, usando los portales de Nydas.

– Si se trata de portales, – comenzó Natalia, – podemos utilizar las flechas de Juliana, con eso también podemos abrir portales.

– Los portales que se abren usando aquellas flechas, solo pueden alcanzar un tamaño determinado. – Les recordó, la angeliza guardiana de Tobías, llamada Aisa. Aquella angeliza, utilizaba una vistosa armadura de color gris, y en sus manos, llevaba una espada con una hoja tan transparente, que casi parecía un pedazo de hielo afilado. Aisa era delgada y esbelta, con facciones asiáticas, y el rostro hermoso en forma de corazón, su cabello largo hasta la cintura, era de un tono tan gris, como el de su armadura, y sus alas, estaban formadas tanto por plumas blancas, como negras. – Solo el ángel guardián Nydas, puede crear portales tan grandes, como para tragarse aquel enorme capullo.

El muchacho comprendía el punto de Aisa. El arco y las flechas utilizadas por Juliana, originalmente pertenecen al protegido del ángel guardián Nydas, y por lo tanto ostentaban parte del poder para abrir portales hacia el infierno, sin embargo, dicho poder tenia limitaciones. El paradero de aquel protegido era aún desconocido, y se rumoreaba que podía estar muerto. En aquel momento se produjo un incómodo silencio, ninguno de sus amigos lo estaba mirando directamente, pero Javier sabía lo que todos estaban pensando, y esa era la principal razón por la cual lo abandonaron en aquel campamento, el uso de aquella máscara era más un riesgo que un beneficio. Javier podía terminar perdiendo lo último que le quedaba de su alma.

El capullo se agito desde adentro hacia afuera. El charco de sangre debajo de aquel capullo empezó a transformarse en un lago. El capullo de ramas y raíces rojas, estaba suspendido en el aire, a causa de varias extensiones formadas de corteza de madera y lianas, que se adherían a las columnas y el techo de aquella enorme estancia, creando de esa forma un soporte para así mantener suspendido el extraño cuerpo abultado. Las llamas creadas por Natalia aun ardían en algunas partes del capullo, pero iban apagándose poco a poco, y una figura imponente se deslizaba como una serpiente en el interior de aquel amasijo de ramas, raíces, cortezas y lianas.

– Creo que ya no podemos hacer nada. – Sentencio Aisa. Sujeto su espada de forma amenazadora, y en segundos la hoja filosa empezó a emitir un frío sobrenatural.

– Es momento de demostrar lo equivocada que estaba la bruja Ursina. – Indico Natalia.

Toda la parte izquierda del capullo se desmorono, y a los minutos, una nube de vapor verde se esparció a partir de la abertura en el capullo. Una forma larga y gruesa se vislumbro a través del vapor verde. Los protegidos y Javier, retrocedieron al ver la sustancia vaporosa acercándose a ellos. Los ángeles guardianes, se mantuvieron inmóviles, esperando la llegada del vapor verde, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, limpiaron el aire usando sus grandes alas. Un solo aleteo de aquellas maravillosas alas, realizado al unisonó, como si los cuatro ángeles estuvieran perfectamente sincronizados. El vapor verde retrocedió, pero la figura larga y gruesa, siguió moviéndose, pero no directamente hacia ellos.

Al principio se confundieron, pensaron que se trataba de varias criaturas, como si Orfere, hubiese logrado multiplicarse en el interior de aquel capullo, pero lo cierto, era que solo había emergido una sola criatura, y su cuerpo, no parecía tener fin. El sonido de las miles de patas, interrumpió el silencio en aquel lugar. Antes de que se percataran, ya estaban rodeados, las extensiones del cuerpo de Orfere, eran incalculables, su cuerpo recorría toda la enorme estructura, enredándose entre las gruesas columnas, “construidas hace más de 20 años”, se adhería a las paredes, al gran techo alto, incluso daba la impresión de que el cuerpo le deba la vuelta a todo el lugar.

Cuando el polvo, y el vapor, finalmente se disipo, la magnificencia de la nueva diosa Orfere quedo expuesta. Un cuerpo enorme, largo y grueso, similar al de una oruga gigante de piel roja, rodeaba tanto a los protegidos, y a sus ángeles guardianes. No era posible determinar donde se hallaba el principio ni el final de aquel cuerpo de gusano, hasta que una parte descendió desde el techo, desde una parte indeterminada de aquel cuerpo. Era como hallarse frente a una mezcla grotesca entre una oruga y una lombriz. Este trozo del cuerpo, se deslizo curioso, hasta donde se encontraban los protegidos, ignorando a los ángeles guardianes, y pasando por encima de ellos.

Entonces Javier pudo verlo claramente. En el lugar en donde debería estar la cabeza de aquel ser, estaba un botón, muy similar al de una flor, pero de extensiones gigantescas. Aquella flor sin abrir, aun con aquella forma de botón, estaba unida al cuerpo interminable de aquella oruga, puesto que desde su interior, goteaba un líquido verde que se derramaba desde los pétalos, hacia el suelo.

– ¡Qué asco! – Exclamó Patricia. La flor en forma de botón empezó a abrirse, sus pétalos no tardaron en separarse. Javier sujeto a Patricia por el brazo, y la fue alejando con lentitud de aquella criatura.

– Es ella. – Sentenció Juliana. La angeliza, se había acercado, estaba justo a un lado de su protegido Kairos.

Los pétalos verdes que formaban aquella gran flor, se fueron separando, pero era algo oculto en su interior, lo que hacía que los pétalos se fueran alejando. Los delgados brazos de una mujer, emergieron desde el interior de aquella flor. Juliana sujeto su arco y apunto una sola flecha hacia el centro de aquella flor. Se escuchó una risa femenina procedente del interior de esta. El rostro de la joven no tardó en aparecer, y los estaba mirando a todos con una sonrisa socarrona. Orfere uso sus delgados brazos, se aferró a los pétalos que ya estaban totalmente abiertos, y con un solo empujón, logro asomar la mitad de su cuerpo, llegando hasta la cintura.

Tanto los ángeles guardianes, como sus protegidos, permanecían alerta ante aquella amenaza. Juliana apuntaba con su arco, y detrás de ella, estaba Kairos, sosteniendo entre sus manos aquella larga espada con aquel filo en forma de sierra. A su lado estaban Natalia y Elías, ambos estaban armados con aquellas hachas negras que despedían destellos amarillos similares a las llamas. Después estaba Tobías y Aisa, tanto el protegido como su angeliza, portaban espadas con las hojas tan transparentes como un pedazo de hielo. Y finalmente estaban Javier y Patricia, el chico con la máscara de un ángel, y la protegida que no tenía un ángel guardián.

El cuerpo de Orfere, solo hasta su cintura, era muy similar al cuerpo de una mujer joven humana, a excepción de sus ojos, que eran muy similares a los ojos de Quimera, totalmente de color rojo, y con las mismas venas gruesas que desfiguraban su rostro de adolescente. El cabello de Orfere, caía largo hasta su vientre, de un color negro, pero manchado y mojado por aquel extraño fluido verde. Los senos enormes y gruesos de la diosa colgaban de su torso, bailando con cada movimiento que ella realizaba.

– ¡Mis niños! – Se burló Orfere. Y mostró sus dientes blancos en un amplia sonrisa, fijo su atención primero en Kairos, y luego en Javier. – Están aquí, justo como lo esperaba. No puedo estar más satisfecha, serán ustedes los primero en presenciar la magnificencia de mis nuevos poderes.

La expresión de Kairos cambio. Ya no estaba sorprendido por aquel nuevo ser, recordó todo el odio que sentía por Orfere, y supo de un momento a otro, que ya no le tenía miedo, este era su momento para vengar las muertes de todos sus amigos. Juliana intento retener a su protegido, pero Kairos la ignoro, y se acercó a la criatura, sus gruesas botas militares, no tardaron en hundirse en aquel espeso líquido verde, que aún seguía brotando de la flor por la cual emergía el torso desnudo de Orfere. La diosa lo vio acercarse, y con un movimiento casi imperceptible, su enorme cuerpo reacciono, acercándose también al protegido.

– Ese día en el bosque rojo, te lo dije, – le recordó Kairos a Orfere. El cuerpo de gusano de Orfere descendió, hasta colocarse justo frente a su interlocutor, estando solo separados por unos pasos. – Te dije que pagarías con tu vida, por la muerte de mis amigos. – Amenazó el protegido. Orfere se acercó mucho más a él.

– ¡No te acerques más! – Le advirtió la angeliza Juliana. La flecha brillante estaba lista para ser disparada, dirigida directamente a la cabeza de la Diosa. Orfere volvió a sonreír, acerco su cuerpo aún más, hasta que sus grandes senos, chocaron con el musculoso pecho de Kairos. La diosa envolvió el cuello de Kairos con sus brazos, y acerco su rostro hacia el protegido, casi como si quisiera besarlo.

–…así de cerca estuve de él…– le susurro Orfere al oído. –…de Diego, el día que él murió, estuve muy cerca de él, incluso sentí su último aliento sobre mi rostro. – El fluido verde, que se derramaba por el cuerpo desnudo de Orfere, empezó a manchar el uniforme de Kairos.

– ¡Yo maté a Quimera, y también a Vineto! – Gritó Javier. Llamando la atención de Orfere. La diosa se desprendió del cuello de Kairos. El protegido se mantuvo firme, mirando a la diosa directamente a sus horribles ojos rojos. Orfere le dedico una última mirada coqueta, y como si fuera una serpiente, su cuerpo se deslizo hasta quedar frente a frente con Javier. – Ahora estas sola, Quimera, y Vineto, eran tus últimos generales demoniacos, no tienes a nadie más que te defienda. – Amenazó Javier, colocando sus dos manos detrás de su espalda, para que la criatura no viera que estaba temblando.

– No lo entiendes… ¿Verdad? – Inquirió Orfere, con un tono de voz sarcástico. Lo estaba mirando con una expresión de lastima. El resto de su cuerpo estaba inmóvil, pero Aisa observo con cautela, la enorme porción de carne que permanecía inmóvil frente a ella. Las patas eran delgadas, fuertes e interminables, con ellas, Orfere debía ser capaz de mover aquel enorme cuerpo, a través de cualquier lugar. – Ahora, yo soy mi propio ejército, – continuo Orfere. – Ya no necesito a otros demonios, todo lo que necesito, ya está dentro de mí.

Kairos no espero la respuesta de Javier. El joven protegido empezó a desabrocharse los botones de su uniforme de soldado. Todos sus amigos sabían lo que esto significaba, y se prepararon para el enfrentamiento, aun sabiendo que se tratada de una batalla perdida. Orfere volvió a sonreír mostrando aquellos dientes blancos, en el momento en que la camisa de Kairos toco el suelo. El protegido ya no era el mismo, Javier lo supo con certeza, su cuerpo seguía siendo fuerte, esbelto y musculoso, pero las cicatrices en su torso eran más llamativas. Las piedras rojas en la espalda de Kairos, brillaban con aquel resplandor amenazante. Esas cuatro piedras rojas, tan grandes como un puño, que asomaban en la superficie de la espalda desnuda del protegido, eran la fuente de su poder. Los primeros destellos de electricidad no se hicieron esperar.

– No cambias, – dijo Orfere, con aquel tono burlón, – sigues siendo el mismo niño impulsivo de siempre. – El resto de los protegidos, y sus ángeles guardianes desaparecieron, corriendo y saltando sobre el interminable cuerpo de la diosa. Solo Juliana se quedó apoyando a su protegido.

Orfere los observo alejarse, sabía cuáles eran sus planes, pretendían atacarla en grupo y por sorpresa, y Kairos junto con Juliana, estaban haciendo las veces de cebo. Los minerales rojos, crecieron rápidamente sobre la espalda del protegido, liberando pequeñas chipas eléctricas, que luego se conectaron, formando una “X”. El primer rayo escapo como un gran destello, que se originó en la espalda del protegido, y luego se deslizo hasta su pecho, para finalmente salir expulsado como una ráfaga en dirección a la diosa.

La demoniza, no tuvo que hacer mayores movimientos, una gran porción de su interminable cuerpo de oruga se elevó, y la protegió de aquel poderoso rayo. El impacto rasgo la carne blanda, las innumerables patas largas y gruesas, seguían moviéndose a pesar de estar en el aire. Cuando la carne se rasgó, el fluido verde salió disparado por la herida en dirección al protegido, pero Juliana reacciono a tiempo, disparo una de las flechas, la cual se clavó en el suelo, justo frente a Kairos, en seguida el agujero brillante de color rojo apareció en el suelo, y con un sonido gutural, termino tragándose por completo aquel líquido. Pequeñas gotas de aquel fluido, llegaron hasta las botas de Kairos, en ese momento el protegido se percató que se trataba de un ácido extremadamente corrosivo.

Los primeros gritos se hicieron escuchar, primero de una forma alarmada, después se tornaron en un sonido desesperado y tormentoso. Kairos no necesitaba escuchar más, a lo lejos, justo detrás de una gran porción del cuerpo de Orfere, pudo ver las llamas amarillas creadas por Natalia. Orfere, lo miró una vez más con aquella mirada coqueta, y luego le señalo al ángel Elías, como indicándole que fuera tras él. La demoniza estaba tan segura de sus poderes, que el hecho de perder a Kairos de vista, no suponía una amenaza para ella.

El protegido no pudo esperar más tiempo, y corrió en dirección al ángel. Podía ver claramente una llama encendida y brillante, moviéndose entre los robustos brazos de Elías. Juliana venia justo detrás de él. Su cuerpo de anciana, no le impedía moverse tan rápido como una persona joven. Kairos pasó por encima de varias porciones del cuerpo grueso y largo de Orfere, y por el rabillo del ojo, trataba de observar el torso de la diosa, emergiendo desde el interior de aquella flor. Para su sorpresa Orfere no se había movido ni un milímetro, la diosa lo seguía con la mirada, pero no realizaba ningún movimiento de ataque.

Cuando llego hasta Natalia, el resto de sus amigos no estaban allí. La primera en experimentar los daños de aquel ácido fue Natalia. La protegida estaba en el suelo, llorando y gimiendo entre los brazos de su ángel guardián. La chica estaba casi desnuda, las llamas que ella misma creaba usando su sangre, habían desintegrados sus ropas, pero esta, no podía quemarse, ese era uno de sus principales poderes, sin embargo, el ácido de Orfere, demostró una corrosión muy superior a la del fuego. La pierna derecha de Natalia, había sido amputada desde la rodilla hacia abajo, y por la herida brotaba tanto la sangre, como el fuego.

–…tuve que cortar la pierna…– susurro Elías. El ángel también lloraba, pero sus lágrimas eran de rencor, no de miedo. – Natalia lanzo una llamarada hacia una parte de su cuerpo. – Explicó, señalando a Orfere. La diosa aun lo estaba mirando, y parecía estar viendo una comedia. – Cuando el fuego toco su piel, la carne de ese monstruo se rasgó casi de inmediato, el ácido cayó en el pie derecho de Natalia… intente detenerlo, pero no funciono, luego pude ver que el ácido seguía comiéndose su pie, luego su tobillo, y seguía subiendo, no tuve otra opción…

El polvo y las rocas se elevaron por los aires, los gritos de Patricia eran tan poderosos como de costumbre. Kairos y Juliana se miraron al unisonó, estaba esperando los gemidos de dolor de Patricia, pero nada sucedió. Luego pudieron verla, a ella y a Javier. El joven había utilizado la máscara nuevamente, adquiriendo la forma del ángel guardián Nydas. Con sus manos, sujetaba fuertemente las manos de Patricia. La joven protegida, estaba utilizando sus poderes desde la seguridad del aire, ayudada por el ángel Nydas. El poder de Patricia, consistía en un aumento exponencial del sonido producido por sus cuerdas bucales. Lo que para un ser humano era un grito normal, para Patricia, era un arma de gran potencia, y la protegida había aprendido a emplearla de la mejor forma posible.

– ¡Bien pensado Patricia! – Exclamó Juliana. La protegida estaba destruyendo los trozos de carne del cuerpo de Orfere desde el aire. La estancia en donde se desarrollaba el combate, tenía un techo muy alto, pero aun así, algunas partes del cuerpo de Orfere, también colgaban precariamente de las columnas y el techo.

– Tenemos que ayudarlos. – Se apresuró Kairos. Luego recordó a su amiga Natalia.

– ¡Adelante! – Los insto Elías. Natalia mantenía su rostro lloroso aferrado a la fría armadura que cubría el pecho de su ángel guardián. – Yo la mantendré a salvo. – Las alas de Elías se cerraron alrededor de su cuerpo, junto con Natalia.

A Patricia le costaba trabajo sostenerse de las manos de aquel ángel. Las manos de Javier eran definitivamente más gruesas y rústicas, pero ahora no era él, quien la estaba sosteniendo a varios metros de altura. La protegida dejo escapar otro golpe sónico, y de la misma forma, como había sucedido en todas las ocasiones anteriores, aquel cuerpo grande, asqueroso y excesivamente frágil se desintegraba con el mínimo golpe, expulsando a su vez, varias toneladas de aquel ácido verde.

El ángel guardián Nydas, podía moverse a una mayor velocidad, pero entre sus manos sostenía a una preciada amiga del “portador”. Para el ángel, aquel tipo de existencia a medias, compartiendo el cuerpo de otra persona, no era ninguna novedad, todos los ángeles carecen de un cuerpo, porque en el mundo en el que existen, no es necesario un cuerpo, pero en el mundo de los humanos, la situación cambiaba por completo. Nydas solo tenía control de su cuerpo en unas pocas ocasiones, la mayoría de la veces era Javier, quien mantenía en control absoluto de su cuerpo, pero aquello no molestaba al espíritu de aquel ángel, estaba dispuesto hacer lo que fuera necesario para servir a los protegidos, aunque eso significara consumir el alma de aquel muchacho… “el portador”.

Javier recupero el control del cuerpo del ángel guardián, estando en pleno vuelo. Pudo sentir las tibias manos de Patricia sujetándose a las suyas. Aquello ya se estaba volviendo demasiado riesgoso, el ángel Nydas, estaba tomando el control, con demasiada frecuencia, y a veces se encontraba haciendo cosas, sin ningún conocimiento o recuerdo anterior. Enfoco sus ojos y lo vio. Debajo de ellos, el cuerpo de Orfere se perdía y volvía a aparecer de una forma interminable, visto desde el aire, daba la impresión de estar frente a un enorme “gusano de mil pies”, cuyo cuerpo iniciaba en una flor abierta, por la cual asomaba el torso de Orfere.

– ¡Esto no puede ser! –Se alarmo el muchacho. – ¡No podemos vencerla!

– ¡Claro que podemos vencerla! – Replicó Patricia. – Sí seguimos de esta forma, aún tenemos una oportunidad…

Patricia se quedó sin habla, al ver otras de las habilidades de Orfere, adquiridas gracias a su fusión con el corazón de la bestia. Varios segmentos de cuerpo de gusano de Orfere, habían quedado casi cercenados, a penas unidos por algunas tiras de carne, y uno que otro musculo, que logró mantenerse intacto, luego de recibir los constantes golpes sónicos de Patricia. Ahora unas nuevas criaturas estaban apareciendo. Patricia no pudo evitar temblar al recordar aquellas palabras de las amenazas de la diosa, y Nydas, también estaba sintiendo su miedo. De las heridas abiertas a lo largo del enorme cuerpo de Orfere estaban emergiendo, bañadas en aquel fluido verde, demonios del tamaño de un niño humano, pero su apariencia no recordaba en nada a los seres humanos.

Eran casi 50 de esas criaturas, que en lugar de piernas, mantenían cuatro largas patas muy similares a las de los insectos. Aquellas patas emergían de un extraño abdomen que culminaba en un botón de flor. Y de la misma forma que Orfere, el botón de flor se abrió, revelando una gran flor de pétalos rojos, y del interior de aquella flor, emergió hasta la cintura, el torso de una bestia que recordaba vagamente la apariencia de un niño. Las criaturas se movieron con agilidad asombrosa, saltando grandes distancias con aquellas patas delgadas y largas. Se posicionaban en grupo de 3 alrededor de las heridas de Orfere, las mismas heridas, por las que ellos habían emergido. La primera de aquellas criaturas vomito un espeso líquido rojo, y al instante, sus hermanos empezaron a imitarlo, aquel líquido rojo cayó sobre las heridas de la diosa, y de inmediato estas empezaron a cerrarse, hasta quedar solo como cicatrices.

– ¡La están curando! – Advirtió el protegido Tobías. El joven pelirrojo, se hallaba oculto detrás de una de las gruesas columnas de aquella estancia. Aisa, su angeliza guardiana estaba a su lado. El cuello de Tobías, y la parte central de su pecho, se habían transformado en una porción transparente, muy similar al hielo. Se podían ver los huesos y algunos órganos internos del Protegido. – ¡Tiene ácido corriendo por su cuerpo, el cual sale disparado a presión, en el preciso instante en el que recibe un daño, luego esas cosas, emergen de las heridas abiertas, para regenerar el daño causado! – Tobías estaba analizando las nuevas habilidades de la diosa, mientras esperaba a que su poder se cargará por completo.

– En ese caso es una suerte que nuestras habilidades, no consistan en crear un daño físico inmediato. – Indicó Aisa. El hermoso cabello gris de la angeliza, cayó sobre su rostro, ocultando brevemente el miedo en sus ojos.

– ¡Estas lista Aisa! – Exclamo Tobías. Sus pulmones ya estaban llenos, está listo para atacar. La angeliza desplegó sus enormes alas, llenas de plumas grises, intento esbozar una sonrisa, pero Tobías se percató de su miedo.

– Estoy avergonzada, – reconoció Aisa, – tengo tanto miedo que no puedo sostener bien mi espada. – Aisa no podía mirarlo a los ojos.

Tobías coloco sus frías manos alrededor del delicado rostro de su angeliza guardiana, y antes de que ella pudiera hacer algo, el joven la beso en los labios, luego la acerco a él con un fuerte abrazo. Aisa respondió al beso abrasándolo con mayor fuerza. Después de unos momentos, Tobías se alejó de ella, y se lanzó al campo de batalla, llevando su espada de hoja transparente.

– Te protegeré a costa de mi vida. – Prometió Aisa, para sí misma. Casi como si estuviera haciendo algún tipo de trato celestial.

El protegido camino con total tranquilidad, Aisa venía detrás de él. Las criaturas de 4 patas, fijaron su atención en el protegido. La mayoría de aquellos seres, estaban más bien curiosos que preocupados. Les llamo mucho la atención ver el cuello con la piel transparente, como si se tratara de un trozo de hielo. El hueso de la columna vertebral, y algunos de los huesos de la caja torácica, eran totalmente visibles a través de la piel transparente del cuello de Tobías. A lo lejos pudo ver a Nydas sujetando a Patricia, estaban volando y atacando desde el aire, al igual que Kairos y Juliana.

Orfere observó a Tobías desde muy lejos. Cuando el protegido se percató de la mirada de la diosa, se detuvo, su angeliza guardiana, seguía a su lado. Orfere se acercó al protegido con aquel movimiento similar al de una serpiente, la diosa no tardo más de un minuto en llegar frente a Tobías.

– Me preguntaba cuando ibas a aparecer, eres el cerebro de la operación… ¿Verdad? – Le pregunto Orfere. La diosa no realizaba ningún movimiento para defenderse de los constantes ataques de Kairos y Patricia. – Kairos es definitivamente el líder, Patricia es la impulsiva, Natalia, es la dulce e inocente… pero tu Tobías, eres el más inteligente, en mi opinión, tu debías ser el líder.

– Me tiene sin cuidado lo que piense monstruo, – contestó Tobías. La piel en su cuello, y parte de su pecho, dejo de ser transparente, para adquirir una forma blanca y agrietada, como un trozo de hielo, que llevaba congelado varias décadas. – Mi poder no rasgará tu piel Orfere, conmigo estas en desventaja, y eso lo averiguaste en el bosque rojo.

– Tu poder es sin duda uno de los más enigmáticos e interesantes, pero gracias a mis sacerdotes demoniacos, Pacum y Tuira, logré averiguar, una de las debilidades principales de tu fuerza. – Reveló Orfere. Algo parecido a una grieta, se deslizo desde la mitad del cuello del protegido, hasta el centro de su pecho. Casi parecía una cortada, pero no había sangre, solo un humo frío que se veía escapando por aquella grieta.

– No hay debilidades en mi ataque, – la corrigió Tobías. – Mi hielo no se derrite, y tú lo sabes.

– Tú hielo no se derrite… mientras estés vivo. – Le contesto Orfere. La diosa le dedico una sus mejores sonrisas, con aquellos dientes increíblemente blancos.

Los conductos que conectaban los pulmones de Tobías, con la grieta abierta a lo largo de su cuello, se expandieron. Casi al instante, un torrente de aire frío y blanco, escapó por aquella grieta, aquel aire choco de lleno contra el cuerpo de gusano de Orfere. La diosa apenas se movió. Justo como Tobías lo esperaba, el ácido que recorría el cuerpo de Orfere no salió, técnicamente aquel aire congelante, no causaba una herida en la frágil piel de la diosa, y por lo tanto, el ácido no escaparía. Aquel aire congelado siguió soplando por más de 5 minutos, congelando una pequeña porción del cuerpo de la diosa. Y sin ningún aviso, el aire se detuvo.

Tobías cayó arrodillado al suelo, Aisa se colocó frente a él. La angeliza, también había formado aquella grieta a lo largo de su cuello. El frío aire hizo que la piel de gusano se volviera increíblemente blanca y dura, estaba totalmente congelada, pero el poder de Tobías no acababa ahí. A pesar de que el aire congelado ya no soplaba, la piel de la diosa seguía congelándose, como si aquel hielo tuviera una conciencia propia, el frío siguió extendiéndose, y Orfere seguía sonriendo.

– ¡Estas acabada! – Exclamo Tobías jadeando, el joven seguía arrodillado. Aisa se mantenía firme a su lado, con aquella espada de hoja transparente levantada.

– ¿Tú crees? – Le pregunto Orfere con un gesto divertido. El hielo cubrió los pétalos de la flor, por la cual emergía el torso de la diosa.

– Ella tenía razón en algo. – Comentó Aisa dirigiéndose a Tobías. La angeliza bajo su espada de hoja fría y transparente. En esta ocasión su sonrisa era sincera y libre de miedos. El hielo ya había alcanzado los grandes senos de Orfere, y seguía avanzando hacia la cara de la Diosa. – Tú debiste ser el líder, no Kairos. Estoy orgullosa de ser tu guardiana.

Una misteriosa flecha trazo su trayectoria sin obstáculos, hasta llegar al ala derecha extendida de la angeliza Aisa. La guardiana, apenas sintió la rápida perforación en su ala derecha, cuando vio la flecha ya era demasiado tarde, trato de lanzarse hacia la trayectoria del proyectil, pero ya no había forma de llegar. La flecha perforo el cuerpo de Tobías, a través de la grieta congelada que se abría en su cuello.

Ya fuera por su cuerpo perfecto, o por sus instintos de demonio, la diosa predecía los movimientos y las estrategias de sus contrincantes. – Es un fracaso… vinieron a fracasar – Reflexionó satisfecha la diosa. Su nuevo cuerpo, era en efecto el único ejercito que necesitaba. Otra extraña criatura emergió desde el interior de una de sus heridas. Su forma física recordaba vagamente a una figura femenina, protegida por una extraña armadura bañada en sangre. – ¿Que eres? – Se preguntó la diosa. La figura humanoide llevaba un gran arco que parecía confeccionado con huesos; era aquella criatura la que había perforado el cuerpo del protegido.

Observo una vez más a los protegidos y a sus ángeles guardianes, luchando una batalla perdida. Kairos, había caído al quedar rodeado por aquellas criaturas grotescas de cuatro patas; Juliana, estaba a su lado, agitando su espada desesperada, pero ella también caería. Patricia, y el muchacho de la máscara, serian los últimos en morir, desde el aire y atacando juntos, reunía cierta ventaja, pero no durarían más de una hora. Elías, y su protegida Natalia, estaban igualmente condenados, era cuestión de tiempo para que las criaturas de cuatro patas terminaran rodeándolos. – Fracaso…– repitió sonriendo. – Los humanos, están destinados al Fracaso.


Mensaje del Autor: Querido lector, espero que este pequeño extracto, sea de tu agrado. Sí ese es el caso, dejaré un enlace digital, para que accedas al contenido completo.


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