Todavía sin haber descansado de la caminata y bailables del día de San Blas, llega el día 4 de Febrero víspera de Santa Agueda, patrona del País Vasco.

¿Quién era Santa Agueda?

Era una santa Siciliana, a la cual un tirano le cortó los pechos por no acceder a sus deseos: seducirla y que adjudicara de la fe cristiana.

La tradición dice, que en esta festividad las mujeres son las que mandan. por eso se iban el día 5 de Febrero de paseo con sus amigas. En los bailes, las mujeres sacaban a los hombres a bailar y también ellas eran las que pagaban la merienda.

Yo lo recuerdo con nostalgia, la nieve seguía todavía haciendo acto de presencia en nuestras montañas y algunas veces hasta en nuestras calles.

Después de cenar nos acostábamos y, desde nuestras camas esperábamos con impaciencia el repiqueteo de los timbres, junto con los acordes del chistu y tamboril. El jolgorio en las calles era inmenso, pues el sonar de los cánticos y golpes de los makilas sobre las calles despertaban a todo el vecindario que salían a los balcones con sus batones bien abrochados para acompañar a los coros en sus cánticos.

Todos iban ataviados con sus blusones negros, boinas los chicos en sus cabezas y las chicas con sus pañuelos blancos.

Portaban una sábana blanca que la extendían debajo de las viviendas y desde los balcones se les echaba monedas o billetes sujetados por pinzas de la ropa, para cooperar al mantenimiento de la Santa Casa Misericordiosa, lugar donde estaban ingresadas las personas sin recursos. Las monjas de La Caridad con sus tocas de paloma aladas y faldas en color azul cobalto, dedicaban sus vidas a tan bello y altruista menester. También cuidaban a enfermos o personas mayores maltratados por la vida y sin hogar.

De repente, toda la calle quedaba iluminada por el resplandor de todas las luces encendidas. Podíamos contemplarnos los vecinos con los brazos extendidos, echando el dinero sobre la sábana blanca, según las posibilidades o caridad de cada individuo.

Podíamos escuchar y entonar las canciones del coro, mientras los aplausos y salutaciones de los vecinos se confundían con el frío intenso de la noche.

El coro con el repiqueteo de los makilas se iban desdibujando a través de la calle y nosotros tiritando de frío volvíamos al calor de nuestras camas, para pensar, recordar lo vivido, hasta que el dulce sueño hiciera mella en nuestras almas.

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