Es muy tarde.

Se ha extraviado mi ilusión, se me ha perdido.

¿Dónde la habré puesto?

He buscado en mis recuerdos donde he estado.

Me he detenido, me he reconfortado.

He hablado con sosiego a mis oídos:

Tranquilo, la encontrarás,

cuando menos lo esperes aparecerá,

sonriendo por la broma,

que seguro que perdonas.

No se disculpará, hablará con ironía:

“¿me esperabas?”.

Toma tiempo, no respondas.

Esquivará tu mirada.

Con su burla por la espera,

descendido sus ojos hasta el suelo,

escondidos, como roedor escurridizo,

para no encontrarse con los tuyos,

húmedos aún,

de ventana de caducada transparencia,

salpicadas de las lluvias del otoño,

de las muchas estaciones.

De las gotas que no vieron el cristal,

como lágrimas de intemperie,

que al rodar arrastran otras,

animándolas que caigan,

qué es un juego divertido.

Y yo aún,

con el pecho repletos de chasquidos, huecos,

veloces, rítmicos, intuitivos,

apartaré las canas de mi frente,

como telón descolorido.

Colección de agujeros polvorientos,

sin aplausos,

atascado en la última obra, última escena, última espera.

En un monólogo silente.

Sólo muecas de crispadas comisuras, espumosas,

sin salitre, sin azul, sin horizonte.

Y mi voz que me traiciona, se me escapa,

con el tono agradecido que no quiero.

Esperando que aparezca mi sonrisa envilecida,

temerosa, aturdida.

Dibujándose en mi rostro el «no me dejes»,

suplicante,

sin la mínima vergüenza,

sin ningún pudor, ¿quién lo diría?

Y las manos sin hacer nada, quietas.

Sin cubrir la boca cobarde, mentirosa.

¡Con qué poco estalló aquel silencio!,

se fugaron las palabras bochornosas.

Y yo,

quedo nuevamente a la merced,

de la ilusión,

no sé qué tiempo.

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