Hacía tanto calor que sentía mi cabeza caerse por la espalda, los pelos tirados de la nuca hacia el piso estaban jalando de mí hacia el asfalto; hacía calor ese día, cómo no, hacía calor. Mucho.

No circulaba el aire en su natural ubicuidad, permanecía estancado en algún rincón cerrado sin ventanas y de allí no iba a parar a ningún sitio, pues estaba estancado. No obstante, yo pasaba y en mi imperante necesidad por el resuello estaba obligado a tomarlo de su quiescencia viciada, casi robándolo. Después de todo, hacía calor ese día, sí, mucho.

Fue así como se dieron las cosas, así las recuerdo yo, puede, incluso así, estar todo equivocado, pues hacía calor y el calor embota y propende a la alucinación, además del espejismo que es una maravillosa manera de desvarío. Así pues, hacía calor ese día, mucho.

Todavía sufro las consecuencias de ello; oh, sí, ¡cómo las sufro! Pues estaba descalzo en aquella bocacalle y tenía que parar al primer auto que apareciera para escapar de allí, pero ninguno pasó, tampoco particulares, mucho menos personas, pero esto es normal ya que hacía calor ese día. Mucho.

De esta manera me arrastraba entre el asfalto. A veces, creo que hubo pasado, un conjunto de nubes aparecía y, en su movimiento lento, pues no había viento, eclipsaba al sol hasta el final de la bocacalle, pero esa parte yacía frente mío y yo estaba descalzo. Entonces, tendría que cruzar a la vereda de enfrente y pisar la calzada llena de desniveles y baches que, reventados por el sol, resultaban muy hirientes a mis pies, sin contar los cientos de fragmentos minúsculos esparcidos por todo el lugar, éstos visibles por el sol, ya que brillaban irisadamente en todo momento. Es por eso que no pude hacerlo, no señor, ya haber calculado mal un paso en mi camino uniforme y liso hizo que pisara por encima de un guijarro que, aunque ovoide y benigno, me hizo estremecer y levantar la cabeza tan caída hacía atrás que traía. Todo ello no me generó más que insatisfacción y dolor, por no agregar que nuevamente mi rostro dio de lleno con el sol y por ello tuve que detenerme unos minutos, puesto que había quedado deslumbrado. Debido a ello era, por demás, muy importante estar atento sobre adónde se dirigía si no se quería volver a tropezar y levantar cabeza, pues se repetiría el proceso, había que parar forzosamente. Fue en ese momento de espera donde olí por primera vez el aire viciado, no porque estuviese estancado, sino porque era yo el que se veía detenido. Pero poco importó, porque cuando se ha llegado a tal punto de inconveniencia sumarle un impedimento más es sólo facilitar el curso natural de las cosas, así, después de aprehender todas estas vicisitudes, vendrían tiempos mejores, sí, sin duda mejores que éstos, con mejores vientos, pero ello ocurriría después y es por eso que, para que ocurra, tenía que discurrir la bocacalle lo más pronto posible, tanto más que más pronto posible. Es por eso que me puse feliz al hacerlo, pese a que hiciese calor, bastante calor. Mucho.

Sin embargo, nada de ello importaba realmente, pues tras la bocacalle se encontraba la avenida principal, lo que es muy natural. Eso tendría que haberlo sabido, y no lo sabía, pues no pensaba con claridad, hacía calor. Era como si hubiese estado oculto de todos y todo, porque cuando emergí, dado que hasta entonces parecía estar sordo, me golpearon de todas las direcciones las bocinas de los autos detenidos. Todos estaban muy cansados como para gritar, tanto que no oprimían las bocinas, sino dejaban sus cabezas durmiendo al volante y por eso el ruido se elevaba letárgico y se le podía añadir como cualquier otro sonido ambiental, como uno inherente a la avenida. Sin duda no se podría despertar a estos señores aunque se quisiera, lo más sensato era buscar a uno consciente, pero el reflejo meridiano de los parabrisas impedía cualquier visión a dos vehículos de distancia. No obstante, las cosas habían transcurrido y seguían sucediendo, de tal forma que a cada instante los malos tiempos eran dejados atrás para dar paso a otros, aunque inciertos, abiertos a nuevas posibilidades. Poco importaba ahora tener los sesos sancochados y respirar aire viciado. Ahora sólo quedaba buscar un vehículo vacío y que quiera cargar con un descalzo.

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