EL OBSERVADOR

Cándido e imperceptible, sentado en un rincón de la casa desde donde observa todos los movimientos que sus borrosos ojos reflejan.

Su silencio apenas molesta. Ya nadie recuerda su voz, solo sus gestos insinúan, si necesita algo.

La última vez lo olvidaron y fue tal el susto de la trabajadora doméstica al encontrarlo de frente, que lo confundió con un fantasma, el grito que pegó despertó a todos….incluyéndolo a él.

La casa se pasea entre sus brisas repentinas. Se siente a veces el olor de mar, aquel que se vislumbra en la distancia. Las cortinas vuelan coquetas besando suavemente el piso floreado, cerámicas con ancestral acento español.

Huele a café, el vapor se cuela lentamente inundando toda la casa, sale hasta el patio desde donde una voz vecina aúlla sus deseos de integrarse a la pócima negra que se derrama ya en el piso.

Entran y salen constantemente. Afán de esclavos que se apresuran al trabajo y de niños empolvorados rezongando, zombis obligados a ir a la escuela…ardor de encontrar una luz que aun buscan los mayores.

Nada cambia, piensa, una rutina constante e infinita. Ansias inagotables de ser “alguien”. Todo es tan pasajero y perenne. Heme aquí, todavía en el camino. Apenas adivinan lo que quiero. No ven al mosquito que cada tarde viene a picarme, ni a los amigos que a veces convida al manjar.

No siento nada, me está comiendo vivo la vida y yo impotente y espantado soy el espectador de mi propia “expectración”. Se desintegra mi humanidad dejando íntegra mi conciencia. Quién hubiese quedado atrás! De un solo golpe, rápido! Saber que aquel afán baldío de eternidad conlleva a una agonía lenta y muda…solitaria e indeleble.

El flamboyán se ha metido hasta la casa. Sus flores rojas apenas derraman un aroma casi imperceptible. Me da alegría este carnaval que se posa a mis pies. La sombra hace más oscura a esta jaula. Que suave el ramillete que roza un segundo mi rostro, me cura de las heridas punzantes de los dípteros vespertinos.

Ya regresan cansados, a veces ni me miran. Ya se olvidaron de los cuentos nocturnos que apaciguaban sus temores. De mis abrazos redentores y sinceros. De aquellos besos tan amados y sentidos. Ahora solo buscan en la mesa algún manjar complaciente, que sacie sus novedosas ansias de deseo.

De los otros ya resigné la esperanza. Sus afanes mayores de mantener el equilibrio en armonía los ha lanzado a ese abismo trepidante por salvarse, por acurrucarse uno al otro en un consuelo que apenas quema su cama…hasta las ansias mueren.

Soy un objeto más de esta casa. Menos que la lámpara que da luz, o la silla que sienta, o la olla que alimenta. Menos que la almohada y la cobija, o que el vaso que sacia, o la tibia ventana del mediodía. No sirvo para nada, ni siquiera para quitarme del medio, estorbo! Ya lo sé! Pero cómo quieren que se los diga? Si no puedo!! No ven mis ojos hablarles? No escuchan mis gemidos inagotables? No! Yo sé que no ven nada. Ni aquella

lagrima solitaria que lentamente escurre todas las tardes mi nariz.

Los murmullos flotan por las paredes. Susurran inquietos cual rosarios en desorden. No recuerdo en qué momento me hice molestia. Fue todo tan lento que apenas se entera uno cuando está dentro. Si alguien se apiadase de mí, entendería cuanto ansío por llegar a la cima de aquella nube. Por salir volando libre por la ventana o bajar las escaleras que conducen a la puerta principal.

Abuelo! Porque no nos cuentas un cuento?…..

Salud! Mínimo caminero

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