MI DIARIO: LA MADRE

Lágrimas de dolor se miraba correr por sus mejillas, hasta el punto de, con ellas, germinar la tierra.

Hincada, al Cristo de la misericordia, pedía cambiar su suerte. Su cuerpo negaba el llanto frente a los hijos, pero el dolor del corazón se fue haciendo inmenso.

¡Padecía, sin duda! Y del sangrante crucifijo, no brotaba respuesta alguna.

El hermoso color de los días, el cual pintaba en el firmamento radiante belleza, en el iris de sus pupilas se hizo tenue, diluyéndose más allá de un horizonte estéril.

Me negaba a comprender su llanto. A mi corta edad, la vida florecía iridiscente y la magnitud del orbe se extendía en el horizonte

Admiré su valentía, que por lunas jamás feneció. No obstante, el yugo maldito del machismo, que desde el tálamo cercenaba su garganta.

El tiempo pasó, mi alma se hizo grande y pude entender. Que las lágrimas de una madre nunca brotan, las absorbe el alma, formando con ellas diadema de brillantes colores, quedando incrustadas por siempre, en el iris de sus pequeños.

Recordarla, hace que mi corazón se achique.

Bajo la luz penetrante de la luna roja, luna de sangre, la miré sentada sobre una piedra en el jardín encantado. Estaba ahí, observando el firmamento. ¡Como aquellos días, como aquellas horas! A su lado, mi hermoso gato blanco y revoloteando en círculos, un tanto inquieta, la Mirla y su enigmático plumaje.

El pañolón terciado en su garganta, cubría igual, su blanco cabello y parte del rostro. La falda larga rozaba la hojarasca y de su blusa amarilla, brotaban diminutas mariposas.

¡El intelecto engaña la razón, pero el alma jamás el corazón!

La soñaba lejos, muy lejos, más allá de la refulgente estrella. Pero no, está aquí, cerca del terruño, cerca del alma. Donde sembró su historia, donde derramó su sangre.

* Imagen: Desconozco la fuente.

Luz Marina Méndez Carrillo/02022020/ Derechos de autor, reservados.

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