Memoria en Taza

Memoria en Taza

Dae

01/02/2020

Yo vengo de la época en que las abuelas usaban delantal hasta para dormir. Todavía me parece ver a la nona limpiándose las manos presurosa en el suyo mientras nos ordenaba hacer silencio y corría a la entrada de la quinta a recibir las visitas.

Era de esas viejitas lindas, como de porcelana, con sus mejillas regordetas y teñidas de frambuesa, que sabían cocinar lo que sea y se conocían mil trucos.

Y si, que también te enchufaban un té con cualquier excusa.

Que si estabas nerviosa, uno de tilo. Que si las malas notas en el colegio no caían bien a la hora de la tallarinada, tres de boldo: dos para cada padre y uno para el hijo acusado en cuestión.

¿Náuseas inexplicables? Té de Jengibre. Daba igual si tenían explicación o si la afección era ni remotamente similar; también te hacía tomar uno.

A la fecha sospecho que tenía de esa infusión hasta el hartazgo y no sabía a quién más convidársela.


¡Cuántas cosas sabía la bobe! Era la Biblioteca Popular de mis curiosos 5 años. Todo tenía respuesta.

Para todo había solución y no había invierno que no llevara orgullosa al colegio un chaleco de mil colores tejido por ella.

Se disfrazó de felicidad en las hambrunas más severas, no había mate cocido que no hiciera ver como el mejor plato en el mejor restaurant.

Mi viejita siempre me respondió.

¿Por qué esa vez no?

Le dije como 3 veces que me dolía el corazón, pero no me corrió con ningún té.

Le pedí el secreto para dejar de estar tan triste, pero no me contó ninguna receta.

Le dije que era un invierno muy crudo, pero mis hombros cargaban el saco más negro antes visto.

Pasando el tiempo escribí:


Abuela, vos que todo lo sabías, no probaste el mejor té de todos, el más agradable y cálido, porque me lo guardé para mí.

Te amo.




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