A través de los labios cerrados, el sabor terroso de la sangre coagulando se mezcla con la textura grasosa del lápiz labial y se disuelve en el espesor de la saliva. La lengua hinchada juega a descubrir las nuevas irregularidades del diente recién roto. En medio de ese juego de nuevas sensaciones; diente, lengua, labio, sangre, saliva… y un desfile infinito de palabras que se mantienen como rehenes dentro de la boca cerrada.

Son muchas, millones, infinitas. Agolpadas, intentan sostenerse aferrándose a las papilas de la lengua, mientras otras tantas mueren ahogadas en la garganta tras cada trago grueso que se desliza tráquea abajo.

Afuera: raspón en la mejilla, ojo casi cerrado por la hinchazón , rasguño, lágrima. Combinando en perfecta sincronía con el interior de la boca.

A través del oído penetran los sonidos y se cuelan por las distintas cavidades. Es así como las palabras no solo se escuchan, también se huelen y se sienten. Primero fueron gritos, amenazas, insultos, fétidos y amargos. Ahora, después del fragor de la batalla, se escuchan lamentos, ruegos, disculpas. Todas espesas y agridulces.

La boca permanece cerrada mientras corazón y cerebro siguen enviando palabras que se agolpan como si estuviesen en la rampa de salida de un maratón. Listos para la partida se entremezclan insultos, excusas, adjetivos, razones. Todas esperan la más pequeña rendija de luz entre los labios carnosos para ganar la carrera y volverse sonido.

Oscuridad, expectativa, silencio… Afuera también cesan los clamores y una pausa prolongada evidencia que pronto habrá algo que decir.

Laura toma aire, y tras una bocanada, la peor de las palabras aprovecha la ocasión para abrirse paso, tramposa, arbitraria. Y como una puñalada, un suicidio prepagado, ardiente y nauseabundo, revienta las entrañas del silencio.

-Te perdono, Gabriel, te perdono…


URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS