Desamorados (y desencuentros)

Desamorados (y desencuentros)

Desamorados (y desencuentros)


Desamorados -Tango-

No nos libró el amor de nuestras penas.

Ilusos fuimos al creerlo. Sin prisa

llegó el llanto y se acabó la risa.

Tristes, sonámbulos, por Balvanera

deambulamos por las rotas veredas

mientras el frío ardía las mejillas.

Las ilusiones por la alcantarilla

corrieron agua abajo como arena

negra y se nos vació completa el alma.

Cargamos nuestra cruz con sacrificio,

se nos abrió el costado y amarga

brotó la sangre como un maleficio.

De nuestro amor no quedó nada, ¡nada!

y cada uno a su tiempo se maldijo.

…..

………………….


Besos de barro -Tango-

Besos de barro en los labios tiesos

de una mujer que no sabe de amores.

En la lengua quedan los sinsabores

del ron, del cigarrillo y de los cuerpos.

Sudor rancio, el último recuerdo,

y entre las piernas algunos dolores;

pasta de luna y de mustias flores

exangüe se refleja en el espejo

luego del ajetreo en el camastro.

Cuenta los mangos que nunca le alcanzan

pero le sobran golpes de los machos

que eyaculan sus odios a sus anchas.

Nunca tuvo amor, tan sólo fracasos,

y hace mucho que murió su esperanza.

…………

……………………..

Sin laburo -Tango-

Sabés hermano, el lunes,/

me echaron del laburo,/

me dieron unos pesos/

¡ni gracias me dijeron!/

Me echaron y llorando/

volvía para mí casa,/

triste por mis hijos,/

cansado, sin aliento./

Yo soy un hombre pobre/

que mucho ha trabajado,/

mantener el hogar,/

la escuela de los chicos,/

el hambre muchas veces/

me tuvo maltratado,/

y ahora me han echado/

y yo tengo tres hijos./

Un mate muy lavado,/

un plato de fideos,/

a veces yo no tuve/

ni un pedazo de pan,/

y ahora me han echado,/

me dieron unos pesos,/

y yo tengo tres pibes/

¡y ganas de llorar!/

……………….

……………….

Desamorados (II – Tango canción)

Solos.

Bajo la triste lluvia.

Solos.

Grises.

Y uno piensa en el último humo

de ese flaco cigarro, el del adiós,

el humo que ascendió dibujando

la serpentina triste de la sombra

en nuestros melancólicos rostros.

No nos dijimos nada. Acaso ¿qué diríamos?

No había nada entre nosotros,

tan solo la morisqueta del humo del adiós

en el cielo gris y luego la lluvia silenciosa

cayendo suavemente hasta empaparnos.

Nada fue hermoso. No pudo serlo.

Y si lo alguna vez lo fue se marchitó,

mustio corazón de madrugada,

latiendo porque sí, por obstinado.

Lo sé, siempre lo supe y creo que vos

no fuiste ajena. Dejamos el amor a la deriva,

vaya a saber dónde atracó desorientado.

Vaya a saber dónde lo abandonamos

y de qué modo no quisimos salvarlo

del hastío de quejas y penurias,

de cotidianas caricias por puro compromiso.

Las manos se acostumbran a mentir las caricias,

no ascienden por los muslos hasta el pubis

y encienden los voluptuosos abrazos y los besos ardientes

que los amantes se prodigan satisfechos.

Todo fue un error imperdonable.

Ahora pienso en los ocasos. En todos los ocasos

que tuvimos y el calor de nuestros cuerpos abrazados.

A lo lejos, las nubes, como extrañas islas

de pálidos colores esperando inútilmente

ese momento espléndido de tu cuerpo y el mío juntos,

cálidos, eléctricos, sensuales.

Vos te fuiste de mí y yo de vos,

y olvidamos los nombres verdaderos

nombrándonos extraños; los rostros tras las máscara

de pálido papel maché y ojeras negras,

nos quedó el alma apenas de tosco cotillón

en el frágil naufragio de la noche

cuando la luna apagó su luz por tanta pena.

Ahora tengo sólo esta melancolía.

Tu nombre me resultan extraño,

sabor amargo en mi boca al pronunciarlo.

La cadencia de tu voz acude desde un lugar lejano

pero ya no me recuerda las palabras amables,

los susurros sensuales ni la lectura serena

de versos aprendidos en las madrugadas

beso a beso entre las cálidas sábanas de hilo.

Cada vez que te evoco vuelve el silencio donde mis palabras.

A veces me responde el vago canto de un grillo

que sigue de largo para no consolarme

porque así, desamorado, no vale la pena.

La gente pasa a mi lado indiferente

y deja su risa de falso carnaval como limosna.

Ya no me queda nada, nada,

sólo la ausencia de amor, insoportable.

……………….

……………….

Canción del fin de Buenos Aires

En el siglo veintitanto


Todo se habrá terminado para entonces.

Buenos Aires será un brumoso recuerdo.

Volverá a ser el barro donde fue muerto

Telomian Condie con sus bravas legiones.

Todo lo que fue se llevará el viento,

odios, amores, llantos e ilusiones.

Todas y cada una de las emociones

se perderán para siempre en el tiempo.

Pero en los calmos arrabales del cielo,

tordos negrozules y ágiles gorriones

alegrarán el paisaje con sus vuelos,

y en el misterio de una noche de ensueños,

el responso de los roncos bandoneones

recordará que el tango es lo único eterno.

…………..

………………………….

A María del Carmen

–0–

Nos enamoramos. Las caricias furtivas,
los etéreos besos en las cálidas noches
de luna llena, las impúdicas delicias,
los abrazos, uno en el otro sin reproches.

Nuestros cuerpos humedecidos de emociones,
esa manera apasionada de la dicha
que compartimos. Los enigmas e ilusiones,
todo nos pertenece, todo, cada día.

En el sigilo del espejo nuestras almas
adquieren la falsa ilusión de lo perfecto;
viperino embrujo que, como a Adán y Eva,

nos incita a morder la jugosa manzana,
(el fruto prohibido con todos sus secretos),
así nuestro erótico pecado se renueva.

–0–

He vuelto

He vuelvo hombre para ver el camino

por donde anduve cuando fui apenas niño.

Miro hacia atrás y no reconozco nada,

apenas sombras de la vida pasada

que vienen y van sin preciso destino.

Todo lo que tuvo vida está muerto,

todo lo que fue vital es hoy desierto.

El amor urdido en noches serenas

se ha esfumado ligero como la niebla

matutina. De lo que fue nuestro sueño

quedó un delicado polvo de cenizas.

Nadie sabrá de nuestros besos y caricias

ni de todos nuestros versos recitados

bajo la luna y el cielo estrellado

cuando el rocío suave, la tibia brisa

y la música estridente de los grillos,

arrullaron nuestras noches de amoríos.

Solo me queda el dolor de la nostalgia,

angustia de saber que no ha de volver nada

de todo aquello que juntos compartimos.

–0–

En mi sueño repliqué tu sueño,
espacio y tiempo de un modo enamorado,
asombro piel a piel y espacio de caricias
que fue nuestro idioma inesperado.

Ahora, balbuceo tu nombre y te recorro,
halago de la carne enlunecida,
coágulo de besos en los labios
y en la crisálida lengua
solo palabras de amor y de alegría.

Tanta pasión de músculos y nervios
fue la rima en sudor, en dicha y en abrazos.
La sangre alborotada fluyó por nuestras venas
al tocarse uno al otro confundidos
en el fragante crepúsculo del sexo.

Y así, sin más, siendo los dos sencillas risas
creímos tocar el cielo con las manos.
Es que en mi sueño repliqué tu sueño
y quedamos en el mismo puerto
para siempre dulcemente amarrados.

…………………………………………………..

Nicoletta Tomas Caravia, pintora española nacida en Valencia.

A vos cosido

A María del Carmen

1

A vos cosido.
Mi pulmón al tuyo, oxígeno a oxígeno
y en cada molécula tu humana sustancia
se respira de cielo, de acantilado viento,
de brisa sublime y púrpura hematocrito
cálido y punzante.
Mi esternón al tuyo, por el pecho tu blondo
hueso exacto al mío ronco, esmerilado,
curvo de tos de aquel tabaco negro
que inundó los alvéolos desfachatadamente.
Vena por vena, una gota de sangre suficiente
rondando como el rubí de noche
en el diamantino cielo arrabalero.
Y cada arteria, en los dormitorios de sístoles
y diástoles, a cataratas de sangre con destino
de lengua alucinante, para decirnos en besos
lo que en palabras apenas es murmullo
de corderos que dejan los sueños en pedazos.
Tengo en vos multicolores tejidos
maniatados en estrujados racimos insolentes,
irremediable hígado embriagado en el elixir
de un estremecimiento, en la hemoglobínica
bocanada de azúcares y encantos que el ir y venir
uno dentro del otro unge en el torrente del deseo
toda pasión en la química humana del enamoramiento.
En cada pliegue de nuestros estómagos,
surge la arquitectura de la enzima de lirios y gemidos
y el diminuto roció de una angustia
que no se sabe bien de dónde surge. Mi húmedo
y tembloroso píloro reconoce en tu crepuscular mucosa
unas fiebres de almendras, unas hiervas de lenguas
insistentes que cosquillean como una espiga traslúcida
el instante de amor entre la multitud de almohadas
y de sábanas rojas. Tengo en mí tu definitiva cadera,
ancha de ternura, pálida música y aceites, tu cintura
desembocada en la mía, alterada la fauna de la piel
a cada empuje de un sexo en el otro.
La bacanal de las caderas a tu vientre núbil,
a los muslos en la miel invisible alrededor de ellas,
bailando, ¡bailando! en una gota de piel
la fruta viva del ahogado gemido en la garganta.
Subo a los ademanes de tu ombligo,
vuelvo al pecíolo de tus senos, a la piel enlunecida
y al delicioso enigma del botón de tus pezones contra mi pecho de hombre.
Cosido a vos, en la bujía planetaria de tus ojos,
en las bocas mordiendo la manzana de siempre,
la misma gula de Adán y Eva de cuando fue el comienzo,
recitando la madeja de amor, de amor en la anatomía de los labios,
describiendo en tinta y sangre la expresión de los rostros,
el azulejo reflejo de la misma saliva de una boca a la otra,
desesperada burbuja de aguardiente del apasionamiento.

2

Cosido a vos, por el paisaje. Entre la muchedumbre,
de la mano, corren las sombras por su propio eclipse,
van donde la calle rompe su cabeza contra el muro.
Y sin embargo vos y yo no tenemos miedo. Así estamos,
de la mano en nuestra propia luna, lentos de muslos,
de rodillas hartas de subir escaleras infinitas a ningún balcón,
entre el óxido blanco a la orilla crujiente del viento,
en el sonámbulo asfalto que extiende su rubor
manchado por el agua de las alcantarillas. Decanta la ciudad
su rumor de hombres y mujeres abandonados. Solitarios,
subterráneos, olvidados, van del alcohol al tabaco
en falsa escuadra sin una sola flor, llenos de grietas.
Y vos y yo vamos cosidos en abrazos por detrás de la arboleda
donde ¡un cielo! ¡un cielo! agoniza de tarde en la fosfórica noche
de los gatos en celo. Desfilan pedazos de historias
que ya no tienen nadie que las recuerde. Pálidas y ojerizas,
son papiros amarillos y exangües que lucen sus máscaras de afiche
y sus tumorosas ojeras de cenizas. Aquellos que le muerden las orillas
son niños de nadie, manadas de niños impúdicamente abandonados
a la jauría del porteñísimo barro de un tango que baila solitario
sobre todos los muertos de frío y hambre que se ha cobrado el paco.

3

Cosido a vos por los dientes. Por nuestras pequeñas calaveras.
Íntimas osamentas fermentadas de amores. En el hueco de las órbitas
reposa un insomnio con forma definitiva de paloma. Sueña cáscaras
de lunas y canta la porción exacta de un tango de Pichuco. Mil palomas
no duermen desde entonces. Esperan. Esperan esperanzas. Esperan paredón y después.
Hacen esos sonidos de aljibe disecado y libran un escalofrío a cuatro vientos.
Dejan ladrar su eterno hambre a los perros de dientes amarillos,
famélicos perros que tocan a la puerta de la iglesia muerta
y no reciben nada a cambio, ni un violento escarmiento en sus hocicos.

4

Cosidos, los dos, de ojos abiertos, en las pupilas latiendo la lágrima de luz,
de ilesa luz, de sorda luz que nos descubre más íntimos que nunca.
Desnudados de dolor, tan desvestidos en el naufragio de la fruta prohibida,
de tu lengua en carne viva el jugo de la vida recién caído del cielo,
gotas de ambrosía para comer, bañarnos en ella y ungir así nuestros cuerpos de deseos.

5

Cosido a vos, arrinconado a la sombra en esquelética
luz corriente arriba, sin sosiego la sombra,
nadie puede cortar las ataduras. Por el ojo de la aguja
pasa nuestro amor al lomo del camélido de oro en el desierto
y nadie puede cortar nuestras suturas. ¡Es puro amor a pura puntada!
Dejaremos que esta congregación de sueños llegue a nosotros
latiendo azul, a veces, latiendo roja en el paño de nube
que cubre la anatomía de nuestros cuerpos desvestidos
de toda vanidad, de toda envidia. Tan solo amor, de eso se trata.
Amor. Amor. Cosido a vos mujer del primer cielo,
en un sin fin de paraíso allí donde crece la fruta de los encantamientos.

****

Desencuentro

Fue en esa noche de pálidos espejos,
de anhelos que no tenían un mañana,
que difuntos compartimos nuestro sueño
bebiendo del cáliz de la desesperanza.

En silencio pactamos nuestro cautiverio.
Sincero enigma del beso sin palabras
que dejó en los dulces labios sus misterios
y en los ojos el agua de las lágrimas.

Amanecimos uno al lado del otro,
pobres náufragos en su mortaja blanca
a la deriva en la espuma del otoño.

Nuestra tumba un cálice en la greda helada,
nuestra cruz el retoño de un madero rojo,
nuestro epitafio una palabra errada. 15/02/2021
Achupallas

Desencuentro (II)

Otoños de luna en desventuradas horas,
el cielo es una desmesura azul.
La noche lucha su estrellado albedrío
y el crespón negro de una nube de luto
cae con el perfumado peso del helado rocío.
Seco como una gota de desierto
acecho la sombra esquiva de un pedazo de tango.
En el macilento verso del poeta
la música surge de un apocado movimiento
y a su sonido late mi corazón, atroz equívoco.
Tanta melancolía a cada lado del espejo duele,
es el despiadado instante de un amor
para el que no habrá más tiempo.
Una lágrima, ningún remordimiento,
la conjura del sueño y el sutil roce
del último adiós entre los labios.

Eduardo Mariano Lualdi
21/02/2021
Achupallas, Bs. As.

Desencuentro (III)

Tu soledad, mi soledad,
en el ocaso del reloj de arena de la vida,
es el instante despiadado
sin principio ni fin, sin acertijo.
Los dos, una cruel insinuación,
un equívoco, un espejismo de la memoria
donde perduran caricias que desaparecieron
hace demasiado tiempo.
Todo lo que en verdad queda desde entonces
es la agónica cáscara de un beso.
Tus labios, labios de humo,
hebras negras esparcidos por el viento
como una flor sesgada, dejan oír
tu voz reseca en sílabas de despedida.
En cambio en mis labios,
la mueca de un sombra,
malos labios de besos aturdidos
que desde el subsuelo de los ataúdes
toca los anclajes inútiles de las promesas
que jamás fueron cumplidas.
Tu soledad, mi soledad, en fin,
triste tatuaje en el que aún se palpa el dolor
de la peor herida, tocan al unísono
el fondo de un tumba en el que no cabe
esperanza de amor de ninguna manera.

Eduardo Mariano Lualdi
23/02/2021
Achupallas, Buenos Aires

***

Mujer, me quedaré a tu lado y en tu mortaja
envolveré mi cabeza hasta quedar dormido.
Bajo la misma tierra y el mismo crucifijo
me quedaré en silencio contemplándote en calma.

No buscaré tus labios, no esperaré tus besos,
mis ojos no buscarán tu cansada mirada.
No esperaré tus versos como en cada mañana
y para no desvelarte no alzaré mi rezo.

Amaré el despojo de tus alunados huesos,
flor de marfil y sutil sustancia nacarada.
Tu anochecida piel será el secreto misterio

de yacer nuestro amor en la tierra soleada.
Uno al lado del otro en completo silencio
disfrutaremos muertos nuestra eterna morada.

***

Melancolía gris, pura tristeza, así es
el extraño encanto del misterioso recuerdo
de tu rostro de ensueño. Hipnóticos espejos
en sus abismos conservan tu imagen y tal vez

hasta el rumor bermejo de tus cálidos besos.
En cambio yo padezco el vacío de tu ausencia.
Espero sin consuelo tu mágica presencia
y como no regresas, vencido me sumerjo

en el helado lecho de la desesperanza.
Muero. Muero de amor como muere el crepúsculo
dorado ante la noche cuando la luna alcanza

su frío y blanco brillo de límpido cristal.
Palpo mi oscura tumba, mi último refugio
y espero silencioso mi momento fatal.

Eduardo Mariano Lualdi
6/03/2021 Achupallas, Buenos Aires

Desencuentro IV

Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
“El amenazado”, Jorge Luis Borges

Ya no escucho tu voz, se ha silenciado,
su eco, fugaz instante de un cristal
inesperado, llega en la tenue sal
del viento del sudeste acantilado

y reposa en mi piel como caricia.
Suerte de talismanes si en las manos
tu núbil ansiedad es la delicia
que guardo con amor, ensimismado,

para no padecer enamorado.
De aquella dicha no ha quedado nada,
ni siquiera el recuerdo atesorado

ni tampoco el suspenso del destino.
Apenas un rumor de lo pasado,
un intento de amor que se ha extinguido.

Eduardo Mariano Lualdi
12/03/2021
Achupallas. Buenos Aires

***

En la mañana, cuando el sol de almendrada luz
descubre la forma sutil de tu belleza, te adivino
y me asombro a tu lado como una gota de tiempo
que rueda pequeña entre tus pliegues. Suspiro.
Es tu suave perfume el que asciende vivísimo
hasta mí y persiste tu gracia como una larga caricia.
No hay lugar a la ausencia ni a las sombras
cuando luces terrestre como la roja flor de lis
que arde en el húmedo crepúsculo cuerpo a cuerpo.
Sustancia del amor, abrazo transparente,
dos espigas de viento que se tocan latientes
y se funden en la guarida de los besos
boca a boca. Los corazones alean silenciosos,
urden en el alma sus propias emociones
y echan un revuelo de pasiones. Tañen
las palabras temblando fugaces las promesas
y dicen de las flores y las lágrimas que compartimos.
Te adivino. Me asombro. Te descubro día a día.
Eres, amor mío, la luz sensual que me ilumina.

***

Desencuentro V

Suena
suena
tu voz
al último
de los cristales
de la monumental vitrina de la luna
cóncava y purísima de plata

suena suena
chilla
de a tragos
y el reloj marca la justa hora
pero nadie oye el crujir de la llama
en el pélvico horizonte roto

cae la pequeña luz a la tarde
y, tras ella, el ruido de un papel
que suda un verso inexplicable
extinguiéndose en el crepúsculo
humeante
naranja y azul
humeante
y rueda hasta ponerse de pie
en el momento justo de la noche

suena
suena
tu voz
plural
que pasa por la rueca
de los vientos
en su multitud de giros
que gruñen como un sapo
al que le tuesta la piel
una llamita de relámpago
y en el hilado
un final, última hebra
del vestido núbil
de vos, escuálida muchacha,
que aún esperas el retrato
de un amado que ha muerto
entre sus propias venas
como una pequeña semilla
roja y negra
sin ninguna fuerza,
apenas un papelucho
fúnebre flotando en aire
caliente de la muerte

suena
suena
tu voz
el coágulo en la lengua
y la palabra que arroja
su equívoca sepultura
en la fragosa procesión
ya sin cabeza
en medio de un tormentoso
escalofrío

suena
suena
tu vos

pero ya nadie la escucha

Desencuentro VI

Deja de oír ese sonido roto,
gota de verbo impronunciable.
Escucha mi palabra blanca.
Deja los miedos en el espacio remoto
donde marchitan los olvidos.
Sin la mortaja de las horas pasadas
observa lo que suena a la distancia
donde la luz vibra brumosa en el recuerdo
o en el acertijo huraño de un espejo.
Espera núbil que mi sueño te sorprenda,
alumbre tu piel, anuncie su crisálida
de cálidas espumas y te otorgue
el amor en su centella nueva donde ayer no cabía
sino el desasosiego de una sombra extraña.
En la fresca orilla de tu cuerpo sumérgete celeste
lágrima a lágrima y apenas mi cristal humano
te perciba, ríndete en paz y esperanzada.
Luego, entre besos, sobrevendrá el olvido.
En la amnesia de los cuerpos perdurará el encanto
y dormiremos abrazados, eternamente juntos.

*****

Humo de amor enajenado,
humo indeciso entre un cuerpo y el otro,
vapor doliente. Súbita fuerza del pacto
que amoroso rodea tu presencia
de anhelos sin angustias.
En los labios tizne rojo,
púrpura, beso de sangre
y en la lengua verbo roto,
casi palabra apenas dicha
alguna vez entre suspiros.
Luego, hálito azul subiendo a mi mejilla
hasta la crisálida negra de los ojos
y bajo los párpados pintados
sombras de una pálido afiche
en la pared blanca de una siesta
que no sabe de viejos sufrimientos.
Deja tu aliento en el mío,
déjalo sin suplicio, compañera,
que en su calor y en su humedad
gotas de amor como cristal de agua
estamparán te quiero eternamente.
Siembra un augurio en esa arruga rosa
de las almas y déjalo ascender
en la osamenta gris de mis recuerdos.
Ama en tu vuelo, ave y arcilla
del divino aliento, joya de espuma
que enamorada sube a la nube rosa
que la ampara y suelta tu núbil
néctar entre la pulpa roja de mis pliegues
que te abrazan por siempre enamorados.

*****

Desencuentros VII

Mujer:
Esperar al amor en incierto camino,
empeñando la vista hasta el ocaso,
es cosa de los sueños que no fueron
y ya no serán de modo alguno.
Tú bien lo sabes aunque calles,
es mejor penetrar hasta el olvido
y que el destino fluya como un sencillo aroma.
El tiempo es un ligero felino
que corre como espejo inagotable
en toda dirección humana.
Puede alucinarse en él lo que se quiera
más siempre su verdad es inapelable.
Reflejará el alma en su crítica esencia,
desnudos de razón y sentimientos.
De él nunca llegará un alivio,
el tiempo si es remedio es por condena,
y entonces el dolor, augurio maldecido,
llegará de modo inesperado
y quedará asido en el costado
por donde sangra la vida sus enigmas.
Ya no hay remedio a mí desesperanza
y tampoco a la tuya, lo sabemos,
tal vez no lo hubo nunca, nunca,
y todo fue un engaño, un sortilegio
de las calles sin rumbo y sin estrellas
por las que fuimos andando sin apuro
hasta anochecernos definitivamente.
Sé de tu manera de yacer conmigo
muertos los dos, iluminados, puros,
perdurando un abrazo eternamente
hasta volver a ser solo polvo sin aliento,
una mueca misteriosa del destino.

Buenos Aires
25 de mayo de 2021

Desencuentro VIII

Mirando en la sustancia, solo,
a tiempo del viento que nos muerde
espeso donde la sangre es pura,
pura,
mordiéndonos de a ratos
los temores, tocando
como una lengua leve
nuestra forma de río y de médula
y acariciando, rozando,
siempre suave nuestra línea media,
tocando las suturas que nos atan
para siempre al sueño
del amor necesario para que no nos deje
a solas en las noches
donde la luna sopla sus fantasmas
húmedos y calientes entre las últimas
sábanas, haciéndose espuma
en el primer sudor de nuestros cuerpos
mordiendo
mordiendo
nuestros humanos apuros
hacia la forma extensa de la pelvis
de las pieles sin orillas, infinitas.
Tu cuerpo en el refugio
y el mío en el tuyo
la tentación de los sonidos de los ojos
entre las flores regadas
por tu boca y la mía
vello a vello
esperando el acierto de uno dentro del otro
viendo pasar la luz
entre los incendios de las manos
caricias
caricias
dedos de amantes
no como puñales ni acertijos
si como el roce leve del paso de una niña
por entre los sonidos
de todos los sonidos
que vienen de las últimas aves
sigilosas.
Y así quedan los besos mirándose
unos a otros en los labios
mordiéndose
mordiéndose
el aliento, los alientos,
rojos-rojos,
el tacto de tu lengua
en el aliento y las lágrimas sublimes
que ruedan sordas por los pechos
hasta la geografía arcoirisada
de los sexos.

Desencuentro IX

Es el cielo una enigma, un acertijo,
un cálido asunto de nube y transparencia.
Suenan a lo lejos vientos que en sus rumbos
dejan entre las sombras la fragancia
de una voz invisible, una sustancia leve
de un humano suspiro inadvertido.
No hay otro horizonte, ni cierto ni posible,
por tanto la soledad es la que dicta
su propias sílabas indiferentes a las apariencias
de la dicha o la desdicha. Tal vez hubo algo de amor
pero eludió intocable todas las caricias.
No han quedado besos en los labios
ni lágrimas rodando las mejillas.
Ya nada está al alcance de mis manos.
Todo está lejos y es apenas un pálido reflejo
o una alucinación de luz que establece a su modo
una pausa en la noche en que reina la tristeza.

*****

Desencuentro X

Recuerdo aquellos días de la infancia
en el patio a la sombra de la higuera
con su dulce perfume, y a la espera
de descubrirte etérea a la distancia

caminando sutil. Suave fragancia
la tuya en el paisaje, olor a menta
y a rojiza manzana. Si supieras
que ahí nació mi amor y la esperanza

de vivir a tu lado, a tu manera,
germinar en silencio hasta dar fruto
y echar raíces hasta que me muera.

Y aquí sigo esperando a que tu vuelvas,
sabiéndote de luz y yo de luto,
solitario bajo la vieja higuera.

******


No hay nada que me enseñe a no extrañarte 

A mí  hermana

Escucho “Recuerdo de La Alhambra”;
es otra la guitarra y otras las manos que la tocan,
pero es a vos a quien extrañan esas cuerdas
de lunas y de arpegios. Tiempo pasado,
el de la tierna infancia, cuando la muerte
era tan solo la sospecha de un sueño irremediable
y gritábamos bien fuerte las palabras prohibidas
que decíamos alegres entre blancas carcajadas.
Tu final fue demasiado abrupto;
quedó tu cuerpo en un interrogante
sobre la triste cama de elásticos vencidos
como si solo se tratara de una siesta de otoño.
Te cubrieron de mantas para que yo no te viera
el rostro ensimismado y tus ojos abiertos.
Me despedí sin verbos, casi a medias palabras,
balbuceando unos versos que tanto te gustaban.
Quedaron flotando los granadinos trémolos de Tárrega
sobre los pétalos rojos de tu blanca mortaja.
No hay nada que me enseñe a no extrañarte,
y así será hasta el momento de mi propia muerte.

*****

El viejo pueblo 

Llego al viejo pueblo. Desde la ruta
lo veo con los ojos del recién llegado.
La tierra bajo la piedra del camino
aún conserva los antiguos rumores del río
que ahí, al alcance de la vista,
desnudo y despierto como siempre,
agita apenas sus pequeñas olas
que van y vienen empujadas por el viento.
El sol toca la tierra desde la altura de los árboles
y hace del camino el patio de los pocos niños
que se animan a salir a la vera de la senda
para mirar de lejos los asombros verdes
de los altos yuyales. Y en los zanjones
a un lado y otro del camino,
los cuises nadan su entusiasmo
con la misma alegría con que los caranchos
los miran desde su hambre sin perderles la pista.
Aquí hay sacrificio que se embosca
entre la sombras para que todo parezca apacible,
incluso la muerte se presenta simple, último gesto
del olvido que la vida nos hace como si no hubiese
en el mundo nada más triste que lo eterno.
Una Virgen recibe al caminante,
ella reserva sus milagros para después de la cosecha.
Paso de largo el rancho de Reinoso
quien siempre sonríe porque no sabe de la desesperanza.
Obrero ferroviario sin misterio, como los otros gauchos
que en lo de Moro pasan las horas
la baraja gastada entre las manos.
Voy a morir aquí, en un instante. No despertaré
una mañana a pesar de que el aire será limpio
y el día será el mejor de todos. Dejaré una esperanza,
tal vez un poema y mi amor en pálidas gotas
te dirán lo mucho que siempre te he querido.
Una pequeña mosca con su histérico vuelo
me zumbará su réquiem y estaré agradecido.
¡Qué más puede pedir un hombre como yo
en este viejo pueblo a la orilla barrosa del Salado!

****

Desencuentro XI

Si un momento cayera como un rayo
no sé de qué súbita altura del inmenso cielo,
digo un breve momento, apenas un instante
de ruido de viento y luego luz en un destello,
me alejaría a otra soledad y a otro olvido,
y no temería permanecer a tu lado,
a terrones, de a pedazos, no interesa cómo
sino a tu vera, a pura sombra establecido
como el rastro de un raíz en las profundidades
como un poco de agua, unas gotas
contigo hasta el fondo donde se nutre el amor
cada mañana. Todo en silencio, como corresponde,
en el placer del murmullo imperceptible
en el que siempre habita una súbita ausencia
porque de este material estamos hechos.
Debería decirte de una amapola rubia
o de una rama de frío derretido donde tu corazón
y también el mío se saben de caricias
a puros borbotones. No me queda maleficio alguno
y bien lo sabes que todo te lo debo. Esperaré,
claro que esperaré tus formas que vendrán
como islas de la supervivencia
y tu boca en mi boca, tu corazón en el mío
para siempre, para siempre,
hasta que ruede en un sueño el último de mis suspiros.

*******

Zumo de vida – Desencuentro XII 

Toco bajo tu piel y es tu sustancia
y me consumo en olas,
en una roja sal humana, impredecible.
Entrego a tu espuma lo que queda de mí
después de la marea. Estamos a la deriva
y el deseo se acantila entre los pliegues.
Zumo de vida en mi desesperanza,
mosto sagrado desde el primer susurro
y hasta el último en el adiós de las caricias.
No es asunto fortuito esto de amarse,
es la unidad de nuestros elementos,
prueba del hombre más allá del instante
que en tu raíz encuentra la revelación
de todos los secretos. Me quedaré a tu lado
como una pincelada, sombra clandestina
que no tiene otro destino que quererte.
No puedo detenerme porque no te detienes,
es mirarte porque sabés mirarme,
es oírte porque sabés oírme,
no puedo detenerme. Sonríe, eso todo.
Si muero así, será de oficio,
vivir es permanecer y no olvidarte.

***

Desencuentro XIII 

Desnudo el viento desovilla la arena
en un puñado inmaculado, apenas,
que germina de a ratos en la memoria frágil
de esta constelación humana.
¿Quién no tiene temor del minucioso espacio
entre la soledad y el equívoco destino?
Tras ellos va la muerte a gotas de arrecifes
en la mezcla inicial de las tormentas.
Ya no soy yo ni nada que se le parezca,
un tanto de huracán y otro de espuma,
navega mi voluntad a la deriva
sin otro puerto que tu suave caricia.

****

Seguramente no quedará gran tiempo para escribir poemas. Serán solo algunas palabras sueltas que no resistirán el paso del tiempo. He visto el incesante mar y sentido el incesante viento hace apenas unos pocos días. Pocos, muy pocos. Ahora veo la guerra imperialista precipitarse contra los pueblos. 

Poesía, guerra, mar, palabras sueltas. El mundo no será el mismo después de todo esto.

****

Nada te dije entonces

Nada te dije entonces de tu ausente manera
de decir de la muerte. Donde no había luz tu la encendiste
y hubo un breve momento de extravío. Asombro
desde adentro del propio corazón hecho amuleto.
Te nombro en todas las nieblas porque me es necesario,
tanto como entenderte en los ecos lánguidos de una palabra
que debió ser dicha con completa dulzura.
Dentro de tanta soledad, todas las distancias
se extinguieron. Fuiste con tu vestido al vuelo
y no supe de labios ni de besos como te merecías.
¿Qué voy a hacer ahora, entonces? ¿Qué? ¿Llorar?
Repíteme tu canto si aún lo recuerdas.

***

No sé rezar; apenas recuerdo la indescifrable
invocación de los Ave María de mi madre
que ella balbuceaba suavemente,
mientras cosía a la luz de la tarde en la ventana,
sentada frente al viejo bracero.
Ella oraba por mí, irremediable pero apacible anhelo.
Bajo esa luz sin bulla sobre su serena cabeza,
renacía el amor aunque no tuviera destino.
¡Tan cerca mío! Prodigando caricias
tan blancas y serenas que todas las ausencias
quedaban al alcance de la mano.
Estábamos a un aliento uno del otro, tibios.
Pero estar también es lejanía,
es no reconocerse, hastiados,
ni en los misterios de las sombras,
ni en la impreciso roce de esa mano,
ni en la manera de despedirse para siempre.
Así permaneció ella en su silencio
cosiendo sin rencores a la luz mortecina
de la tarde frente al viejo bracero.
Yo marché por mi propio camino
hasta olvidar la huella y sin retorno,
dejé todo para siempre, hasta la muerte,
y no supe volver donde mi madre.

A la muerte de Keiko 

Hoy es la última mañana. El sol
no pudo despejarse de su ocaso
y en forma de minúsculos trebejos
la luz llega apenas cálida como promesa.
Se la puede sentir desde el fondo de una calle
que se ha puesto de rojo una mantilla.
Fue tu risa una flor inesperada
y tu manera de hablar sin estridencias,
puro beso nupcial, lágrima herida
al alance del amor de quienes te rodeaban.
Murmuras aun unas palabras
sacadas del olvido prematuro
de los que han dejado la historia abandonada
a la vera del viejo cementerio
como una fruta seca, inapropiada.
Tuyo es este cortejo de hombres y mujeres simples
que entre los humos de unos pocos cigarrillos
salen de los reconocidos horizontes
a rendirte su tributo. Descubren sus cabezas
al paso de tu muerte y entonan la misma canción
que hemos repetido durante tantos años.
Canto, por supuesto, íntima membrana,
aunque mi voz sea apenas un sollozo:
Canto, por supuesto, ¡arriba los pobres del mundo!,
¡de pie los esclavos sin pan!, justo donde suenan
los azadones en los surcos y se descubren las mortajas
negras de las hermanas y de los hermanos
que fueron asesinados en las agonías
de una noche sumergida
en la sangre platinada de la luna.
Qué simple nombre, Keiko, que forma
de amapola rota, que forma de dedos de amapola
tocando la última sílaba del sol cayendo
por un segundo, sin fin, por un segundo
hasta la eternidad de los recuerdos
bien habidos en el rincón del alma.
Se puede llorar en esta tarde,
pueden llorar nuestras arterias
y el sumo de la pena a espeso humo
se tornará al son de las rudas campanadas
de la muerte. Que se repita el nombre,
Keiko, que se repita, que se conozca
tu rostro y tu sonrisa, y se comparta
como el pan entre los pobres
que no poseen nada más que su derecho a amar.

***

Aquello que recuerdo es solo tiempo,
ejerce la memoria un largo olvido
hasta el día que llegamos a la ausencia.
Hay tanto dolor y tantas lágrimas
que los sueños se echan al olvido
y nos obligan a mirarnos
a los ojos a nosotros mismos.

***

A Cecilia Strzyzowski 

De tu joven cuerpo resumido
en una opaca e inhabitable ceniza,
de tus huesos espolvoreados a la vera del río,
de la forma incierta de tu muerte,
es todo de lo que hablamos en silencio.
Todo lo que fuiste y lo que no,
cuando apenas reías y llorabas
y esperabas al alba esperanzada,
es ahora una ilusión fatal,
es la memoria errando sin destino
por una bruma densa, impenetrable.
Surge la pregunta primera,
la que la primera mujer
le hizo al primer hombre,
cuando alzó su mano para castigarla,
¿Por qué? Y no hubo respuesta.
La muerte llega sin aviso,
como el primer golpe, crispada la mirada,
apretados los puños. Es el amo,
tu propietario es quien decide
si tu corazón se detendrá para siempre,
si tu sangre se verterá como el agua,
si tu rostro se verá en un espejo
desfigurado e irreconocible.
A pesar del dolor, y entre lágrimas,
tu madre te rescatará de la greda;
hecha tu sombra un breve retal rosa,
recogerá la melancolía invisible
de tus tejidos muertos, y escuchará
en el Cristo del dije tu último suspiro.
Te verá hermosa aunque el fango
recubra tu minúscula osamenta devastada,
porque reconocerá en la mancha de tu muerte
tu primigenia hermosura inolvidable.
Una vez en sus manos, te ofrendará
al misterio de las oraciones, al arrebato
de los reclamos y perdurarás para siempre
en una foto a la luz de una pequeña vela,
en los modestos altares hogareños.

Etiquetas: poesía

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