“Sorda como una tapia”. La escuché bien a la Irma. Se atreve a decir eso de mi abuela, odiosa, malhablada, malenseñada, una maldita, me tironea el pelo mientras me peina para ir a la escuela. Le escupiría la cara si la tuviera enfrente. Pero no, ahí está, sentada detrás de mí y haciéndome las trenzas. Tengo unas ganas de hacerle algo feo, ¡para que sufra, esa maleducada!

Mi mamá también murmura cuando habla de la nona Asunta, que es la mamá de mi papá, pero de la Irma no es nada, ni siquiera la patrona, porque la Irma es la empleada de mi casa y la abuela es como una visita. Vive dos meses con nosotros y dos en la casa de los tíos, y mi mamá y mi tía discuten sobre cuánto falta para mudarla de casa. Mirá que la trajimos para Navidad, dice una. No, contesta la otra, fue después de Reyes, o sea que todavía no se cumplieron los dos meses. Se nota que no la quieren. Pero mi hermano y yo la adoramos.

Aprendí a hablar con señas para hablar con la nona Asunta. Ella me lee los labios si pronuncio bien las letras para formar las palabras. Cuando no me entiende, se lo digo con señas. Pero casi siempre adivina antes de que yo termine. Es reinteligente mi abuela. Me hace ropita para las muñecas. Pega los botones que se le cayeron a la camisa de mi papá. Le lustra los zapatos a mi hermano y dice “A los varones hay que atenderlos”. Y con ese tonito, como si fuera una cosa linda. A mí me gusta limpiar los zapatos porque me gusta hacer cosas con mi abuela. Ponemos todos los zapatos en fila, les pasamos betún con un trapito y después les sacamos brillo con un cepillo. Los dejamos como nuevos. Mientras los acomodamos, la nona los va tocando uno por uno, como si los contara. Y dice: “Zapatito de charol, botellita de licor, hay de menta, hay de rosa, para la niña más hermosa que se llama…”, y yo tengo que decir “Doña Rosa” y las dos nos reímos a carcajadas.

Mientras cose, la nona habla sola. No se da cuenta de que la podemos escuchar. Ella cree que está pensando y, como está sorda, no se escucha hablar. Después, si mi mamá o la Irma le preguntan por qué dice eso, se pone molesta. Es divertida cuando cuenta historias porque se tienta si algo le hace gracia y se ahoga con la tos de tanto reírse.

Siempre mira debajo de la cama antes de acostarse porque tiene miedo de que alguno se esconda y le agarre los pies cuando se saca los zapatos. Eso le quedó de cuando era chica y sus hermanos le hacían bromas para asustarla.

La nona me contó que a los quince años tenía un novio francés del que estaba muy enamorada. Los padres le habían prohibido que se encontrara con él, así que se veían a escondidas. Un día el francés se fue y ella se quedó sin novio. La casaron enseguida con el abuelo Paulino, que era carpintero, pero con tanta mala suerte que la dejó viuda con treinta años y tres hijos. Para criarlos, tuvo que trabajar en un taller muy ruidoso y de a poco se fue quedando sorda.

La Irma no tiene idea de cómo hablarle a la abuela. Le habla desde atrás, como me habla a mí ahora mientras me peina. Y se enoja si no la entiende. Es grande la Irma, diez más que yo, ¡y no sabe cómo se le habla a una persona sorda! Apenas si sabe leer y escribir y ya tiene un novio que la visita por las tardes. Yo los veo cuando se esconden para besarse en el patio. La nona Asunta la quiere a la Irma. Dice que le va a hacer un regalo. Sin decir nada, ni cuando habla sola, comenzó a tejer unos escarpines de lana muy chiquititos. ¡Están quedando hermosos! Yo también le voy a hacer un regalo a la Irma cuando vuelva de la escuela, porque me está haciendo relindas las trenzas.

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