Fin del año 2019. Ya pasaron las elecciones y todo está en calma.

Tarde calurosa de diciembre. Pasadas las 18 y 30 hs regreso del centro en un bus urbano…. uno de los dos buses que llegan a mi barrio: el 142 a «Costanera».

Salido desde Pza. Independencia atraviesa todo el centro y sigue por otros barrios siempre por la Av. Rivera.
Es el mismo bus en el que viajé ida y vuelta durante seis años cuando trabajaba cerca de Pza. de Cagancha y al que subo raramente desde que me jubilé en julio de 2014.
Ómnibus repleto de pasajeros sentados y parados… igual que siempre… pero todo diferente. Porque todos viajan atentos a su celular.
A nadie le importa quien está a su lado. Salvo claro, para intentar mirar de reojo las fotos del aparato ajeno o tratar de leer los contenidos de mensajes y mails que su ocasional acompañante recibe o envía.
Algunos en whatsapp o facebook usando el wifi gratis de las modernas unidades de transporte, con timbres y sonidos variados que los alertan del recibo de respuestas.
Otros, con auriculares de distintos modelos y tamaños escuchando su música preferida… (vaya a saber cuál).
Los más ostentosos lucen vinchas enormes de colores con parlantes que tapan totalmente sus orejas, como tratando de impedir que ningún sonido del exterior los haga desconcentrar.
Me pregunto si escuchan los mismos temas una y otra vez o el repertorio es variado. Si los mensajes vienen de sus parejas, sus hijos o sus amigos… O clientes rezagados que les avisan algo para mañana.
Miro sus caras intentando descifrar algún gesto que los delate. Pero no puedo. Es como si estuvieran entrenados para mostrar rostros impasibles, insensibles y helados que nada ni nadie conmueve.
Es otro tiempo… el mío quedó muy atrás. Aquellos días dónde nos dormíamos sentados luego de la larga jornada de trabajo, escribíamos notas o corregíamos exámenes y, hasta avanzábamos en el tejido de alguna bufanda aprovechando el tiempo de un extenso recorrido. Eso sí, sin desatender nunca a la persona que viajaba a nuestro lado por si necesitaba algo, siempre dispuestos a dar el asiento o ayudar a llevar algún bolso pesado.
Ahora sólo se respeta el cartel de dos asientos… los que se deben abandonar para dar preferencia a una embarazada o a un minusválido . El resto no importa. Cada uno avanza por el pasillo y se consigue el lugar como mejor puede en este mar de indiferencia y de falta de respeto.
Es el mundo moderno dónde la tecnología está superando día a día la humanidad de las personas.

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