28 de Diciembre. Santos Inocentes

28 de Diciembre. Santos Inocentes

28 de diciembre. Día de bromas. Día de los Santos Inocentes.
No le apetecía salir, pero Anthony había sido tan insistente que había preferido no ser grosera.
Solo se trataba de tomar unas cervezas y retomar un contacto que se había roto el verano anterior.
Aun sin ser sensato, le apetecía pasear y con gusto se dejó envolver por la niebla mientras recorría la distancia hasta el “The Duke’s Head”, a orillas del Támesis, mientras se iba convenciendo de que podría estar bien pasar una relajada velada escuchando música en directo.
Anthony le esperaba en la puerta y tras saludarse con los dos besos rituales, le pidió que le pusiera al día de su vida. Desde su descomunal enfado no había vuelto a saber de él.
Las palabras empezaron a rodearle sin que llegaran a penetrar en sus oídos. Le veía mover los labios. Veía sus expresiones pero no alcanzaba a escuchar lo que decía. Desde hacía bastante tiempo no conseguía participar del presente. Se quedaba fuera de la vida, sin poder entrar en ella. Como un fantasma de la Navidad.
Cuando vio entrar a esos dos hombres, no pudo evitar mirarlos admirada. Parecían modelos. O más bien parecían “de mentira”. Altos. Esbeltos. Guapos. Uno con melena rubia y, el otro, moreno con barba de tres días elegantemente cuidada.
En el local estaban desalojando la zona central y ella imaginó que serían modelos en algún desfile de moda. Sin embargo, al quitarse el hombre moreno su cazadora de cuero, pudo notar que llevaba en la espalda, algo dentro del cinturón. Se quedó pasmada al imaginar que podía ser un arma, pero se tranquilizó asegurándose de que todo era fruto de su desbordante fantasía.
A los pocos minutos entró una joven mujer que vestía un escotado y ceñidísimo vestido negro que exhibía sin disimulo su ligero sobrepeso y se dirigió a ellos, mientras la recibían con cordialidad y le ofrecían una silla para sentarse a la mesa.
Parecía que flirteaban con la joven, pero al mismo tiempo se les notaba, tensos, vigilantes. Poco tiempo después se unió al grupo un hombre de mediana estatura y mediana edad, que lucía una calva que competía espacio con un cortísimo cabello gris. Se sentó al lado de la mujer y aunque podría parecer que era una reunión de amigos, ella advirtió que, en realidad, era una cita del maduro con la joven y que los dos guaperas estaban protegiendo el encuentro. Intuyó que serían los guardaespaldas del hombre.
Culpable, se reconoció más interesada en lo que ocurría a su alrededor que en lo que Anthony le contaba y lamentó que, mientras él le estaba dedicando toda su atención, la suya vagaba errática por el local.
Cuando se abrió la puerta y le vio entrar, maldijo la fastidiosa broma del destino.
Matthew. Hacia más de 10 años que no le veía.
Las malas lenguas siempre habían murmurado que, cuando empezó a trabajar en su empresa, se había enamorado de ella.
Entonces ella estaba felizmente casada.
Pero Matthew, en sus largas conversaciones compartidas, nunca le habló de sus sentimientos. Y ella nunca lo había sabido con certeza, aunque a veces se había sentido un poco confundida.
La incomodidad al encontrarse fue mutua, pero ambos interpretaron su papel.
Allí estaban los dos una década después. Él acompañado por una jovencita y ella acompañada por un jovencito.
Y el fantasma del pasado mirándoles con sorna.
Ella recordó que siempre había detestado la Navidad.
En ese momento se oyeron unos disparos y gritos. Paralizada vio como los comensales se levantaban de sus mesas atropelladamente, mientras las sillas y algunas mesas se volcaban con estrépito.
Horrorizada vió a Anthony en el suelo, con la sangre escapando de su cuerpo.

28 de diciembre. Noche de bromas. Noche de los Santos Inocentes.

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