Estaba parada al borde de la cornisa, justo en el filo, donde el viento corta los huesos hasta convertirlos en cenizas, miró, contempló el cielo azul, ese que cuando chica reflejaba los recuerdos de juegos en el patio, momentos felices que se esfumaban indeclinablemente bajo sus pies. Miró el abismo que la separaba de la profunda calle, donde los transeúntes caminaban con sonrisas y espasmos producidos por el vacío propio del ser humano contemporáneo; cerró los ojos, en un atisbo de conciencia volvió a su pasado inconexo con la sincronía del presente. Sintió el viento en su cara, sintió que era un pájaro suspendido en aquellas cortinas de brisas acariciando su cuerpo, la distancia se cerró en un instante impensado, allí aquellos que caminaban sin conocerse, se unieron para observar con la incredulidad de un niño, cómo había podido creerse ella que el supremo le regaló las alas para poder volar, cuando nunca creyó en él.

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