Un día sentí mi cuerpo enajenado y el alma vilipendiada. Nada alegraba sus sentidos. Me sentía despreciada.

Miré volver la soledad, más cerrando la sombra que yergue su peso, descorrí el velo del ventanal, de mi mágica e inquieta imaginación.

Y extendiendo mis ansias y secretos al infinito, halle en lo recóndito del firmamento, más allá del séptimo cielo, y cerquita, muy cerquita del sempiterno, la luz grandiosa que alumbró mi esencia y trazó por siempre mi hermoso sendero.

En consecuencia, el fulgor de los luceros, cual extraña arandela, entre las ondas increadas de mi propia creación, y las fibras secretas del alma, estamparon sobre un lienzo, un fino lienzo, los versos de un amor prohibido, que yace dormido, en lo profundo de mis dulces sueños, mis sueños alados.

Y

Mis pupilas, hallaron inquietas, la trampa que aprisiona sus latidos. E intentando despertar, como intrusa entre mis propios sentidos, vociferaron:

La fantasía se ha quebrado
Las cenizas han esparcido

Vestigios de ingratos recuerdos
Han desaparecido

Yace la luz que otrora no iluminaba
Destruyendo formas funestas
Atravesando sueños heridos

Mira … El extraño transcurrir entre los dedos
Que al unísono claman, al unísono señalan

Que,

El alma siente
El corazón late
Y el cuerpo ansía.

Bella y resplandeciente
De labios prohibidos
Y pechos florecidos

Luz Marina Méndez Carrillo/11/12/2019/Derechos de autor reservados.

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